Un historiador nacido en las profundidades del mar
Teodoro Rubio Castaño cuenta que en 1994 viajó por primera vez a Santiago de Cuba, con el propósito de bucear en las proximidades de la bahía, donde fue hundida la flota de Cervera. Pero no pudo, dice, porque carecía de la información requerida. Por un golpe de suerte, el último día de su estancia en Cuba, después de buscar en vano en librerías y mercados callejeros, conoció un viejito que le ofreció “tres libros muy buenos” y se los llevó hasta el aeropuerto. Desde entonces nunca más dejó de leer sobre el tema. Volvió a la Isla todos los años, salvo cuando nació su hija, dice. Ya acumula 27 viajes a Cuba. Ahora es un respetado experto en el patrimonio subacuático santiaguero. Conoce como nadie los restos de aquella flota enviada a Cuba en 1898, con la finalidad de proteger su última posesión en América de las conocidas apetencias de Estados Unidos. En julio de este año fue uno de los invitados especiales a la inauguración de la exposición “Sumérgete en la Historia”, patrocinada por la UNESCO, que contó con más de 30 fotografías de sitios emblemáticos del patrimonio cultural subacuático en diferentes partes del mundo. Fue montada en el Castillo de San Pedro del Morro, con motivo de cumplirse 115 años del combate naval de Santiago de Cuba. Teodoro es también uno de los protagonistas de la serie documental Cuba, 1898: una isla entre dos imperios, del director, Omelio Borroto. Fue el encuentro casual con Borroto, mientras hacía sus filmaciones submarinas, lo que propició su vínculo con ese proyecto, del que ha sido –según dice con notable modestia- “una especia de asesor”. En realidad, a lo largo de casi 20 años Teodoro Rubio estudió intensamente toda la bibliografía a su alcance sobre la Guerra hispano-cubano-americana. Y, sobre todo, fue una pieza clave para conseguir el apoyo de la familia Cervera a las filmaciones submarinas, la parte más costosa. Ha escrito –parafraseando al fotógrafo Vicente González- que esos pecios “no son simples trozos de acero, son parte de nuestra Historia”, por eso él los protege y venera, como reliquias históricas. Publicaciones de todo el mundo lo invitan a narrar su extraordinaria aventura cubana. Es un motivo de orgullo para la revista Excelencias tener hoy, en las páginas que siguen a esta presentación, la valiosa colaboración de Teodoro Rubio Castaño.
El parque, que permite al turista poder sumergirse en la historia que en él se guarda, cuenta con la adhesión a la convención de 2001 de la UNESCO, que establece principios básicos para la protección del patrimonio cultural subacuático, y prevé un sistema de coordinación internacional y unas normas prácticas para la investigación del patrimonio cultural sumergido.
Esa adhesión, además, impide el expolio o dispersión y garantiza la conservación de ese patrimonio in situ y su preservación para el futuro. La relación que mantiene el que suscribe con estos hechos y lugares, desde mi experiencia personal como submarinista y especialista tanto en el buceo como en los avatares de tan malograda Escuadra, me permite afirmar que, para mí, el parque arqueológico es, sin duda, “Una inmersión en la Historia”.
Los pecios de Santiago de Cuba Las playas de la Mula en la desembocadura del río Turquino, Juan González, Buey Cabón, Rancho Cruz, Mar Verde y la bahía de Santiago constituyen el parque arqueológico en los que yacen, con diferentes grados de conservación y colapsados por el tiempo y por la historia, los restos de la que fuera la temida Escuadra de Operaciones de las Antillas: los cruceros acorazados Cristóbal Colón, Vizcaya, Almirante Oquendo, (el buque insignia, el Infanta María Teresa, no se encuentra en aguas cubanas, está hundido el Cat Island Bahamas, pues se fue a pique mientras que era trasladado por los norteamericanos a una de sus apostaderos como trofeo de guerra), los contratorpederos Furor y Plutón y carbonero norteamericano Merrimac, con el que pretendían éstos bloquear la rada santiaguera y así embotellar a la Escuadra Española.
Es un verdadero privilegio disfrutar hoy de las inmersiones en estos pecios del siglo XIX frente a la cordillera de la Sierra Maestra, en aguas cálidas, trasparentes, en un entorno de espectacular belleza y de nombre tan sugerente como es el mar Caribe.
