La aventura de vivir Santiago
… el sabor auténtico y vívido de los rincones santiagueros
SANTIAGO DE CUBA ES UNA CIUDAD ABRAZADA POR EL MAR, LAS MONTAÑAS Y LA HISTORIA. SU PATRIMONIO MATERIAL E INMATERIAL ES RIQUÍSIMO. SUS CALLES Y PLAZAS NOS HABLAN DEL PASADO, NOS CUENTAN INFINIDAD DE RELATOS. CADA PERSONA -SEGÚN SU SENSIBILIDAD- PUEDE ENCONTRAR EL SITIO QUE MÁS LE LLEGUE AL CORAZÓN, QUE MÁS LE EMOCIONE O SIMPLEMENTE, QUE MÁS LE INTERESE
Su entorno natural, su bella y amplia bahía, su horizonte recortado al norte y dilatado al sur, la ciudad como mirador de paisajes, el sabor auténtico y vívido de los rincones santiagueros, la música y el ritmo omnipresentes. Todo ello predispone al visitante para vivir una experiencia diferente y singular.
Una de estas aventuras santiagueras es la que nos permite revivir un hecho pasado de dimensiones físicas limitadas, pero de una trascendencia histórica que superó su alcance nacional y tuvo gran repercusión en el juego que perfila la historia universal.
En julio de 1898 en la ciudad de Santiago culminó una guerra de orígenes ya lejanos, extendida por toda Cuba, a la que se sumó Estados Unidos y que tendría como consecuencias el final de un viejo imperio, la emergencia de otro nuevo y el nacimiento de la nación cubana como estado independiente.
Los cuatrocientos años de devenir hispano al otro lado del Atlántico no dejaron de tener trascendencia a nivel mundial. España y Portugal trazaron las primeras rutas globales de comunicación a lo largo y ancho de los océanos, poniendo en contacto a todas las comunidades humanas del planeta y propiciando nuevas sociedades fundidas en el mestizaje.
Para Cuba, los sucesos del verano del 98 en el oriente del país supusieron el inicio de su andadura como nación emancipada. La independencia llegaría tras un largo proceso que había conocido tres guerras, la primera de las cuales duró diez años y se inició con el Grito de Yara en 1868.
El parque histórico y recreativo San Juan, hoy integrado a la ciudad, es el centro simbólico de aquel acontecimiento. Situado en un lugar de fácil acceso, cercano al hotel Meliá Santiago y con un amplio mirador al este, coincide con lo que fueron los campos de tiro de aquella posición militar, conocida por los historiadores como las “Lomas de San Juan”. Este fue el lugar de mayor intensidad de los combates terrestres y también el sitio donde se firmó la rendición.
Bajo la sombra de una gran Ceiba, al otro lado del hotel San Juan, se puede visitar el curioso monumento dedicado a tan relevante acontecimiento. El sitio histórico de la batalla, con su estética decimonónica, es además uno de los principales espacios verdes de la ciudad. Ningún visitante debería abandonar la capital del oriente cubano sin pasear por aquel parque y disfrutar de sus vistas, su verdor y su intensidad de evocación histórica.
El parque del Viso, junto al pueblo del Caney, donde se conservan las ruinas del fortín que en su día defendió encarnizadamente un contingente de tropas españolas, es otro de los lugares que nos susurra los ecos de los combates terrestres. Aquel lugar un día se tiñó de sangre española, cubana y norteamericana y vio morir heroicamente al general Vara de Rey. Hoy es un espacio de recreo que inspira paz y proporciona el deleite de una hermosa vista sobre el valle y la ciudad.
La desproporción de los efectivos que lucharon en la defensa de aquellas posiciones, en relación con el elevado número de atacantes, y no obstante las bajas causadas a los españoles, han inmortalizado aquellos hechos en la memoria nacional hispana como el “Rocroi” definitivo del que España hubo de levantarse para encarar el futuro de una manera distinta. La nostalgia y el sentido de lo trágico acompañan inevitablemente al español que recorre ambos lugares.
Disponiendo de más tiempo, el visitante puede continuar su recorrido para conocer los puntos donde se produjeron los desembarcos y el posterior avance norteamericano. Daiquirí y las cercanas playas de Sigua, Siboney y las Guásimas resultan los lugares con mayor reminiscencia en la memoria colectiva estadounidense, que jalonaron la hazaña militar de la potencia vecina. Tanto allí, como en El Viso y San Juan, los ciudadanos norteamericanos pueden encontrar un ambiente que acaricia el poderoso sentido de la historia que impulsa a su nación.
En Siboney, a 13 km de Santiago, hay un curioso museo dedicado a la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana. Los interesados no deben dejar de visitarlo para alcanzar una idea más abarcadora de la complejidad de factores que influyeron en los acontecimientos de aquel verano e impregnarse de la estética y mentalidad de una época muy distinta a la de nuestros días.
Al contemplar las panorámicas desde los distintos hitos del itinerario, el visitante intuye las dificultades a las que se enfrentaron los soldados norteamericanos, debido en parte, a la estrechez del espacio por donde hubo de producirse la ofensiva. No debe olvidarse la indispensable ayuda mambí para el éxito de las siempre complejas operaciones de desembarco en costa hostil. La historia suele mostrarse injusta al otorgar un papel secundario, incluso a veces ignorar a los patriotas cubanos.
Para completar el recorrido por los lugares vinculados a 1898 y realizar una última inmersión en la historia de aquellos acontecimientos, queda acercarse al Castillo de San Pedro de la Roca del Morro. Bucear junto a los pecios de la flota de Cervera nos remite a aquel acto quijotesco con el que la marina de guerra española clausuró los periplos navales por aguas americanas, que cuatro siglos antes había indicado Cristóbal Colón.
La carretera que lleva hasta los sucesivos lugares donde descansan sumergidos los buques españoles –algunos visibles en parte transcurre abriéndose paso entre la Sierra Maestra y la costa caribeña por una de las rutas más pintorescas e impactantes de Cuba. A la entrada de la bahía santiaguera yace también el Merrimac, un barco que los norteamericanos hundieron para dificultar la salida de la flota española.
Si desde la gran fortificación santiaguera se pueden imaginar las maniobras navales, al sumergirse en los fondos marinos el visitante queda sobrecogido. El silencio y la belleza de las profundidades, en presencia de las moles de acero de los “últimos galeones españoles”, invitan a descubrir el imponente cementerio naval. Todo tipo de peces y plantas submarinas ofrecen aquí un contrapunto de vida, sin romper el protocolo de serenidad y respeto que el lugar requiere.