Las tres perlas del Espíritu Santo
La ciudad del Santo Espíritu, con sus 505 años recién cumplidos, reluce todavía encantadora entre rejas y tejados, ganados y guitarras, envuelta en una magia colonial donde despuntan las obras arquitectónicas que la identifican hoy por todo el mundo: la Iglesia Mayor, el Teatro Principal y el puente sobre el río Yayabo, las tres perlas de una urbe contemporánea en su tradición.
La Iglesia Parroquial Mayor, el monumento arquitectónico más antiguo de la villa, nació junto con ella: cuentan que su primera versión la edificaron los fundadores del pueblo con madera, guano y adobe, allá por el lejano 1514, en el asentamiento original del pueblo, por la margen izquierda del río Tuinucú.
Luego, por razones económicas, los vecinos se trasladaron hasta la ribera del Yayabo y mucho después se levantó la iglesia con su estampa actual, en 1680. La catedral aparece entre las más añejas del período colonial cubano y desde lo alto de su campanario se observan hermosas vistas del paisaje y de buena parte de la ciudad.
A decir de los especialistas, la Parroquial, que tardó 80 años en ser edificada, se erige como una típica construcción del siglo XVII, con influencias del arte mudéjar o morisco, que emplea formas y técnicas árabes fundidas con la arquitectura cristiana.
Ubicado en un triángulo privilegiado para el patrimonio espirituano, abierto a los aires que soplan desde los cuatro puntos cardinales, el templo es visitado por innumerables lugareños y turistas, quienes se regodean con sus encantos.
Bien cerca, señorea imperturbable al paso del tiempo, otro de los símbolos de la identidad espirituana, el Teatro Principal. Según cuentan los anales de la villa, se edificó en apenas 11 meses, con la batuta del maestro Blas Cabrera y el resuelto apoyo de los espirituanos. Su inauguración aconteció el 15 de julio de 1839, lo mismo para el disfrute de funciones con aficionados que de las mejores compañías bufas del país y artistas de renombre internacional.
En el coliseo aún parece desbordarse aquella pasión diabólica del violín ya decadente del afamado Brindis de Salas; resurge el vals sobre olas moribundas del mexicano Juventino Rosas; y a hurtadillas se asoman auténticos fantasmas desde el saco del actor cubanísimo José Antonio Rodríguez.
Considerado en su tiempo entre los exponentes más significativos de la arquitectura colonial con su estilo neoclásico, y auténticos palcos y lunetas, el Teatro Principal tuvo momentos de decadencia, por suerte dejados atrás hace unos años con su última reparación que lo convirtió en un coliseo moderno y de excelencia.
Pintado de azul tierno, con detalles en blanco y la carpintería beis, como lo devuelven las fotografías en su época de esplendor, ahora se encuentra climatizado, con tecnología de punta en su equipamiento y un amplio diapasón de posibilidades para diversos tipos de presentaciones en cartelera.
A su lado, el puente eterno sobre el río Yayabo, soberbio a pesar del paso del tiempo, único de su tipo en la Isla. Construido entre 1817 y 1831 con la dirección de los maestros albañiles Domingo Valverde y Blas Cabrera, naturales de Andalucía, esta especie de paréntesis abraza los dos hemisferios de la villa y surca de una ribera a otra el cauce que le da nombre.
Cuando corrían aquellos tiempos distantes de aguas cristalinas y seductoras, de márgenes sombreadas por pomarrosas, surgió este viaducto concebido con la más absoluta sencillez: a base de ladrillos desnudos, cal y arena de la comarca, al parecer revestidos con destellos de eternidad porque esa obra arquitectónica cada vez alcanza más celebridad, con sus cinco arcadas monumentales de medio punto y un marcado estilo románico.
En los lindes mismos del Centro Histórico, donde armoniza con el paisaje urbano que más distingue a esta tierra, impresiona el viaducto de altura superior a los 9 m y un largo de unos 85 m. La obra, reconocida en 1995 como Monumento Nacional, ha sido inspiradora de poetas y pintores, además de atesorar mitos populares, como el de los apasionados que defienden la hipótesis de que su fortaleza y resistencia se relaciona con el supuesto empleo de un mortero contentivo de leche de cabra o sangre de toro.
El viejo puente ha soportado estoicamente el ajetreo de una ciudad de más de 100 000 habitantes, crecidas antológicas, el tráfico peatonal y automovilístico impuesto por la modernidad. Aires melancólicos e ingenuos rondan a este horcón imperturbable del tiempo y de la vida.