La venerada y amada Benefactora
Santa Clara tiene el privilegio de haber sido la cuna de una de las mujeres más excelsas de la Historia de Cuba: Marta de los Ángeles Abreu Arencibia, a quien se conoce, con justicia, como la benefactora de Santa Clara. Nació el 13 de noviembre de 1845 en la calle Sancti Spíritus, hoy Juan Bruno Zayas, hija del acaudalado hacendado Don Pedro Nolasco González Abreu y de Rosalía Arencibia Plana, procedente también de una ilustre familia santaclareña.
Contrajo matrimonio el 6 de mayo de 1874 con el abogado matancero Luis Estévez Romero, con quien compartió toda una vida de amor. De esa feliz unión nacieron, un año después, Pedro Nolasco Julio Zenón Estévez Abreu, y luego Cecilia, quien falleció a los pocos meses después de ver la luz.
El año 1876 está marcado como aquel en que Marta Abreu inició, junto a su esposo, una inmensa obra benéfica a favor de los más desposeídos y del bienestar de su ciudad, gracias a lo cual se construyeron dos escuelas para niños blancos pobres, la primera inaugurada el 31 de enero de 1882, con el nombre de San Pedro Nolasco (ese año hizo que se levantara La Trinidad, dirigida a niños negros); y la segunda, en septiembre de 1883, denominada Santa Rosalía, en honor a su madre. Por esa época también se edificaron dos asilos para ancianos desamparados. Fruto de ese amor desinteresado por los más necesitados son, además, los cuatro lavaderos públicos situados a lo largo de los ríos Bélico y Cubanicay.
El 15 de julio de 1886, en ocasión de conmemorarse el aniversario 198 de la fundación de Santa Clara, erigió en la entonces Plaza de Armas, hoy Parque Leoncio Vidal, el primero de sus monumentos: un obelisco dedicado a la memoria de los sacerdotes Juan Martín de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza, dos pilares de la educación y la salud en la villa.
En 1894 dotó a la ciudad de una estación meteorológica, con los instrumentales científicos más avanzados de ese tiempo, y seguidamente le obsequió (1895) la primera planta de alumbrado público y una estación ferroviaria, que lleva su nombre.
Entonces ya había estallado la Guerra Necesaria de José Martí, y Marta, conocida por sus ideales independentistas, rechazó el título nobiliario de Condesa de Villaclara que le querían conceder las autoridades colonialistas españolas.
Junto a su esposo marchó al exilio en París y desde allí entregó grandes sumas monetarias a la independencia de Cuba. Puede afirmarse con entera razón que Marta Abreu fue la cubana que más dinero aportó a la causa revolucionaria (más de 150 000 pesos), bajo el pseudónimo de Ignacio Agramonte.
El historiador Manuel García Garófalo, en su libro Marta Abreu Arencibia y Luis Estévez Romero: Estudio Biográfico, publicado en 1925, recogió una cita de esta gran mujer que revela su inmenso patriotismo: «Dejadme. Mi última peseta es para la Revolución. Y si hace falta más y se acaba el dinero, venderé mis propiedades, y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta, y si todo eso fuera poco, nos iríamos nosotros a pedir limosnas para ello y viviríamos felices, porque lo haríamos por la libertad de Cuba».
Tanta fue la consagración a la causa independentista y su amor por Cuba, que el Generalísimo Máximo Gómez expresó: «No saben ustedes, los villareños, los cubanos todos, cuál es el verdadero valor de esta señora. Si se sometiera a una deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento».
Marta falleció en París, el 2 de enero de 1909, a consecuencia de complicaciones derivadas de una operación de apendicitis. Tenía 63 años cumplidos. Fue enterrada de manera provisional en el cementerio de Montmartre. Un mes después, su apenado esposo se quitó la vida. El 20 de febrero de 1920, los restos mortales de ambos llegaron a Cuba a bordo del vapor Flandres. Desde entonces, descansan en la tumba de la familia Abreu Arencibia, en la Necrópolis de Colón.