Serafín Sánchez, puerto entre dos ríos poderosos
El Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, considerado el más grande de los espirituanos, no pudo menos que responder con firmeza a su padre los reproches amargos por los que consideraba irresponsabilidades económicas del hijo con el patrimonio familiar, mientras permanecía en el exilio de Santo Domingo: «... nada agradable y venturoso he conseguido, pero me basta con la satisfacción de mi conciencia (...) Para llegar al bien es indispensable marchar antes por encima de las espinas del camino. Jesucristo, para ser Dios entre los hombres, tuvo que subir al Calvario. Esta es la ley de los buenos y no otra».
Descendiente de un hogar con abolengo, atrás había dejado la infancia y la juventud sosegadas, los estudios, el ejercicio de la agrimensura y el magisterio porque no gustó del refugio económico paterno, y con solo 22 años, en febrero de 1869 acudió al repique de las campanas de Carlos Manuel de Céspedes y se levantó en la finca Los Hondones, al frente de unos 40 hombres, para luchar también por la independencia de Cuba.
En la década del 70 del siglo XIX, junto a un grupo de insurgentes villareños, se trasladó al Camagüey, donde no solo combatió sino que enseñó lectura y reglas del conocimiento humano, recitó con voz cálida Los poetas de la guerra y permaneció al lado del Mayor Ignacio Agramonte hasta su último día.
Luego, junto al Generalísimo dominicano Máximo Gómez, se cultivó aún más como soldado en la invasión a Las Villas y se mantuvo en armas hasta firmado el Pacto del Zanjón, que puso punto final a la guerra de 1868. Durante algún tiempo refrenó las inquietudes guerreras con el definitivo amor por su prima Josefa Pina, única mujer reconocida en su vida.
Distintos historiadores modernos lamentan la considerable ignorancia que todavía se palpa alrededor del espirituano que participó en las tres guerras por la independencia, se fundió como eslabón imprescindible entre los llamados «pinos nuevos» que intentaban reorganizar la Guerra Necesaria de 1895 y los veteranos de la contienda anterior, además de merecer la amistad de José Martí y del generalísimo Máximo Gómez.
Primero en Santo Domingo y después en Estados Unidos escribió encendidos artículos políticos y versos patrióticos. Ya en Cayo Hueso aportó toda su cordialidad, sensatez y tacto para limar asperezas entre los emigrados; e impulsar a Martí a escribirle a Máximo Gómez y a los demás jefes de la guerra pasada, para juntos luchar por la independencia de la Patria.
El Apóstol y Serafín desplegaron una febril correspondencia, que sumó un centenar de cartas y cablegramas donde el Héroe Nacional le dedicó un tono amistoso, atento y cariñoso, que a la política sumó asuntos de trabajo, estados de ánimo, problemas de salud, penurias económicas.
Ambos se encontraron varias veces en la emigración, recorrieron juntos los clubes de cubanos y el Maestro acudió al veterano cuando arreciaron las dudas en torno a sus posibilidades guerreras: «¿Por qué, con su mano de jefe, no me le das un revés a esa picardía, no pinta mi alma militar (...)? A ver, Serafín, sea mi padrino de armas».
Con su concurso, Martí y Gómez, símbolos de dos generaciones guerreras, fueron acercándose hasta el encuentro definitivo que los fundió en el desembarco por Playitas para iniciar la Guerra Necesaria. Así, al decir de uno de sus contemporáneos, Serafín como un puerto en la confluencia de dos ríos poderosos, recibió la corriente de ambos y pudo admirar la pureza de aquellas aguas.
Después de 15 años de destierro volvió Serafín a calzar su bravura en los campos de Cuba, pero le quedó tiempo para llegar a Dos Ríos, donde había caído en combate el Apóstol: «... allí me llevaron con fuerza irresistible las ansias vehementes de mi corazón (...) Fui al calvario de José Martí como va el creyente sincero a arrodillarse delante del Dios de los ideales santos de su religión».
Apenas unos meses después, pasadas las cinco de la tarde de aquel 18 de noviembre de 1896, el espirituano cayó en combate en el conocido Paso de las Damas. Su tropa trasladó el cadáver para darle sepultura «en la más triste marcha que la luna ha alumbrado, en un silencio cruel que solo el llanto de los hombres interrumpía», mientras que Máximo Gómez categórico aseguró: «Si la fe en el triunfo de la Revolución pudiera morir con un hombre, habría muerto con el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia».