Cualquier proyecto económico que se emprenda tendrá siempre por delante el desafío de su rentabilidad; un eterno dilema entre quienes sueñan o diseñan un producto y quienes lo financian esperando que el capital en marcha rinda ganancias sustanciales. No pocos buenos proyectos han quedado a medio camino al no tomar en cuenta esta realidad factual, frustrándose iniciativas que muchas veces aportaban elementos valiosos al enriquecimiento espiritual y cultural de las naciones.

El turismo del siglo XXI -no importa de que región se trate-, sujeto a esta coyuntura, tiene que plantearse estrategias de desarrollo inteligentes que superen el conflicto ingresos económicos versus valores patrimoniales. Corresponde a los gobiernos y a las instituciones asumir políticas de desarrollo que hagan rentables las inversiones en el sector turístico, sin que estas proyecciones dañen el rico legado patrimonial e histórico que es orgullo y blasón de muchos países.

Es innegable que desde hace varias décadas organizaciones y entidades internacionales como la Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea, la UNESCO y otras de carácter regional, como el CARICOM y la Organización de Estados Americanos, entre muchas más, realizan ingentes esfuerzos y aportan recursos para tales objetivos, donde las tareas de información y concientización están en primer plano, junto a otras meritorias iniciativas para la formación de especialistas y expertos en los temas de patrimonio y la conservación de los mismos.

Pero aquí no deben terminar esos buenos propósitos. Más bien comienzan, porque corresponde a los gobiernos y sus instituciones - muy en especial las de turismo-, a quienes elaboran estados de opinión y a toda la ciudadanía, asumir con responsabilidad y racionalidad un compromiso real y efectivo a la hora de hacer económicamente viables los proyectos de perfil patrimonial que enriquecerán a sus naciones; pensando no solo en el presente, si no sobre todo en el porvenir. Tal es el reto.

José Carlos de Santiago