En una excursión por la península de Azuero, una parada obligatoria en el trayecto es Coclé, donde se fabrica el sombrero pintao, un accesorio típico que no debe confundirse con el sombrero Panamá, popularizado en este país durante la fiebre del oro de California, pero originalmente fabricado en Ecuador. 

Coclé es una de las provincias centrales del Istmo y su capital es Penonomé. Probablemente debe su nombre a los caudalosos ríos Coclé del Norte y Coclé del Sur, que atraviesan el territorio. Otros dicen que el apelativo puede tener su origen en el Cacique Coclé, quien dominaba la Llanura Central. 

En Penonomé nos registramos en el Hotel Coclé, una moderna instalación que ofrece a los huéspedes una confortable estadía. Nos aligeramos de equipaje y reanudamos viaje hacia La Pintada y Cerro La Vieja. 

 

El trayecto

El recorrido de los 13 kilómetros hasta nuestro próxima parada se disfruta plenamente, gracias al hermoso paisaje matizado por una vegetación muy variada y el contraste de colores. Al llegar tuvimos la suerte de visitar el Museo Exposición Folklórica Mi Sombrero Pintao, en la alcaldía del pueblo, donde el guía explica cómo se confeccionan estos accesorios, cuál es la materia prima utilizada y todo el proceso que siguen los artesanos, quienes trasmiten su arte de generación en generación. 

Muy cerca de allí se encuentra la tienda del señor Reynaldo Quiroz, artesano que junto a su familia sigue aportando nuevos estilos, y aunque toma como referencia el antiguo patrón, la misma técnica y los materiales del sombrero tradicional -la fibra vegetal de la bellota, junco y la pita- varía la combinación de las pintas y el talco, todo lo cual hace que los nuevos sombreros sean más llamativos por la intensidad de sus colores. 

Nos contó Quiroz que la calidad se determina por el número de vueltas del sombrero. Los hay más sencillos, de 15 vueltas o menos, y finísimos de entre 16 y 24 vueltas, que son los más costosos. Por ejemplo, el sombrero pintao de 16 puede llegar a costar hasta 500 dólares.

Después del almuerzo en el restaurante La Vieja, una antigua y hermosa casa colonial, continuamos camino y nos sorprendió una fábrica de tabacos auténticamente locales: La Joya de Panamá. Los cultivos están en Chiriquí. Desde allá vienen las hojas, y aquí en Penonomé  se confeccionan artesanalmente y se empacan los puros. La producción no es muy grande y trabajan según los pedidos específicos. 

Cuando dejamos La Pintada empezamos a subir y a subir. La vegetación comenzó a cambiar pero siguió siendo tupida. Ya estábamos a 30 km de Penonomé y a unos 170 de la capital de Panamá. Es un lugar espectacular, donde la brisa fresca y la tranquilidad proporcionan la sensación de que se ha llegado a un templo y se puede escuchar hasta el silbido del aire. 

Estábamos en el Hotel Ecológico Cerro La Vieja, justo frente a la colina que le dio nombre, perteneciente a la cordillera central, con 404 metros de altitud. Aunque regresamos casi al anochecer, la tentación de ir hasta la famosa cascada de Tavidá fue irresistible y allá nos fuimos, un tramo en auto y el otro caminando, pues solo se puede llegar a través de un sendero empinado. 

El premio al ejercicio físico no planificado fue sensacional. Nos aguardaba un verdadero espectáculo de la naturaleza: el nacimiento de un río con un chorro de agua que se desprende desde aproximadamente 30 metros de altura y que ha ido creando una suerte de piscina natural cada vez más profunda debido a la fuerza del agua que cae sin parar. 

Hay allí cabañas para hospedarse y pueden atender grupos de hasta 10 personas. Es un sitio encantador. 

Para cerrar con broche de oro, desde la terraza del hotel Cerro La Vieja nos deleitamos con una impresionante puesta de sol entre las montañas. 

La magia del lugar, lo agradable de la temperatura y la calidez de la gente nos confirmaron con creces las  expectativas puestas en esta excursión al corazón de Panamá.