Viaje a las inigualables islas del encanto
Muchas veces me dijeron <<si vas a Ecuador tienes que visitar Galápagos>>. Cuando a uno le dicen simplemente Galápagos, enseguida piensa en las famosas tortugas gigantes. Y se imagina una isla agreste, un verdadero parque jurásico, poblado de aquellos seres prehistóricos, parientes de los dinosaurios. ¡Falso!
Ante todo, porque se trata de un archipiélago, un fantástico conjunto de islas, cayos, islotes y puntas rocosas en medio del océano, sin aparente conexión con el territorio continental sudamericano. En una curiosa fotografía satelital, lucen como si brillaran sobre el oscuro fondo marino, como una misteriosa constelación perdida en el azul profundo del espacio sideral. En los mapas, sobresale el contorno similar a un caballito de mar de Isabela, la mayor de las ínsulas, rodeada por las otras medianas y chicas, en una imaginaria travesía hacia el oriente.
La realidad es mucho más rica y fascinante. En verdad se trata de un viaje en el tiempo, que sin mucho esfuerzo y gran deleite nos traslada a los orígenes de la vida en nuestro planeta. Aquí, en este recodo del mundo, se pueden ver ejemplares vivientes de una decena de especies de quelonios enormes, originarios de este territorio, con diferencias apenas perceptibles ente unos y otros, así como otros animales y plantas autóctonos que le dieron la clave al famoso naturalista Charles Darwin para sustentar su trascendental Teoría de la Evolución. Pero no es lo único.
En este paseo turístico por el archipiélago nos llevamos como valor añadido valiosos conocimientos ecológicos que le dan un toque de expedición científica a nuestro viaje, mientras nos deleitamos con amenas excursiones marítimas en taxis acuáticos o a bordo de yates con todas las comodidades; pudimos visitar playas espectaculares, rodeados de los increíbles pingüinos ecuatoriales; disfrutar de acogedores alojamientos en tierra rodeados por una exótica vegetación y degustar uno de los mejores cafés del mundo cosechado en su suelo; bucear escoltados por apacibles tiburones de aleta blanca y juguetones leones marinos.
Y les menciono esos pocos detalles, por decir de entrada algunos de los más sobresalientes. En realidad, a cada paso por las islas uno exclama sorprendido al ver unos pajarillos que corren sobre la arena mientras buscan su alimento, inofensivas iguanas negras a pesar de su aspecto grotesco, flores nacidas en los entresijos de ríos de lava, frutos como el manzanillo, venenosos para el hombre, que alimentan a las tortugas. En fin, formas de vida inexistentes en cualquier otro lugar que conforman una naturaleza extraordinaria, al igual que las personas tan especiales que eligieron este paraíso en medio el océano Pacifico para preservarlas y mostrarlas con amabilidad.
Las Galápagos se denominan oficialmente Archipiélago de Colón, nombre que recibieron en 1892, por decisión del primer presidente del país, Juan José Flores. El conjunto está formado por 13 islas grandes, 5 medianas y 215 pequeños islotes, con una superficie total de 7 780km2 y una población de poco más de 25 000 habitantes.
Varias líneas aéreas realizan los vuelos desde Guayaquil hasta Galápagos. Están situadas a 972km de las costas del Ecuador, los que cubrimos en unas dos horas.
Nuestro primer destino fue Santa Cruz, donde radica Puerto Ayora, el mayor centro urbano y poblacional, pero para nuestra sorpresa aterrizamos en la pequeña isla vecina de Baltra, en un aeropuerto construido por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para patrullar desde allí el movimiento naval hacia el Canal de Panamá. Desde la terminal de arribo hasta Puerto Ayora restan otros 45 minutos, en taxi o buses.
Uno puede escoger el recorrido que más le guste, aunque por lo general se ofertan excursiones de una semana, que permiten visitar los puntos de mayor interés. La excursiones con alojamiento en yates pequeños oscilan entre 400 y 600 dólares por persona/noche, en tanto los grandes ofrecen viajes de ocho días a precios entre 4 000 y 10 000 dólares por persona. Lo mejor para visitar todas las islas es reservar una excursión en uno de los muchos cruceros que tocan varios destinos durante ocho días o más. Los hay de gran lujo y especializados en recorridos para bucear, surfear, nada, disfrutar de otros deportes acuáticos y gozar de todas las comodidades y placeres a bordo.
Santa Cruz nos ofreció la posibilidad de conocer buena parte de los secretos de las islas Galápagos, aunque cada una tiene algo distinto y original que ofrecer, tanto en la superficie como en sus fondos marinos, ideales para el buceo y la fotografía submarina. Desde aquí también emprendimos formidables excursiones a isla San Cristóbal, al este, donde radica Puerto Baquerizo Moreno, la capital del archipiélago, y a Isabela, la de mayor superficie terrestre, formada por la fusión de seis volcanes.
En San Cristóbal, una parada indispensable es el Centro de Interpretación, una bien dotada instalación que permite al visitante conocer la historia natural y humana de Galápagos, desde su orígenes volcánicos y su descubrimiento, en 1535, cuando la nave en la que viajaba a Perú el dominico fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, fue a parar a sus costas de manera casual.
San Cristóbal posee playas tan bellas como Puerto Chino y Playa Ochoa, entre otras, de finísima arena blanca, con una intimidad protegida por verdes arbustos, pero se distingue por tener una ciudad de más de 7 000 habitantes que conviven en estrecha armonía con la naturaleza, en la que es común caminar por sus calles y cruzarse con un simpático lobo marino o ver zambullirse en la bahía un piquero de patas azules a pocos metros de la costa.
Al segundo día de nuestra estancia en Santa Cruz, abordamos una pequeña embarcación que cubrió en dos horas y medias las 48 millas que separan Puerto Ayora de Puerto Villamil, la capital de la isla Isabela. La entrada de la bahía nos pareció muy bonita. A muy corta distancia se encuentran las Tintoreras, una isleta rodeada de aguas cristalinas y turquesas, donde pueden verse leones marinos, tortugas, iguanas y rayas.
En un pequeño bus atravesamos la ciudad rumbo a la base del volcán Sierra Negra, uno de los seis existentes (Cerro Azul, Sierra Negra, Alcedo, Darwin, Wolf y Ecuador) en este territorio de 4 588 km2, equivalente a 58% de la superficie del archipiélago, lo que según nuestro guía nos permitiría apreciar la formación volcánica de la isla, que fue bautizada en honor de la reina Isabel I de Castilla, patrocinadora del histórico viaje de Colón.
Arribamos a esta zona, distante 45 km de la ciudad en un pickup y después tendríamos que hacer otros 8 km a pie para llegar hasta la base del volcán. El estado del tiempo no nos permitió alcanzar ese punto, pero no se necesita un entrenamiento especial, nos dice el guía, solo tener deseos y buen estado físico. Se pueden alquilar caballos para ese último recorrido, pero no cuando llueve. Aquí el entorno muestra un suelo árido, formado por lava joven, de cinco a 100 años, en la que todavía no crece la vegetación. En las faldas y calderas de los seis volcanes habían iguanas terrestres y tortugas, pinzones, halcones y palomas d Galápagos.
En Isabela se puede vivir la experiencia única de observar pingüinos en un ambiente tan lejano a las heladas aguas polares, impresionantes iguanas marinas, así como abundantes zayapas o cangrejos rojos.
Ese es el misterio de las Galápagos, un vestigio del Edén en medio del océano Pacifico, que contribuyó a explicar a la humanidad su origen y el del planeta.