Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas; reciben flores y balas sobre el mismo corazón. (1)
Luz Esther «Lucecita» Benítez.
Gilberto Santa Rosa.
Danny Rivera.

Pues las cosas vienen de bien atrás. Hermanados desde el taíno aborigen, que por acá la historia dio en llamarles indocubanos y por allá persiste el fiel apelativo de borinqueños. 

Compartimos a la par el yugo hispánico, acogimos al sufrido africano quien no tardó en conjugarse con la necesaria rebeldía que en un buen 1898 nos ocurriera, quizá al unísono, librarnos de los peninsulares y resultar contrariados por la Unión de los Estados. Guajiro y jíbaro –y véase lo bien que riman–corrieron muy similares suertes en eso de habitar campiñas y originar lo genuino de respectivas nacionalidades. 

La indeleble letra con que la historia se inscribe, nos recuerda la solidaria presencia de mambises puertorriqueños en las gestas independentistas cubanas. Y de igual modo, muchos nombres aludidos con respetuosa familiaridad, como Ramón Emeterio Betances (Puerto Rico,1827 - Francia, 1898), uno de los protagonistas de la acción armada conocida como el Grito de Lares (1868), se le identifica como Médico de los Pobres y Padre de la Patria, de Puerto Rico, y que refiriéndose a su cuna y a Cuba, manifestara: «trabajar por una es trabajar por la otra». 

Pedro Albizu Campos, (Puerto Rico,1891-1965) político y líder independentista puertorriqueño, fue la figura más relevante en la lucha por la independencia de la nación boricua durante el siglo XX; mientras que Dolores Lebrón Sotomayor (Puerto Rico, 1920-2010), más conocida como Lolita Lebrón, dedicó su vida a la lucha por la independencia y la soberanía de su país y fue considerada por muchos como la Madre de la Patria. 

La musicalidad, en su condición de embajadora universal de la condición humana, nos hilvana fuertemente. Vale recordar a «Tony» Martínez ( Puerto Rico, 1920-Las Vegas, Nevada, 2002) actor, cantante y director de orquesta, al que puede adjudicársele cierta primacía entre los extranjeros portadores de la música cubana. Formó su agrupación llamada Tony Martínez and His Mambo, que en el antológico filme norteamericano Rock around the Clock, alterna el mambo y el chachachá con el naciente rock and roll, interpretado por Bill Halley and His Comets. Algo difícil de deslindar es la paternidad de memorables piezas musicales, dada su popularidad en la cancionística latinoamericana.

Ocurre con las antológicas En mi viejo San Juan y Lamento Borincano, insertadas en el oído de los cubanos desde sus primeras interpretaciones por Javier Solís y Daniel Santos, respectivamente. Y qué decir de la fraternal melomanía –en tanto que bien acogida espiritualidad rítmica– que han prodigado con sus peculiares acordes y su fervor por la Isla Grande, voces y actos de elevada simpatía como Danny Rivera, quien vistió de largo la plena puertorriqueña en refinados salones de baile; Luz Esther «Lucecita» Benítez, que comenzara su triunfal carrera artística en la década del 60 del siglo XX, una de las figuras cimeras del movimiento de la nueva ola puertorriqueña, cuya aparición en los Billboards de la época superó al interés por Los Beatles en la Isla y que en 1989 protagonizará, junto con la dominicana Sonia Silvestre y la cubana Sara González, acompañadas por el grupo Arará, la gira internacional Tres mujeres del Caribe, así como también, en marzo de 2014, interpretara más de 40 canciones en dos funciones, junto a Pablo Milanés, en el Centro de Bellas Artes de San Juan; no olvidar, eso sí, a José Feliciano,  quien desde comienzos de los 70, sin dudas despertó en muchos el interés y satisfacción por los boleros. 

El más reciente acontecimiento vinculado al culto por la música antillana lo constituyó la presencia en Cuba de Gilberto Santa Rosa.  «Para nosotros los salseros, la música cubana ha sido materia prima», afirmó el Caballero de la Salsa. Como perdurable fusión de ritmos y valorizada desde tan diversos puntos de vista, lo cierto es que conjuga inconfundibles acordes que representan las marcadas influencias de los planteamientos sonoros africanos y europeos de ambas ínsulas; e inclusive, la plena –uno de los ritmos más representativos del patrimonio musical de la nación borinqueña– acusa elementos del universo sonoro cubano.   

En el habla popular, también chocan sus manos cubanos y puertorriqueños. Resultan comunes muchas palabras y expresiones de ambas partes: acicala’o (bien arreglado, de buen aspecto), ajuma’o (borracho), bregar (trabajar, labor), chola (cabeza), chota (delator), fañoso (hablar con pronunciación nasal), fli (insecticida doméstico), gago (tartamudo), guagua (autobús), jeva (novia), jorobar (molestar), mamao, mamalón (tonto, estúpido), horita (luego o más tarde), pela’o (sin dinero), sato/sata (perro o gato que no es de raza pura; o persona muy coqueta), tostón (plátano vede frito), tosta’o (loco), trancazo (trago de bebida aguardentosa), te llamo pa’tras (devolver llamada telefónica), vacilón (relajo), umjú (forma de decir que sí con la boca llena o expresión de desconfianza) y vianda (raíz tuberosa alimenticia).  

