José Carlos de Santiago
Resto de los cañones emplazados en la cubierta del Colón. Foto: VICENTE GONZALEZ

El mundo ha comenzado a mirar de forma diferente al Caribe. Con un indiscutible potencial para los incentivos de sol y playa, la región ha apostado desde hace más de una década por diversificar sus productos en la industria del ocio.
Y es que esta franja dorada, que divide imaginariamente al continente americano en norte y sur, ha sabido aprovechar muy bien sus potencialidades. La naturaleza le regaló paisajes naturales y playas de ensueño, la dotó de un clima favorable durante casi todo el año y le propició espacios para múltiples opciones recreativas, aderezadas por la calidez de sus habitantes. Incluso el hecho de que esta zona del Trópico no clasifique entre las regiones económicamente más prósperas del mundo, se revierte en un medio ambiente más puro y en un destino relativamente barato para el turista y para el inversionista.
 A pesar de las debilidades que representa su escasa conectividad aérea, una coherente estrategia en su gestión turística posibilitó la consolidación del Caribe en los mercados internacionales, hasta el punto de poner en crisis el Mediterráneo europeo.
La inestabilidad de muchas naciones desarrolladas sitúa el foco de interés en las economías emergentes. Los contextos de América Latina y el Caribe resultan particularmente favorables y atractivos para los inversores. Los países del área ofrecen, sobre todo, oportunidades de negocios para el desarrollo de los servicios.
El turismo se ha vuelto punta de lanza de las economías del Caribe, y se avizora como uno de los ámbitos con más futuro. Europa y Norteamérica lideran como regiones emisoras de visitantes, pero sin dudas son los turistas norteamericanos, principalmente por la cercanía geográfica, los que sostienen el negocio turístico del Arco de las Antillas y su entorno continental.
Con la mayoría de los puntos a su favor, el Caribe se está reconvirtiendo como destino, y en ello también influyen los anuncios de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Hoy sus islas apuestan también por un turismo menos convencional, que muestre en todo su esplendor los valores históricos, culturales y patrimoniales de esta parte del mundo.
La religiosidad, las creencias, la artesanía y las tradiciones populares, tejen en estos lares un entramado cultural riquísimo. La interacción del visitante con estos procesos permite una experiencia única y mucho más abarcadora. En tal  sentido han surgido propuestas sui generis como La ruta del alma, una opción de turismo religioso en Panamá o La ruta del añil en El Salvador, donde los excursionistas aprenden a trabajar con el famoso pigmento azul, oriundo del territorio.
El turismo de salud y el de eventos son tendencias también en auge en el Caribe, como lo demuestra la participación de delegados de más de 30 países en dos importantes convenciones del sector que se celebrarán en el mes de abril en La Habana.
De sol y playas a otras sensaciones por descubrir… El mundo mira ya de otra manera al Caribe.