¡Frutas!, quién quiere comprarme frutas,/ mango, de mamey y bizcochuelo,/ piña, piña dulce como azúcar,/ cosechadas en las lomas del Caney... Interpretada por muchos en el mundo, la popular Frutas del Caney, del ilustre santiaguero Félix B. Caignet, constituye un pregón fabuloso, uno de esos géneros que siempre han distinguido a esta geografía que es toda música.

Surgido a partir de una entonación característica de los vendedores ambulantes, con la cual motivan a sus clientes para que les compren lo que llevan en sus canastas o carros, en el pregón se van cantando, en alta voz, frases musicales que resultan verdaderas canciones populares.

Porque tienen el don de enamorar los oídos de la gente, esta forma musical ha inspirado a no pocos compositores cubanos, quienes la han transformado en contagiosos danzones, mambos, sones, chachachás... Temas que han soportado la prueba de los años y todavía se escuchan por doquier; clásicos al estilo de El manisero, de Moisés Simmons; El frutero, de Ernesto Lecuona; y Se va el dulcerito, de Rosendo Ruiz, por solo mencionar algunos.

Todos estos autores, sin excepción, crearon sus obras atraídos por el gracioso decir de los pregoneros: desde los que se anuncian como reparadores de cocinas, máquinas de coser, bastidores..., hasta quienes amolan tijeras o venden frutas, dulces..., como en su tiempo lo hicieron personajes como Rafelito, aquel que ponía a nuestro alcance «tres cajas de fósforos por un medio, en la casa nunca están de más»; o como la ayaquera de San Luis, que nos embullaba asegurándonos que era «de la buena buena». Así, los pregoneros de ayer y los de hoy han sabido llenar de vida, música y color las hermosas calles santiagueras.