Sí, la Isla de la Miel existe y realmente es un paraíso natural sin ninguna clase de vehículo, ni siquiera animales de tracción, sólo flora y fauna autóctona. Donde vive gente, poca, pero no tiene calles pavimentadas, sólo sendas de arena marítima. Donde te puedes alojar pero no hay hoteles, sólo pequeñas posadas de madera y algún camping.

¿Dónde está ese paraíso¿ ¿Cómo poder ir?. Te cuento como fui y sacas tus conclusiones. Brasil más que un país es medio continente donde cada uno de sus estados ocupan superficies inmensas, como Paraná que es el doble de grande que Portugal. Por el sur Brasil se estrecha y el estado de Paraná lo abarca de parte a parte, al oeste limita con Argentina. ¿Y sabes cuál es su frontera?... Ni más ni menos que las Cataratas de Iguazú, la maravilla de las maravillas, por el este tiene el Océano Atlántico y allí, en todo el medio de su franja litoral, está la Isla de la Miel. Si la isla puede ser maravillosa, el viaje de ida es alucinante. Resulta que la capital de Paraná es Curitiba, una bonita y limpia ciudad que se encuentra en una meseta a 900 metros de altura. Este es el punto de partida para agarrar el autobús o el tren que nos llevará al litoral cruzando la Sierra del Mar. El viaje en tren no tiene parangón, sin duda uno de los trayectos ferroviarios más interesantes del mundo.

La línea férrea se construyó en 1880 y desde entonces su trazado y características no han cambiado. Para cubrir 100 Kms., el tren tarda 3 horas pero el objetivo no es llegar pronto sino disfrutar de un paisaje espectacular que nos pasea desde los bosques de araucarias del altiplano hasta la selva subtropical de las montañas y franja litoral. Atraviesa 13 túneles y parece atravesar otros tantos túneles de vegetación, cruza 67 puentes pero a veces más que cruzar parece volar porque va literalmente colgado del precipicio. El tren sale de Curitiba a las 8h 15 y llega a Morretes a las 11h 15. Morretes es un precioso pueblecito colonial donde comí el mejor “barreado” (un plato típico) y desde allí se tiene que agarrar un autobús hasta la cercana poblaciónde Paranaguá, de donde salen las barcas hacia la isla.

La travesía dura una hora y media y cuesta 10 €, es muy bonita porque bordea lindas bahías y  anglares. A la llegada, arrastré mi pequeña maleta por la “calle” de arena hasta mi posada (Treze Luas), si hubiese llevado más equipaje toca contratar un porteador. La posada está cerca de la Praia do Farol. Y como aún hay sol me voy hacia el faro, que como no podía ser de otra manera está estratégicamente colocado en un promontorio.

Desde allí observo la isla entera que tiene forma de un 8 irregular, siendo la parte de arriba un mucho más extensa que la de abajo. Una isla de película En los restante días recorreré andando o en bicicleta de alquiler sus playas prácticamente desiertas en noviembre y demás meses, excepto diciembre y enero, temporada vacacional en Brasil cuando la cosa cambia y por su belleza están acudiendo demasiados visitantes. Ahora es un placer, una aventura al estilo “Robinson” pues las sendas están solitarias, las aves no huyen a mi paso y sólo oigo el sonido del mar. Por el norte llego a un fuerte edificado en el siglo XVIII que me recuerda las películas de piratas, le llaman “Fortaleza de Nuestra Señora de los Placeres” - ¡Miel, placeres…vamos bien! - y hago fotos a los cañones, y subo al montículo que hay detrás desde donde se divisa toda la parte preservada a la visita. La isla está administrada por el Instituto Ambiental do Paraná que intenta proteger todo el lugar por lo que una gran parte está totalmente preservada del turismo y la otra conservada.

Otro día me voy hacia la parte sur que llaman de Las Encantadas porque su punta termina en una gruta a orillas del mar donde, según las leyendas, las sirenas hacían de las suyas a los pescadores. Atravieso playas kilométricas sin nadie, al único humano que me cruzo le pido que me haga una foto porque “ver para creer” lo que digo. Encuentro una zona de enormes piedras redondeadas a la orilla del océano que dificultan mi camino pues al otro lado lindan con un bosque impenetrable, hasta que encuentro una minúscula senda abierta por entre una especie de túnel en la vegetación. Y hasta Las Encantadas disfruto de la soledad de la naturaleza virgen que hace que no te encuentres solo porque me satisface los sentidos, porque me hace sentir un privilegiado disfrutando de esos momentos únicos y escasos en nuestra civilización.

¡Ah!. Le llaman Isla de la Miel porque los indios carijós que la habitaban apreciaban el producto delicioso que las abejas producían en un entorno tan florido. Siglos después, marineros retirados que vivían en la isla seguían sacando miel de especial dulzura para consumo propio y parte que vendían para completar sus menguados ingresos. Pero el concepto que el lector está pensando desde el principio sobre que pueda ser un lugar donde tener la más dulce estancia es sin duda muy apropiado, totalmente apropiado, ¡palabra de miel!.