Central Tinguaro, situado en Perico, Matanzas, en una litografía de Eduardo Laplante.
Monumento de Piet Hein, ubicado a orillas de la bahía.
Castillo de San Severino.
Escudo de la ciudad de Matanzas.

MATANZAS ES TAMBIÉN ORGULLO DE SU REMOTO PASADO INDÍGENA, CON SUS MÁS DE SIETE MILENIOS DE PREHISTORIA A SUS ESPALDAS Y LAS HUELLAS ARCAICAS DEL INDIO EN EL VALLE DE CANÍMAR. PARA EL RECUENTO NO BASTARÍA TODO EL TIEMPO QUE PUDIERA CONCEDERSE

 

Hace 325 años se hizo realidad concreta lo que era un sueño, una idea surgida a mediados del siglo XVII y auspiciada después en la octava década de la centuria, para lograr que se fundara una ciudad en la rada donde en un lejano 1510, los hombres de la conquista tuvieron su primer y fatal encuentro con una indiada, rebelde a todo dominio, en lo que es el primer acto de rebeldía aborigen de que exista noticia documentada en toda la Isla. La bahía fue desde 1513, hace 505 años, un toponímico cargado para siempre con el apelativo de la tragedia, un punto de referencia en el mapa de Vespuci de 1526 donde acompaña con el nombre «matança» a otras cinco primeras localidades del territorio insular.
Si bien se tiene por cierto la naturaleza violenta del que se entiende como un primer encuentro, existe un dato que lo objeta: las naves del bojeo a Cuba de Sebastián de Ocampo penetraron en la bahía en 1509, e incluso se adentraron en los ríos Yumurí y San Juan, tal como así consta en el mapa de la que se supone como primera circunnavegación para dar fin a la duda que hubiere en cuanto a si, en efecto, Cuba era una isla, o aquel fantástico supuesto de Cristóbal Colón, de creerla el extremo peninsular de un continente. Para abundar en la incógnita, el mapa de Juan de la Cosa, fechado en 1500, ya presenta a Cuba como una isla, aunque en 1494 el mismo cartógrafo lo negara ante notario. Todo ello conduce a un momento de contacto indohispánico anterior con probables consecuencias adversas para los mansos aborígenes locales, a diferencia de los fieros caribes, ahora capaces de una distinta reacción para defender su territorio.
Por un azar del destino, fue también la rada matancera donde ya se asentaba alguna discreta población, el sitio donde en la noche del 8 de septiembre de 1628, España perdiera para siempre su dominio y señorío tradicional en las aguas del Caribe, cuando la escuadra holandesa, al mando del almirante Piet Hein, capturara el botín fabuloso de la Flota de la Plata, único incidente exitoso producido en toda la historia de las correrías de piratas en esta parte del mundo. Hein, reputado por un error frecuente como corsario, tiene a orillas de la bahía matancera un sencillo monumento, que recuerda la hazaña del osado holandés.
Quizá fuera este significativo incidente del primer tercio del siglo XVII capaz de trascender  las fronteras, el primer paso para pensar en fortificar el enclave, más por el interés de proveer una defensa para la capital ante un eventual ataque de sus enemigos tradicionales, que tener por aprovechada la ventaja de un paisaje natural único en el archipiélago: aguas profundas, ríos de no poco caudal, fuentes de agua dulce y tierras fértiles para poblar y explotar. Desde los mediados del siglo XVII los gobernadores estuvieron llamando la atención del monarca sobre la conveniencia de levantar en el sitio de la antigua derrota una ciudad, aprovechando las excepcionales condiciones de su entorno, sin que el sordo oído de la Corona llegara a concretar la idea.
Fue necesario el decurso del siglo casi en su totalidad, para que en 1690 el capitán general don Severino García de Manzaneda Salinas Silveira de Zumalabe y Rojas, recibiera la encomienda de hacer la pretendida fortaleza en la comarca y levantar no lejos y para su servicio, una ciudad y dar cumplimiento a la real voluntad del monarca Carlos II. Desde bastante antes, en el siglo XVI, la región ya estaba habitada; existía el llamado «Rancho de Pescadores» y otras estancias. Aunque fueran escasos los incipientes pobladores, las noticias de las incursiones de piratas permiten deducir el desarrollo de alguna economía para una elemental subsistencia e incluso como una fuente de comercio con las naves, con independencia de su condición o nacionalidad. La primera mitad del siglo XVI corresponde al llamado período francés, por los corsarios de esa nacionalidad, con Jacques de Sores a la cabeza; en tanto la segunda, concierne al período inglés, con figuras como Francis Drake.
