En la obra Guajiros, de Eduardo Abela, el artista representa con detalles el atuendo típico del campesino cubano.
La indumentaria de los jíbaros puertorriqueños es muy similar a la de los guajiros cubanos. La mujer viste una falda amplia donde se ven diversas figuras sin formas determinadas y de todos colores.
Los rasgos típicos del campesinado cubano y puertorriqueño son también visibles en otros países, aunque con sus variaciones. Podemos encontrar esas similitudes en los llaneros de Colombia y Venezuela.
En Venezuela es muy común escuchar que se hable de los llaneros
El son jarocho o el zapateado es el baile típico

Bien sabido es que el Caribe es una región pródiga en tesoros. Indiscutibles son sus valores culturales, artísticos y naturales, los cuales le otorgan un sello de distinción que despierta el interés de visitantes de todo el mundo.  Ya sea por las playas paradisiacas, los entornos prístinos, las ofertas turísticas y la oportunidad de vivir una aventura incomparable, el Caribe tienta, seduce y enamora irremediablemente. Y eso, gracias también a su gente noble y alegre, en especial aquella más modesta y sencilla.

En Cuba les dicen guajiros; en Puerto Rico les llaman jíbaros; llaneros en Colombia y criollos en Panamá... En nuestros pueblos caribeños viven personas amables y humildes, campesinos que llevan en sus hombros el desafío del desarrollo agrícola, los que a diario besan la tierra con las manos para hacerla florecer y producir.

El lingüista, músico e historiador mexicano Antonio García de León, en su libro El mar de los deseos. El Caribe hispano musical. Historia y contrapunto, asegura: «Este Caribe afroandaluz no vivió solamente de las corrientes marinas, de los aires salados y los vientos huracanados, pues en su consolidación social se desarrolló una cultura de jíbaros o guajiros,  que brotaron en todos los espacios rurales. Estos grupos sociales interiores pronto se distinguieron étnicamente, diferenciándose del resto de la población y fueron catalogados bajo nombres específicos, en general derivados del mestizaje lingüístico o el mundo de las antiguas referencias discriminatorias peninsulares, nombres que tenían que ver con su apego a las nuevas condiciones, con su carácter rural o con su pretendida ausencia de civilidad y buenas costumbres. 

Así surgieron los guajiros en Cuba, los jíbaros en Puerto Rico y Santo Domingo, los llaneros en Colombia y Venezuela, los criollos en Panamá, los jarochos en Veracruz… En mayor o menor medida, todas estas regiones al interior de los puertos, y a pesar de su relativa lejanía, comparten una cultura y un cancionero lírico y musical muy semejante entre sí. Algo común es que la mayor parte de ellos fueron también objeto de un proceso de idealización posterior, convirtiéndose en arquetipos populares del nacionalismo y el romanticismo de cada país».

En la Mayor de las Antillas

No poca polémica ha despertado la etimología u origen del vocablo guajiro en Cuba. Una de las versiones más conocidas, pero menos confiable, asegura que durante la Guerra Necesaria de 1895 el campesinado cubano se unió a las tropas libertadoras que comandaba el Generalísimo Máximo Gómez. Cuando la contienda estaba casi ganada por los mambises se desencadenó la intervención de Estados Unidos. Las tropas norteamericanas comenzaron a llamar a los combatientes cubanos War Heroes, expresión que para el oído de los criollos sonaba como guajiro. 

Hasta aquí la famosa interpretación más popularizada, la cual tiene muchas fracturas de carácter histórico, pues está claro que durante la intromisión estadounidense en la gesta libertaria cubana contra los españoles, se trató de opacar la participación de los valientes mambises, por tanto es poco creíble que los reconocieran como héroes.

La mencionada palabra era utilizada en el territorio cubano desde mucho antes. Prueba irrefutable de ello la encontramos en la obra del poeta tunero Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, más conocido como El Cucalambé. En su libro Rumores del Hórmigo, publicado en –nótese la fecha- 1856, en la décima El amante rendido, dice: «Por la orilla floreciente que baña el río de Yara donde dulce, fresca y clara se desliza la corriente, donde brilla el sol ardiente de nuestra abrasada zona y un cielo hermoso corona la selva, el monte y el prado, iba un guajiro montado sobre una yegua trotona». 

