A 190 AÑOS DE SU CONSTRUCCIÓN, EL TEMPLETE HA SIDO RESTAURADO PARA CONMEMORAR EL ADVENIMIENTO DEL MEDIO MILENIO DE LA FUNDACIÓN DE LA OTRORA VILLA DE SAN CRISTÓBAL DE LA HABANA

Como parte de «un movimiento perpetuo de acciones y obras» liderado por la Oficina del Historiador de la Ciudad para conmemorar el advenimiento de su medio milenio de existencia, La Habana se viste de gala con la restauración de importantes monumentos. Tal es el caso de El Templete, el pequeño templo grecorromano que fue tocado por última vez en el año 1928.
El pasado 16 de noviembre de 2017, con motivo del aniversario 498 de la fundación de la ciudad, a dicho recinto se le restableció su espacio original. Se amplió el perímetro siguiendo la huella arqueológica, que otrora se le restó importancia, con el fin de ampliar la calle Baratillo, la cual se convirtió en una especie de plazuela frente a la Plaza de Armas. También fueron restaurados los cuadros originales de Jean Baptiste Vermay. En esta celebración el doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, expresó: «La Habana es ahora y será, sin lugar a dudas, más bella. Vengan ciclones, vientos, proscripciones y encierros, siempre seremos capaces de salir, romper el muro y salir adelante. Esa es la historia del árbol y es la historia de nosotros. Es como el árbol de la vida, a su sombra nos refugiamos».
A este monumento acuden los habaneros cada año para dar tres vueltas al tronco de la ceiba en contra de las manecillas del reloj y pedir igual número de deseos. El majestuoso árbol sagrado representa para los africanos a Iroko, habitáculo de los espíritus; para los criollos, símbolo de fe al que la tormenta y el rayo respetan; y para los españoles, árbol de la infamia donde eran condenados los esclavos y criollos a expiar sus faltas con cien latigazos.

La Ceiba
Bajo una ceiba se celebró, el 16 de noviembre de 1519, la primera misa y el primer cabildo cuando, en esa fecha, La Habana se asentó en su emplazamiento actual. La planta original, situada en el lado noroeste de lo que sería la Plaza de Armas, dio cobija a los fundadores de la villa. El legendario árbol debió ser reemplazado, de modo que, en 1754, cuando se erigió allí una columna conmemorativa, ya este no existía. Entre 1755 y 1757 se sembraron tres ceibas. De ellas, dos se secaron al poco tiempo y la tercera sobrevivió hasta 1827, cuando fue talada para facilitar la construcción de El Templete. Otras tres nuevas se plantaron al año siguiente y de ellas solo arraigó una, que al parecer, duró hasta 1959.
El 15 de marzo de 2016 se erigió en El Templete una nueva ceiba, de 15 años de antigüedad y con 8 m de altura aproximadamente, que en abril de 2017 fue sustituida por una de ocho años y unos 6 m, ocasión en la que el doctor Leal afirmó: «Sucesivas generaciones plantaron sucesivos árboles, el nuestro que aparece ahí es el del 500 aniversario y ha de dar sombra a los vecinos, al pueblo, a las autoridades, a la nación, en los próximos años».

La Columna Cagigal
En 1754, para evocar aquella primera misa, el Gobernador General de la Isla, don Francisco Cagigal de la Vega, hizo erigir una columna conmemorativa. Con tres caras que representan la división territorial de la colonia en igual cantidad de provincias, estaba coronada por una imagen de la Virgen del Pilar. En ella estaban inscritos dos textos, uno en latín y otro en castellano antiguo. Este último decía: «Fundose la villa de La Habana el año de 1515, y al mudarse de su primitivo asiento a la ribera de este puerto el de 1519, es tradición que en este sitio se halló una frondosa ceiba bajo de la cual se celebró la primera misa y cabildo: permaneció hasta el de 1753 que se esterilizó. Y para perpetuar la memoria, gobernando las Españas nuestro católico Monarca el señor Dn. Fernando VI, mandó erigir este padrón el señor Mariscal de Campo Dn. Francisco Cagigal de la Vega, del orden de Santiago, Gobernador y Capitán General de esta Isla, siendo Procurador General Doctor Dn. Manuel Phelipe de Arango. Año de 1754».
La inscripción latina fue sustituida en 1903, al restaurarse la columna, por otra cuyo texto es una versión del antiguo realizada por el doctor Juan M. Dihigo, profesor de la Universidad de La Habana y reza: «Detén el paso caminante; adorna este sitio un árbol, una ceiba frondosa, más bien diré signo memorable de la prudencia y antigua religión de la joven ciudad (…). Fue tenida por primera vez la reunión de los prudentes concejales hace ya más de dos siglos: era conservado por una tradición perpetua; sin embargo cedió al tiempo. Mira, pues, y no perezca en lo porvenir la fe habanera. Verás una imagen hecha hoy en la piedra, es decir, el último de noviembre de 1754».
En el primer frente del triángulo de la columna, que mira al Naciente, hay un relieve del tronco de la que se supone sea la primera ceiba, que aparece con las ramas cortadas y carente de follaje. Con el paso del tiempo, la columna fue desgastándose hasta quedar en un estado deplorable.

El Templete
En 1827, debido al deterioro que sufría la columna Cagigal, el Gobernador y Capitán General de la Isla, don Francisco Dionisio Vives, decidió restaurarla y erigir además un monumento mayor. Vives encomendó a su secretario político, Antonio María de la Torre y Cárdenas, los planos y trabajos necesarios para lo que contó con el apoyo de José Rodríguez Cabrera, regidor del ayuntamiento. La columna se colocó sobre cuatro gradas circulares de piedra y se reemplazó la imagen de la Virgen del Pilar que la remataba por otra dorada a fuego. Dentro del recinto cerrado por las verjas que circundan el Templete quedaron incluidas la ceiba y la columna de Cagigal.
Edificado en solo cuatro meses, El Templete acoge tres obras del pintor francés Jean Baptiste Vermay. Concebido también para homenajear a la reina Josefa Amalia de Sajonia, guarda en una urna de mármol, ubicada en el centro del salón, las cenizas de Vermay y las de su esposa. Es el más pequeño de los edificios de la Plaza de Armas, y la primera obra civil de carácter neoclásico de la ciudad. Su elegante sencillez y atinadas proporciones le confieren monumentalidad a la fachada, en cuyo frontón se lee una inscripción conmemorativa a su inauguración: «Reinando el señor don Fernando VII, siendo presidente y gobernador don Francisco Dionisio Vives, la fidelísima Habana, religiosa y pacífica, erigió este sencillo monumento decorando el sitio donde el año de 1519 se celebró la primera misa y cabildo. El obispo don Juan José Díaz de Espada solemnizó el mismo augusto sacrificio el día diez y nueve de marzo de mil ochocientos veinte y ocho».
En su apertura, ofició la misa el Obispo Espada con la asistencia del Capitán General y las principales autoridades militares, civiles y eclesiásticas, así como los vecinos más notables de la villa. Pobres y ricos celebraron por igual, hubo una ascensión aerostática, funciones teatrales, recepciones y saraos en los palacios, bailes públicos y privados en los que se derrochó una fortuna. Vives «prestó gran atención a tres elementos fundamentales de la política colonial: baile, baraja y botella. Pueblo que se divierte, no conspira…». Las fiestas tuvieron un carácter político, encaminado a distraer al pueblo de las luchas emancipadoras que se libraban en el continente y a exaltar la paz, la seguridad y la prosperidad que disfrutaban «los fieles cubanos bajo el imperio de las leyes y del suave y paternal gobierno de Su Majestad».