Sobre esta matriz, germen de lo que sería o llegaría a ser después la ciudad, se inserta el prospecto de la futura plaza urbana, que no es entonces otra cosa más allá de un plano, obra del ingeniero militar don Juan de Herrera Sotomayor, con la delimitación de las calles, manzanas y solares, sin que aún se levantara una edificación. Las 32 familias canarias que arribarán, habitan sin saberlo esta ciudad singular en el Caribe, hecha con los preceptos más avanzados de la urbanística de finales del siglo XVII, de lo que resultó una urbe adelantada a su tiempo, con criterios de construcción de ciudades en la Europa del siglo XIV; no son casuales las calles rectas, y tiradas a cordel, la medida exacta de los solares, la orientación cardinal, las vías que se curvan en su extremo hacia la plaza fundacional, mientras escoltan una tercera en el medio, recta y extendida hacia el poniente desde su arranque casi en la linde del mar; y fuera obra de la casualidad o fruto de un propósito desconocido, es lo cierto que las arterias viales, las tres de la fundación, sigan una rigurosa orientación astronómica y solar, y por ello, cada casa, cada fachada y cada cuadra  recibe la luz del día en cualquier estación del año. Que tal concepto se tuviera por premisa antes de que hubiera un inmueble, linda el terreno de la sabia premonición.
El siglo XVIII se presenta como un lapso carente de brillo, obligada la vida a un duro batallar y casi en riesgo de un despoblamiento que llegó a menos de 500 habitantes. Instituciones fundamentales como las jurídicas no existían; solo un rudimentario sistema de cárcel en casas particulares y las fortalezas, un paupérrimo hospital, el San Juan de Dios, con solo cuatro camas, creado hacia 1752 por iniciativa particular. Tampoco había escuelas y el renglón principal de economía era el tabaco rapé.
Por contraste, el siglo XIX se convierte en un punto de despegue; en brazos de una pujante economía. En mucho influye la corriente de emigrados franceses de la vecina Haití y la ciudad vuelve como a nacer. Surge una pujante economía por el café y el azúcar y se suceden uno tras otro los acontecimientos: el barco de vapor, la imprenta, los primeros periódicos, la biblioteca, la Diputación Patriótica, las escuelas, el hospital de Santa Isabel, el mejor y más moderno de la Isla; el ferrocarril, la Aduana, el teatro Principal y más tarde el Sauto; el monumental edificio del ayuntamiento, hoteles y la extensión derramada de los barrios fuera de los límites marcados por los ríos.
En 1833 Matanzas había padecido el peor de sus episodios trágicos cuando ve perder en 27 días, un tercio de la población por la epidemia de cólera que habría de asolar la urbe con inusitada violencia, colmando los cementerios e improvisando otros tantos. Para dar medida del impacto y magnitud de esta tragedia baste decir que no hubo familia que lamentara al menos una pérdida: uno de cada tres matanceros falleció.
Un momento cumbre de la historia de Matanzas es la creación del Liceo, en cuyo seno, el 17 de febrero de 1860, nace el sobrenombre de Atenas de Cuba, distintivo que marcará incólume a la ciudad a través del tiempo. El hecho no fue una evocación, un arranque de entusiasmo de una intelectualidad comprometida, sino una consecuencia que vino de la mano de Milanés, Manzano, Plácido, White, Chartrand, el prestigioso colegio La Empresa de los Guiteras, los Ximeno, Gener, Tomás Ventosa, las tertulias de Domingo del Monte y el creciente movimiento de las artes y las letras de toda una pléyade de poetas, literatos, pintores, músicos, artistas y otros tantos de un ayer e  imposible recuento nominal.
La virtud de este expandir del espíritu, el ambiente cargado de cultura en medio del inspirador paisaje, convirtieron a Matanzas en la segunda de las ciudades del país en la mitad del siglo XIX. Detrás de cada caja de azúcar o bocoy de miel hay sudor de esclavo, sobre cuyas espaldas se alza una sacarocracia que quizá, consciente de la inhumanidad de la trata y no pocas veces víctima de los alzamientos y el cimarronaje, se resiste a ceder y conceder el mérito de la abolición. En 1825 y 1843 se producen levantamientos en Guamacaro y Triunvirato; será este último el prólogo de la llamada «Conspiración de La Escalera», proceso que llevó al patíbulo, la cárcel, la muerte o al destierro a los pardos y los negros sin distinción, con el cese de sus relativas ventajas en todos los órdenes de la vida social y comercial.