Incluso, se conoce que en 1840, en relatos de la autoría de Mercedes Santa Cruz, Condesa de Merlín,  se ofrece una detallada descripción: «Los guajiros y montoneros no se parecen en nada a los campesinos de ninguna parte».

Aunque estas no son las únicas explicaciones que existen; y sea cual sea el origen de la palabra, lo cierto es que los guajiros cubanos no solo han sido y son un pilar fundamental en el desarrollo agropecuario, sino una expresión auténtica de la identidad de la Mayor de las Antillas. 

En el aspecto cultural hay que hacer obligada referencia a los guateques, la más antigua denominación de las reuniones festivas campesinas, donde la expresión poética y musical tuvo su mayor exponente en el llamado Punto cubano. Declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, consiste en una tonada o melodía que manifiesta en décimas o cuartetas un tema, y puede derivar en amistosa controversia, con versos improvisados o aprendidos. Sin dudas estamos ante un género imprescindible, cuya herencia data del poblamiento hispano en la campiña cubana. Entre sus máximas cultoras sobresalió la cantante Celina González. El Punto guajiro tuvo su complemento en el baile conocido como Zapateo.

En cuanto a la forma de vestir, el traje común de los campesinos era único e inconfundible: pantalón y camisola amplia, acompañados de aquellos accesorios necesarios para su labor (pañuelo al cuello para retener el sudor, sombrero de ala amplia generalmente de fibra para protegerse del sol, calzado con o sin polainas y con espuelas, machete o cuchillo); la falda larga y rizada con blusa o chambra era la indumentaria más usada por las mujeres. Precisamente de esa camisola de los hombres, a la que agregaron botones, bolsillos y alforzas, manteniendo su largo, las aberturas laterales y la claridad del tejido, se derivó y apareció en el escenario rural nuestra prenda nacional: la guayabera.

Descripciones similares de esas prendas de vestir pueden apreciarse en el Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas (1836), de Esteban Pichardo, y en obras como la litografía titulada El Zapateado (1853), de Federico Miahle, donde el artista recreó esa expresión bailable, con amplios detalles del atuendo del guajiro cubano. 

En la Isla del Encanto

En Puerto Rico el término usado para referirse a los campesinos que habitan en las regiones montañosas de la isla es jíbaro, aunque en el sistema colonial de castas eran llamadas así las personas de linaje pardos o mestizos, descendientes de indígenas.  

La indumentaria de los jíbaros puertorriqueños es muy similar a la de los guajiros cubanos. La mujer viste una falda amplia donde se ven diversas figuras sin formas determinadas y de todos colores. La misma se ubica a la altura de la cintura y no termina de llegar a los tobillos. En la parte superior se coloca una camisola de cuello abierto y desbocado que tiene un volado grande en la parte superior. Sobre la cabeza se coloca un objeto de lana o de algún otro material parecido, siempre con el pelo recogido. 

El hombre también se ve regido por la relajación que desprende la utilización de su traje. Un pantalón más zapatos de vestir son los que hacen que el hombre luzca un poco más elegante, pero sin dejar de lado sus verdaderas tradiciones. La misma textura que tiene la mujer en la falda se aplica en la camisa del hombre, pero variando colores. El hombre termina su traje con la utilización de un sombrero con algún color resaltante y una cinta que lo rodea en un tono oscuro. 

A través de los siglos la música folclórica puertorriqueña se ha enriquecido de las influencias españolas, africanas y de otras islas del Caribe. Ha sido embajadora de su rico patrimonio histórico-cultural, preservado a través de la tradición oral, de generación en generación y posteriormente por la documentación investigativa. Se caracteriza por su alegría y la presencia de temas cotidianos, amorosos y religiosos.

Los géneros que más arraigo han tenido son los conocidos como el seis, orquestado con los instrumentos de la guitarra, el güiro, el cuatro y el bongó, e interpretado por trovadores que improvisan también en décimas.

