Archivo de Indias de la corona española, un edificio ubicado en la ciudad de Sevilla.

MUCHOS DE LOS BARCOS HUNDIDOS NOS REGALAN IMPRESIONANTES PAISAJES SUBACUÁTICOS Y TESTIMONIOS IMPACTANTES

No se sabe a ciencia cierta cuántos barcos hundidos yacen en el fondo de las aguas que bañan el continente americano. Sin embargo, ningún especialista titubea a la hora de señalar a esta región como la más rica en pecios marinos cargados de historias que, en no pocas ocasiones, develan misterios y desatan tensiones entre gobiernos, instituciones científicas y cazadores de tesoros.
La gran mayoría de esos hundimientos se remonta a la época colonial, cuando la metrópoli española extraía oro, plata y cuanta riqueza pudiera de sus posesiones de ultramar. Y unas veces los feroces huracanes, y otras el asedio de corsarios y piratas dispuestos a conquistar esas cuantiosas riquezas, impidieron a las flotas llegar a buen puerto.
Actualmente nada arroja más luz sobre estos asuntos que el Archivo de Indias de la corona española, un edificio ubicado en la ciudad de Sevilla. Según los cerca de 43 000 legajos con unos 80 millones de páginas y 8 000 mapas y dibujos que proceden de los viajes realizados, serían cientos los buques que desaparecieron en la zona.
Desde Alaska hasta Ushuaia, donde unos ven miles de millones de dólares sumergidos en forma de monedas de oro y plata, lingotes y reliquias; otros identifican una oportunidad única para retroceder en la máquina del tiempo e imaginar una época tan importante en la historia de la humanidad.
Nombres como el San José, Nuestra Señora de Juncal o Santísima Trinidad –por solo mencionar algunos de los más famosos naufragios en el Caribe– engrosan las leyendas marítimas tejidas por aquellos días, a las que en tiempos más recientes se sumaron percances de naves mercantes o de guerra con mucha historia por contar.
Entre las más emocionantes por su relación indirecta con los hechos bélicos de las Guerras Mundiales que azotaron Europa en el siglo XX, está la del vapor alemán Prinz August Wilhelm, hundido intencionalmente en 1918 en Puerto Colombia, hacia donde había huido durante la primera de estas contiendas para evitar caer en manos de los norteamericanos. O la de siete naves de Italia y Alemania que estuvieron refugiadas en el venezolano Puerto Cabello cuando estalló la segunda confrontación, y terminaron incendiadas por sus tripulaciones después de que el presidente estadounidense Roosevelt ordenara su incautación.
Todas estas embarcaciones que nunca llegaron a su destino se han convertido en una gran fuente de conocimientos. Según estudios, las mayores riquezas de arqueología subacuática en el continente se encuentran enclavadas en el Golfo de México, el sudeste de Estados Unidos, las Antillas Menores, Haití, República Dominicana, la costa de Venezuela en el mar Caribe, el Río de la Plata, y los litorales de Brasil (sobre el Atlántico), Ecuador (Pacífico) y Panamá (en los dos océanos).
Más allá de cualquier valor patrimonial, muchos de estos pecios ofrecen a día de hoy una interesante oportunidad para la práctica del buceo, una actividad que potencia estos sitios como importantes atracciones turísticas para este segmento del mercado.
En México, quienes aman este tipo de aventuras, eligen viajar hasta Cozumel, Acapulco, Veracruz o Cancún, atraídos por las goletas y galeones de la época colonial sumergidos en zonas cercanas a Campeche y por otros barcos que zozobraron o fueron hundidos con el propósito de contribuir a la conservación de especies coralinas y de un ecosistema rico y diverso.
Es Aruba –frente a las costas de Venezuela– otra zona privilegiada en cuanto a naufragios, detalle que la hace un lugar de preferencia para el buceo recreativo. Con una visibilidad que supera muchas veces los 30 m, sus cálidas y cristalinas aguas albergan cantidad de especies ricas en formas y colores, cuya protección ha sido posible, en buena medida, gracias a pecios como los del El Antilla, un carguero volado por su capitán en la II Guerra Mundial, ante el asedio de una escuadra holandesa.
Sus restos se hallan a una profundidad máxima de 20 m, algo que lo hace ideal para los bautismos subacuáticos o el buceo nocturno, con la posibilidad de apreciar en las inmersiones variedad de corales y esponjas de tubo de hasta 40 cm, así como algunas especies marinas como barracudas, lenguados y morenas.
Por su parte, Granada fue declarada en algún momento por los expertos como una especie de capital del buceo de naufragios del Caribe, y allí se localiza el Parque Escultórico Subacuático considerado como «maravilla del mundo» por la National Geographic.
Los pecios del San Juan, Shakem y Buccaneer despiertan cada día más interés, pero ninguno es tan notable como el Bianca C –considerado por muchos el Titanic del Caribe–, un crucero de lujo que sufrió una fuerte explosión y se fue a pique en 1961. Fue a parar a un lugar dominado por las corrientes y reservado a buceadores expertos.
Lo mismo ocurre en República Dominicana, en la zona que comprenden a La Romana, Bayahíbe y el Parque Nacional del Este, aunque se dice que ninguna de sus costas, incluidas las de la vecina Haití, ha quedado libre de alguna historia de naufragio.
Allí han sido famosas las recuperaciones –en la década del 70– de los restos del Nuestra Señora de Guadalupe, el Conde de Tolosa, o el Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción, o más recientemente el Quedah Merchant, buque capturado por el capitán William Kidd a finales del siglo XVII y del que nunca más su tuvo noticias.
Sin duda alguna, seguirán existiendo motivos suficientes para confirmar este lado del Atlántico como el lugar perfecto para sumergirse en busca de testimonios fascinantes.