SIGLOS DE PEREGRINAJE HAN DEJADO NUMEROSOS RITUALES A LO LARGO DEL TRAYECTO QUE CONDUCE A LA CATEDRAL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

Cubrir el Camino de Santiago representa más que superar a pie, en bicicleta o a caballo, cientos de agotadores kilómetros. Significa, entre tantas motivaciones, espiritualidad, reflexión, deseo de superación, esfuerzo. El trayecto hacia la Catedral de Santiago de Compostela se muestra también como la oportunidad de crecer, de forjar nuevas amistades y de compartir profundas vivencias. Solo, o como parte de un grupo, es además la posibilidad de protagonizar, a la vez que disfrutar, de muchísimas tradiciones.
Quizá por esto, y a fuerza de reiteración, las rutas xacobeas han quedado marcada por algunos rituales. Poco se sabe de sus orígenes y muchos de ellos tienen diversas interpretaciones. Unos surgieron hace cientos de años y otros son más recientes, pero lo cierto es que han trascendido como si fuesen «mandamientos» para quienes cubren la ruta, ya sea por inspiraciones religiosas o para satisfacer el espíritu aventurero.
Se dice que la hermandad y el compañerismo pueden haber motivado una de las costumbres más extendidas, como la de colocar piedras en el camino, o de dejar en ciertos lugares cruces hechas a mano con ramas recogidas en el viaje.
El primero pudo servir en algún momento como guía a otros caminantes, aunque una explicación más simbólica apunta a que esos guijarros, presuntamente abandonados, expresan que el peregrino ha dejado atrás sus errores y dolores del pasado para llegar al final con el alma ligera y pura. Las cruces, en cambio, rendirían tributo a algún ser querido fallecido. Sin embargo, al rito le han aparecido variantes, y en vez de cruces o piedras, ahora no pocos se despojan también de alguna prenda o pertenencia personal como muestra de que están dispuestos a liberarse de sus cargas.
Existen ritos en sitios puntuales, como el de usar en tierras de Navarra una concha de vieira para beber vino en la fuente que la Bodega de Irache ha colocado en uno de sus muros, y así poder arribar con mayor vitalidad al destino. Y aquellos que paran en León pueden lanzar hacia la Cruz de Fierro una piedra traída desde el punto de partida, como forma de liberación de pecados y penas sufridas.
Con propósitos purificadores bastante similares aparecieron los rituales reservados para los peregrinos que extienden su travesía hasta al cabo de Finisterre, entre ellos el de quemar la ropa empleada y bañarse desnudo en las frías aguas de aquellas costas. También otro que desapareció en la Edad Media y es considerado como el más antiguo, consistente en asearse, antes de entrar a la Catedral de Santiago, en la Fuente del Paraíso o Fons Mirabilis, que antes de ser retirada en el siglo XV estuvo en algún lugar de la ahora conocida como Plaza de la Azabachería.
En la actualidad, muchos de los que llegan a la emblemática Plaza de Obradoiro van estableciendo una nueva costumbre: tomarse una foto junto a la placa que desde 1987 reconoce al Camino de Santiago como Itinerario Cultural Europeo. Las formas de inmortalizar el momento van desde arrodillarse ante la losa mirando hacia la Catedral, depositando en ella el bastón que los acompañó a lo largo del trayecto, poniendo una mano o un pie sobre la concha labrada en la piedra, o simplemente besándola.
Quizá esta se haya adoptado para sustituir algunas que –por motivos de conservación– fueron prohibidas dentro de la misma Catedral, como las costumbres de darse cabezazos contra el Santo dos Croques o la de introducir los dedos de la mano derecha en los cinco huecos en un pilar de mármol del parteluz del famoso Pórtico de la Gloria, diseñado y edificado por el Maestre Mateo.
Cuentan que la figura del referido santo, colocada discretamente en la base de una de las columnas, representa al célebre arquitecto. Y que antes de convertirse en una tradición generalizada, los testarazos eran parte de un ritual de los estudiantes de la Universidad de Santiago para procurarse la transmisión de su sabiduría y conocimientos.
La teoría más aceptada sobre los agujeros en la Columna de Jessé, que simboliza el árbol genealógico de Jesucristo, apunta a que nacieron del desgaste ocasionado por los peregrinos a través de los años, quienes agotados después de la larga travesía apoyaban su mano en ese sitio nada más entrar en la Catedral para descansar mientras contemplaban extasiados la imagen de Santiago. No obstante, la tesis convive con la leyenda de que las marcas pertenecen al mismo Jesús y que una vez puesta en ellas la yema de los dedos, el peregrino experimenta la energía que asciende hacia el mundo celestial.
Otras costumbres quedaron en desuso, entre ellas velar al Apóstol cuando las puertas de la Catedral nunca se cerraban, pero hasta nuestros días trascienden varias cuasi obligatorias: ascender al camarín para abrazar su figura colocada sobre el Altar Mayor, visitar la cripta donde yace la urna de plata que contiene sus restos y los de dos de sus discípulos, o participar en la Misa del Peregrino que se oficia todos los mediodías.
Entrar por la Puerta Santa o del Perdón, ubicada en la Plaza de la Quintana, suele ser también una de las prácticas ineludibles para quienes hacen coincidir su peregrinación con un Jubileo Extraordinario, pues solo se abren durante el Año Santo (el 25 de julio debe ser domingo). Presenciar las impresionantes oscilaciones del enorme botafumeiro durante la ceremonia de purificación dentro de la Catedral –reservada para una docena de días al año– es otra de las tradiciones más esperada por los visitantes.
Sin duda, cubrir el Camino de Santiago resulta más que este puñado de rituales, pero nadie puede negar que estos hacen mucho más espiritual y emocionante una travesía que perdurará por siempre en la mente y el corazón de cada peregrino.