Colombia qué chèvere!
Colombia combina todo lo que Sudamérica tiene para ofrecer. Es una tierra de contrastes — los Andes y el Amazonas, las montañas y el desierto, el Caribe y el océano Pacífico, las ciudades vibrantes y el idilio rural—.
El cuarto país más grande de América del Sur es como una caja de sorpresas llena de maravillosos sabores: huele a café, guarapo y zumos recién exprimidos de frutas que uno como europeo probablemente nunca ha visto. Huele a gambas a la parrilla, sustanciosas salchichas y a carne bien condimentada.
Colombia se destaca por la diversidad, la hospitalidad y una sonrisa encantadora. A la gente, que por lo general es de un buen humor sorprendente, en la calle se le puede escuchar decir „¡Qué chévere!“. Lo dicen cuando encuentran algo estupendo. Y eso sucede muy a menudo.
Sentada en un cayuco, en el infinitamente largo Amazonas de color marrón, el río más caudaloso de la tierra, en el sur del país sudamericano, veo ante mí retozando delfines de ríos rosados, y más tarde, en una isla que lleva su nombre, monos capuchinos. Como bebés, los monos se apegan a los visitantes. Oigo, además de los sonidos de monos, los de las ranas, y gritos de loros desde la selva. Ante mí se hallan niños con sonrisas amplias del pueblo indígena de Ticuna, que viven en el triángulo donde se topan las fronteras de los tres países: Colombia, Brasil y Perú.
Colombia tiene mucho que ofrecer tanto en paisajes como culturalmente: desde el esplendor colonial de la ciudad portuaria de Cartagena hasta la selva tropical de la Amazonía. Desde las playas vírgenes de la costa del Pacífico hasta la costa de montañas más alta del mundo en la Sierra Nevada de Santa Marta. Desde el paisaje de los cultivos de café con las ciudades de Armenia, Pereira y Manizales hasta las urbes bien estructuradas de Bogotá y Medellín, es la meca de naturalezas de exploradores.
Bogotá mágico Generalmente los viajeros planean sus giras por el país desde Bogotá, la metrópolis de ocho millones de habitantes, ya que la capital tiene la mayoría de las conexiones por vuelos nacionales. La mejor vista de la capital, ubicada a 2 600 metros sobre el nivel del mar, la ofrece la montaña de Monserrate. Su cumbre es 600 metros más alta que Bogotá y situada a sólo unos minutos mediante el funicular de la ciudad. La noche es mágica aquí: la ciudad es como una inmensa alfombra de luces a los pies de los visitantes asombrados.
Da la impresión de que sus fronteras se extienden hasta el infinito. En el centro de Bogotá, el „Museo de Oro“, con más de 30 000 piezas de oro de la época de los incas, y el popular museo Esmeralda, son más populares puntos de parada para explorar la ciudad, debido a que son testigos de la inmensa riqueza de los antiguos gobernantes coloniales españoles y de la historia de América del Sur. Alrededor del Museo de la Esmeralda, cuyo interior se asemeja a una brillosa y congelada zona de alta seguridad, muchas tiendas ofrecen estas codiciadas piedras. Por las calles laterales deambulan contrabandistas que muestran a los transeúntes sus esmeraldas.
Pero es mejor evitar esas ofertas supuestamente baratas. El diab ólicamente caliente Desiert o de la Tatac oa Un vuelo de poco menos de una hora, de Bogotá a Neiva, lleva a los turistas al corazón del país. El rasgo característico de esta región es su clima cálido, que algunos incluso lo perciben como diabólicamente caliente“.
A partir de aquí es sólo un corto camino hasta el Desierto de Tatacoa, que mide 330 kilómetros cuadrados y surgió a causa de la erosión. Con sus agaves, cactus gigantes y hombres que usan sombreros de vaquero, la zona semeja un telón de fondo de una película del oeste. En medio de este escenario aparece un observatorio astronómico, muy concurrido de noche. Con pocas miradas a través de grandes telescopios queda claro lo pequeño que somos en comparación con el universo. Esta impresión perdura durante la cena bajo millones de estrellas. Sólo las grandes cantidades de carne a la parrilla, que los agricultores traen rápidamente de sus fincas, lo acercan a uno de nuevo a los placeres terrenales.
En el corazón de Colombia se ubican también los tres departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. Juntos forman el paisaje de cultivo de café de la región andina al oeste de la capital, Bogotá. La naturaleza pródiga está haciendo su parte para abastecer a los productores de los suaves granos de arábica que son populares en todo el mundo. Desde la perspectiva colombiana, esta popularidad comenzó hace 200 años, cuando el libertador Simón Bolívar declaró al café como la bebida nacional.
Cartagena , Islas del Rosari o y Taganga Un vuelo de hora y media a Cartagena de Indias, vía Bogotá, lleva a los viajeros a un mundo completamente diferente. Mujeres vestidas de colores y orgullosas de sí mismas venden allí sus frutas de cestas con preciosa decoración, delante de los antiguos palacios. „¿Una foto mía? ¿¡En qué piensas!?”, me grita una de las damas. “Primero tienes que comprarme algo“. Cuando le compro cuatro plátanos, tres melones, cinco mangos y diez naranjas, ella tapa su rostro alegre con su abanico negro. Nada de foto. Karl Lagerfeld no lo podría haber hecho mejor.
Por la noche, desde la terraza del techo del „Café del Mar“, tomando una cerveza, la mirada pasea por los viejos cañones dirigidos a mar abierto, un recuerdo del pasado colonial. El casco histórico casi perfectamente conservado se asemeja a La Habana, capital de Cuba, y se encuentra, al igual que aquella, bajo la protección de la UNESCO. A quien no le agrada el clima caliente y húmedo de aquí, puede refrescarse en las „Islas del Rosario“ practicando buceo y snorkeling. Aunque la recuperación allí no es muy atractiva, a 200 dólares por noche, sin desayuno. Pero la atmósfera digna en pequeños rincones discretos con playas privadas, muebles de ratán y jabones naturales en el baño va a impresionar a los románticos y mantenerse en su mente durante mucho tiempo. Más barato, pero también por varias categorías más simple, son las pequeñas Posadas, en el norte del país. Por ejemplo, en el pueblo de pescadores de Taganga, cerca de las montañas más altas de Colombia, en el área de Santa Marta. Aunque es mucho más barato, la calidad del pescado y camarones en los muchos cafés de calle de la ciudad no disminuye. Con entusiasmo y vitalidad, mochileros y portadores de dreadlock muestran de lo que son capaces musicalmente durante el día en las carreteras del litoral. De noche, los cerros de Taganga se transforman con sus discotecas al aire libre y bares de música en un bastión de fiestas ágil y moderno. Un entusiasmo contagioso por la vida llena la noche. „¡Qué Chévere!“, simplemente genial aquí, gritan los jóvenes. “¡Que Chévere!”, esto se puede decir de toda Colombia, cuando cierro los ojos.