La gastronomía igualmente constituye factor representativo de simbiosis cultural. Destacan dos hechos en las naciones aquí referidas que evidencian la importancia de considerar los libros de cocina para estudiar los procesos de formación de nacionalidad. Son contemporáneas las primeras obras sobre esta temática en ambos países: el Manual del Cocinero Cubano, del español Eugenio Coloma Garcés, publicado en La Habana en 1857; y El Cocinero Puerto-riqueño o Formulario para confeccionar toda clase de alimentos, dulces y pasteles, conforme a los preceptos de la Química y la Higiene y a las circunstancias especiales del clima y de las costumbres puertoriqueñas. 

Se suma al consabido subtítulo o bajante de la portada, como el de su más cercano antecedente, una nota, igual de extensa, que reza: «Esta obra, que contiene cuanto de selecto se encuentra en los tratados que corren con más aceptación sobre el arte en la cocina. Es la primera en su clase que se publica en este país, y de la mayor utilidad para las amas de casa y para todo el que tenga interés en conservar la salud». No especifica autor. Solo aparece: Puerto Rico, Imprenta de Acosta, 1859. Curiosamente, incluye entre sus cerca de 800 recetas la del postre Pensamiento habanero, no contenida en el manual cubano.

Muy parecidas, tanto en tipología de productos como formas de elaboración, las preferencias gustativas de cubanos y puertorriqueños, desde tiempos ancestrales: la obtención y consumo d      en sustitución del pan; la carne de cerdo asada, indispensable manjar de celebración; los arroces compuestos, emparentando clásicos de las mesas en ambas poblaciones antillanas como los Moros y Cristianos y el Congrí Oriental con el arroz con gandules; los tamales de maíz, con carne de cerdo y especiados, envueltos en hojas de la propia mazorca, al igual que el bacán baracoense (de plátano fruta o guineo rallado, mezcla a la que se añade leche de coco y carne de cerdo, envuelto en la hoja del banano) homologan en gusto, sobre todo en Navidad, con los pasteles de Puerto Rico, elaborados también a base de plátanos, especias y carnes, moldeados dentro de hojas del mismo fruto. Y hasta en la música están referidas analogías gastronómicas. Basta escuchar algunos fragmentos de la canción El menú, hecha celebridad por el Gran Combo de Puerto Rico, para sentir aludidos los modos de comer cubanos:  A mí me gusta el chivo con vino / Y el pesca’o con jugo de limón / Con pimienta y orégano el lechón / Y el arroz con jamón y tocino / Para ponerle sabor a un buen fiestón. (…) Y después que le pongan salsa / Le pongan salsa / Le pongan salsa, pa’mojá, pa’ mojá. 

Por su parte, a pesar de las varias versiones históricas sobre la creación del cóctel Piña colada, es de reconocida paternidad puertoriqueña desde mediados del siglo XX y declarado en 1978 como bebida nacional. Sin embargo, en Cuba emula por su demanda con los criollísimos Daiquirí y Mojito, resultando, en su más justa dimensión, sinónimo de grato beber que identifica a nuestro Mediterráneo tropical. 

Aliento y arenga para compartir ideales de irrefutable soberanía, basados en ejemplos lo necesariamente estratificados y asumidos como en verdad efectivos, convoca una melodía cubana a sus allegados hermanos: «Y si acaso le negaran / lo que por fuerza es de usted, / yo lo invito a volar esta vez / con el machete en las alas». (2)

No han faltado quienes aprecien mayores similitudes etnoculturales entre Puerto Rico y República Dominicana, más que con Cuba. Y no le falta razón. Sin embargo, el siempre agudo y certero pensamiento martiano arroja oportuna luz y enriquece la visión de caribeña latinidad entre dichas naciones: «De Santo Domingo ¿por qué le he de hablar? ¿Es eso casa distinta a Cuba? ¿Usted no es cubano y hay quien lo sea mejor que usted? ¿Y Gómez no es cubano? ¿Y yo que soy y quién me fija suelo? Hagamos por sobre la mar, a sangre y cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino.»(3). La ficción, que tanto anima al libre pensamiento, ¿nos permitiría, entonces, imaginar un pájaro con mucho más que dos alas? Seguro existe, en nuestro impredecible Caribe. 

(1) Fragmento del poema Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas, de la notable luchadora social y mujer de letras Dolores Rodríguez Ponce de León (Puerto Rico, 1843-La Habana, 1924). Más conocida como Lola Rodríguez de Tió, por haber contraído nupcias, a sus 22 años, con el periodista Bonocio Tió Segarra. Compartieron, además de grata intimidad, armónica unión familiar e inquietudes cívicas y culturales.

(2) Fragmento de la pieza musical Son de Cuba a Puerto Rico, de Pablo Milanés (1975).

(3) Fragmento de carta enviada por José Martí, fechada en Montecristi el 25 de marzo de 1895, al dominicano Federico Henríquez y Carvajal.