Quiero destacar el pecio del Crucero Cristóbal Colón, ya que fue el que me trajo por primera vez a Cuba en el ya lejano 1994, y es sin duda el que me unió y de alguna manera selló mi destino al de esta Escuadra. Es sin duda la joya de la flota hundida.
Me parece maravilloso la forma que describió el buceo en el crucero Colón el comandante Cousteau en su documental “Cuba las aguas del destino”: “Atravesando la barrera del tiempo, flotamos sobre la irreconocible chimenea que impulsó al Colón en una carrera por la supervivencia, que estaba perdida de antemano. Perseguido, el pesado crucero, acabo sucumbiendo”.
Este acorazado de segunda clase, construido en los astilleros Sestri Ponenti de Ansaldo en Génova, Italia, y botado el 16 de septiembre de 1896, fue comprado por España ante la inminente guerra con los Estados Unidos. Era un navío de la clase Garibaldi, portento de la tecnología de su época, su velocidad de 21 nudos y su coraza de acero níquel eran sus principales virtudes, pero su talón de Aquiles fue sin duda combatir sin sus cañones principales, de proa y popa, dos cañones Amstrong de 254 mm, por no tenerlos instalados al declararse la guerra.
Durante el combate naval, el Colón consiguió escabullirse y, gracias a su velocidad, se dirigió hacia el oeste a lo largo de la costa, con el vano afán de su capitán Díaz Moreau de escapar de sus perseguidores. Al agotarse el carbón de calidad 1, comenzó a disminuir velocidad y la escuadra enemiga acabó alcanzándolo, con cinco impactos menores en la banda de popa. Díaz Moreau decidió embarrancarlo, ordenó arriar bandera y abrir las válvulas de sentina. Impidió así que los norteamericanos se adueñaran de la nave y regalándole a los submarinistas un pecio simplemente maravilloso.
A las 13:30 h de aquel fatídico 3 de julio de 1898 el Colón era el último buque en arriar bandera española. Paradójicamente un crucero bautizado con el nombre del Almirante Cristóbal Colón, construido en la misma ciudad donde, según algunos, había nacido el insigne navegante genovés que descubrió aquellas tierras para la Corona Española. Se cerraban así 406 años de presencia de España en América.
El pecio del Colón se encuentra al oeste de la desembocadura del río Turquino a unas 48 millas náuticas de la bahía de Santiago de Cuba y a unos 64 metros de la costa. Sus restos se encuentran orientados de popa a proa, tomando como referencia la fe de crujía del pecio, a los 186º al sur-suroeste, y a una profundidad entre 9 m la popa y 32 m la proa. Además de la impresionante visión del pecio, especialmente su imponente proa orientada al mar, pueden verse esparcidos, en su perímetro circundante, anclas, chimenea, proyectiles y herrajes. Para mí, la modalidad del buceo en pecios me parece la más emocionante.
Visitar un barco hundido siempre conlleva el imaginar qué personas pasearon por sus cubiertas y camarotes, ahora desiertos, oscuros y tenebrosos. Profanando ese entorno misterioso, esa oscuridad impenetrable, sólo rota por el haz de nuestra linterna, con la curiosidad como guía a cada golpe de aleta, y como único sonido nuestra respiración, en ese laberinto submarino, convertido ahora en morada de los peces.
Otro aliciente es conocer su historia, ¿Cómo, cuándo y porqué se hundió?, su trágico final en algunos, en otros no. No es lo mismo sin duda el caso de un pecio precedido de un naufragio, que aquél que sumerge a propósito para la práctica del buceo.
Sin llegar a obsesionarse, como me pasó a mí, importa mucho conocer su historia. Y no hablemos del pecio del Colón, hundido en un combate naval a finales del XIX frente a los poderosos Estados Unidos de América.
Quizá esa curiosidad innata me llevó a investigar qué significa aquel barco español hundido en aquella solitaria playa. Así comenzó para mí esa “Inmersión en la Historia”, que se culminaba el pasado 3 de julio. Sin duda, es un honor y un orgullo para mí que las autoridades cubanas me hayan acreditado como especialista en el grupo de Gestión y Manejo del Patrimonio Natural y Cultural Subacuático (CUBASUB), en reconocimiento a los años de trabajo a favor de la protección y conservación del Parque Arqueológico “Batalla Naval de 1898”, y también como Investigador Especialista de la “Guerra Hispano Cubano Norteamericana de 1898”.