Los rasgos típicos del campesinado cubano y puertorriqueño son visibles asimismo en otros países, aunque con sus variaciones. Afirma Antonio García de León que en las costas mexicanas de Veracruz, el interior panameño y el interior de Santo Domingo y Puerto Rico, los llanos adentro de Colombia y Venezuela, se encuentran repetidas y con pocas diferenciaciones «series completas de especies musicales, danzas en su mayoría zapateadas, composiciones versificadas fijas, formas comunes para el acompañamiento de la décima, instrumentos de cuerdas (en especial de la familia americana derivada de la «guitarra española» de cuatro o cinco órdenes, y de la vihuela y la bandola), así como variadas formas de percusión». 

Las similitudes se extienden a la forma de vestir, las canciones de trabajo y los cantos de arreo, las danzas, las rondas infantiles, las preferencias sonoras, los cultos religiosos, el refranero popular, las creencias, los mitos…

Independientemente de su lugar de procedencia, los campesinos del Caribe poseen rasgos que los hermanan en su diversidad: conocimiento sin igual de los secretos de la naturaleza, humildad, desenfado, hospitalidad, alegría, nobleza, gran capacidad de trabajo y sencillez. No podría ser de otra manera tratándose de  gente de alma limpia, de amaneceres y arroyo, gente de sol, de noches estrelladas… Sencillamente gente de la tierra.

Llanero

En Venezuela es muy común escuchar que se hable de los llaneros. Originalmente refiriéndose a ese pastor a caballo que se encarga de todas las tareas relacionadas con la ganadería, principalmente en la zona llana del área intertropical de la cuenca del río Orinoco, donde confluyen la tierra de Bolívar y Colombia. Es similar al gaucho en el centro de Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur, al huaso en Chile, al cowboy estadounidense, al charro mexicano y al qorilazo en Perú de finales del siglo XIX. 

Se dice que el origen del llanero, desde el punto de vista étnico, se remonta a la unión de los arahuacos, andaluces, canarios y, en menor medida, de los esclavos traídos por la Corona durante el período de la conquista. Los llaneros eran un poco nómadas, practicaban la pesca, la caza, el trueque y el comercio entre sí. Domaban caimanes, toros y padrotes con sus diferentes utensilios como la soga y el cuchillo. 

Tocan el joropo llanero, un género popular en la tierra venezolana y en Colombia, para lo cual se necesita el cuatro, el arpa, las maracas y variaciones de bandola y violín. Cantan la tonada llanera. 

A pesar del tiempo perdura el contrapunteo, una de las costumbres más antiguas y representativas del llanero.

Dos o más personas improvisan versos en rima en un duelo poético hasta que uno de los dos se quede callado. En ocasiones estos contrapunteos escalaban a tal punto de que dejaban de ser un combate de versos a uno con espadas, por lo que no era raro ver muertes en estos eventos. Los fallecimientos en un contrapunteo eran vistos como una tragedia. 

El Jarocho

Quien nace en el estado mexicano de Veracruz, específicamente en Sotavento, es llamado jarocho. Tiempo atrás, quizá se les nombraba así a los negros que usaban la jarocha o lanza, y fueron arrieros o milicianos. Luego, se les denominó  de ese modo a todas las persona de rasgos negroides y finalmente sirvió para designar a los habitantes de la costa de Sotavento.

Visten guayabera blanca con paliacate rojo al cuello amarrado al, frente, ajustado con una argolla dorada, pantalón blanco, sombrero de cuatro pedradas y botines blancos. Las mujeres también usan prendas blancas, faldas anchas con bordes y encajes.

El son jarocho o el zapateado es el baile típico, y se toca con jaranas, requinto, arpa, pandero y quijada de burro entre otros instrumentos y se baila sobre un escenario, zapateando. 

Como en casi ninguna otra forma musical de México, se unen las tres raíces étnicas: la india, la negra y la europea.

Hay sones jarochos originados en los inicios y mediados del siglo XIX que se han popularizado por todo el mundo. Entre los más conocidos están: La bamba, El colás, El toro zacamandú, Chuchumbé y La llorona, los cuales siguen interpretándose. 

También son populares los bailes tropicales de origen afrocaribeño como el danzón, que ha llegado a arraigarse al grado de ser ya tradicional.