Cuando en 1817 la corona española eliminó las restricciones comerciales sobre el tabaco, dejó de consumirse el rapé y se puso de moda la costumbre de fumarlo torcido, en la capital de la Isla, aparecieron cientos de talleres o tabaquerías domésticas, directamente en las viviendas. La calidad de los habanos fue conquistando el mercado mundial y de aquellas pioneras producciones a escala familiar, se pasó a las grandes manufacturas, que se levantaron en medio de la ciudad misma.

Fidel Castro y el Che Guevara, fueron grandes aficionados al Habano y contribuyeron a aumentar su mística. La capacidad seductora de ambos revolucionarios y su liderazgo eran en sí mismos dos grandes focos de atención y al seguirlos día a día, la opinión pública también percibió, la afición de los rebeldes por el tabaco. Salvando las diferencias y distancias, igual favor prestó en su tiempo Sir Wiston Churchill, quien como se ve en casi todas sus fotos públicas, se hizo acompañar en repetidas ocasiones de un Habano. Por azar, grandes personalidades del mundo, revelaban para el famoso producto cubano algún otro poder, cual lauro atraído por hombres nacidos para vivir en el epicentro de los sobresaltos. Mas para llegar a ganar ese reclamo de connaturalización con la historia viviente, el cigarro de la mayor de las Antillas se vio obligado a recorrer un camino que le acarreó siglos. Las tierras limítrofes con la joven Habana eran ideales para otros cultivos, no para la planta que dio la bienvenida a los colonizadores y proporcionaba la materia prima a los sorullos que fumaban los indígenas. El tabaco fue mascada, rapé, picadura, andullo, cigarro. Y en el empeño por ampliar las perspectivas de lo que pintaba como floreciente negocio, se fueron develando día a día los entrecejos de sus mil secretos. Allí, en la llamada Vuelta Abajo, que es la zona más occidental de la Isla, aparecieron los suelos idóneos para el cultivo de la hoja de calidad superior. Y casi a la vuelta de la esquina, en la villa de San Cristóbal de La Habana, próspera y desde sus inicios, puente obligado entre las Américas y el viejo continente, el lugar donde darle forma y enviar desde su puerto como producto terminado a Europa. El ajetreo comercial propició el desahogo de las velas abiertas. La hoja del tabaco hallaba en La Habana el asiento oportuno para su manufactura y embarque. Al chocar con los ordenos monárquicos y los dogmas de la iglesia, una muralla amenazó con cerrar el paso al producto elaborado con la planta de Vuelta Abajo; pero su textura parda de mulata irresistible y su aroma de pecaminoso convite, invadió con aceptación pronta y presta todos los estratos de la sociedad europea, surtiendo de gustos el contrabando y el ansia por la noble droga. Se le atribuyeron propiedades curativas de numerosos padecimientos y su consumo fue, por prescripción muchas veces, calmante para las ansias como cigarro y aplacador de males en su aceptación de remedio emergente. Para más paradoja, terminó colándose por las rendijas de los palacios reales y de la curia papal, ya vuelto diablillo conquistador de castas y abolengos. Así es que sigue el esclavo importado de África junto a su sorullo y el obispo de ojos verdes, se rinde ante el cigarro de fina capa. Entonces todos quisieron participar del trasiego. En 1817 se levantaron las tenazas del período conocido como Estanco del Tabaco, poniendo fin a una restricción que duró cien años. A tenor con las perspectivas que se abrían, se multiplicaron los talleres manufactureros. La ciudad de La Habana no lo cultiva: lo prohíja. Le da asiento y cuerpo y vida. Define las fronteras de un producto que abandona para siempre el localismo y se vuelve universal. La cuarta década del siglo XIX arriba a la producción tabaquera con adelantos novedosos. La fábrica se levanta a varios pisos del suelo y traga cuanto le llega, como un dragón hambriento. Son edificaciones de estilo colonial, provistas de bodegas y almacenes que atraen a decenas de carromatos tirados por estoicas mulitas, y atestados de tercios de yaguas de palma real debidamente amarrados. Cada uno de los embalajes guarda en su vientre miles de hojas curadas que en manos de torcedores expertos adquieren luego caracteres de obras de arte. Y de esa práctica nacen el obrero asalariado, una especialización secular y la tradición por una industria enraizada en lo autóctono de la cultura cubana. En esa misma década un invento novedoso llega a La Habana e invade el mundo tabaquero. La imprenta litográfica acapara el interés de los productores de puros, y entre ellos se establece una denodada competencia por dotar a las cajas de Habanos de atractivos para estimular las ventas. Las marquillas constituyen obras de una belleza cuya tenencia lloran los museos especializados en el tema a escala global. «Habano» no es ya un término que aluda solamente al sitio de procedencia de un puro; sino una Denominación de Origen Protegida y registrada ante la ley, como garantía de autenticidad, calidad única y referencia ineludible del mejor puro tipo Premium del mundo. Es también un cuño de prestigio, distinción y buen gusto en cualquier lugar del planeta. En respuesta a un amigo que en fecha próxima visitaría Cuba, una destacada personalidad de las letras de Latinoamérica y del mundo solicitó: «Tráeme una caja de Habanos». Muchos habrían pedido lo mismo. Napoleón Bonaparte, Abraham Lincoln, Franklin Delano Roosevelt, Orson Welles e incontables famosos no pudieron escapar a la tentación aromática del más genuino y universal de los productos cubanos. Y lo que es de una calidad extra, difícilmente escape al vicio delictivo de las falsificaciones. De una de ellas da cuenta el investigador Enzo Infante Urivazo en su ensayo Productores de Habanos (1817-1860), el cual, ante la interposición de pleito, provocó que la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos proclamara: «El tabaco cosechado en la Isla de Cuba ha tomado el nombre de Habano desde los tiempos de Colón, derivándolo sin duda del nombre de la ciudad de La Habana donde primero fue manufacturado en cigarros puros, y de la cual han sido exportadores bajo las respectivas denominaciones de Tabaco Habano y Cigarros Puros. «Debido a su característico aroma y delicado sabor –continuaba–, el tabaco cubano ha sido considerado desde entonces como el mejor para la elaboración de cigarros puros, y en consecuencia, los cigarros puros hechos con tan exquisito tabaco gozan entre fumadores y el comercio, reputación de producto único. Esta reputación ha existido por más de trescientos años sin que nunca la haya superado, siquiera igualado, ningún otro tabaco.» En el XIII Festival del Habano, la ciudad que prohijó al tradicional producto de Cuba, vuelve a dejarse abrazar por los miles de participantes en la cita, en lo que es una página más de su larga historia vinculada al tabaco, viva, hermosa, como La Habana misma.

El tabaco cosechado en la isla de Cuba ha tomado el nombre de Habano desde los tiempos de Colón, derivándolo sin duda del nombre de la ciudad de La Habana, donde primero fue manufacturado