En este contexto de inconformidades aparecen las primeras acciones contra el dominio español que venían fermentadas desde los inicios del siglo, y si bien no están aún maduras las ideas de la independencia, se respira el aire de la intolerancia. Milanés escribe la primera de las poesías donde se identifica con la libertad de Cuba y es autor del primer poema antiesclavista de la literatura cubana. Muchos ilustres matanceros, o avecindados en la ciudad, como José María Heredia, se ven obligados a marchar al exilio.
No pueden citarse todos los acontecimientos puntuales que dieron lustre y brillo a Matanzas y que son hoy su legítima herencia. Habría que hablar de la magia de sus puentes centenarios, de sus atardeceres dorados donde juega la brisa con sabor a sal, de la luz del alba, del color cambiante de las aguas en el misterio de la profundidad de la bahía, y de los arquitectos Julio Sagebién, Daniel Dal ‘Aglio y don Pedro Celestino del Pandal, quienes tienen  su propio y callado monumento en los inmuebles que levantaron.
La historia cultural de Matanzas en el siglo XX hasta estos principios del XXI ha sido un paisaje salpicado de nombres. Desde Bonifacio Byrne, Nestor Ulloa, y Agustín Acosta hasta Carilda Oliver; desde los primeros intentos del arte escénico, hasta los actuales maestros de la escena; del arte coral y danzario, de los buenos exponentes del pincel de antaño: Casas Lima, Rodulfo Tardo, Soriano, Cartaya, Coro Marrodan, Fundora o Cobo, entre otros, hasta los actuales que devuelven en el lienzo o el mural el alma de la ciudad.
Matanzas es también orgullo de su remoto pasado indígena, y sus más de siete milenios de prehistoria a sus espaldas y las huellas arcaicas del indio en el Valle de Canímar. No basta todo el tiempo que pudiera concederse para el recuento, obligado a la brevedad, y que arranca de aquel remoto antecedente rebelde hasta las sublevaciones de esclavos; de los primeros intentos de la lucha por la independencia, de los más de 60 patriotas fusilados en el castillo de San Severino, del 24 de febrero, de los 50 000 fallecidos por la reconcentración ordenada por Weyler, de Guiteras en el Morrillo, del asalto al cuartel Goicuría, de un tiempo republicano convulso y comprometido por las luchas obreras, creyendo siempre en un mañana mejor, aun cuando fuera preciso alimentar con sangre generosa aquellas semillas rebeldes sembradas desde 1510, para llegar, al fin, a ser la capital de un pueblo laborioso, revolucionario y culto, como lo llamara Fidel y donde se anidó y fructificó el proyecto y la confianza para crear por primera vez en el país el Poder Popular.
El lema de los días de celebración del aniversario 325 de la fundación, jornadas que fueron de empeño visible y obligación cimera, ha sido: «Todo te debo, Matanzas». Nacer aquí, en esta ciudad por nosotros amada, ha sido un afortunado privilegio, para también un día confundirnos con su polvo, como el regreso al seno de la madre mayor, allí donde concurre el concierto cómplice y fantástico de las aguas: de todas las aguas, las que manan de los ríos, las que mece el mar azul, misterioso y profundo, y las que brotan, como nuestras lágrimas, desde lo más hondo del corazón.

HITOS EN EL TIEMPO

- 1510, los hombres de la conquista tuvieron su primer y fatal encuentro con una indiada, rebelde a todo dominio, en lo que es el primer acto de rebeldía aborigen de que exista noticia documentada en toda la Isla

-Desde 1513 la bahía fue un toponímico cargado para siempre con el apelativo de la tragedia

- En 1690 el capitán general don Severino García de Manzaneda Salinas Silveira de Zumalabe y Rojas, recibe la encomienda de hacer la pretendida fortaleza en la comarca y levantar no lejos y para su servicio, una ciudad y dar cumplimiento a la real voluntad del monarca Carlos II

- En 1628 tuvo lugar en la Bahía de la Matanza el más importante hecho del corso y piratería en esta parte del mundo: pierde España su dominio y señorío tradicional en las aguas del Caribe cuando la escuadra holandesa, al mando del almirante Piet Hein, captura el botín fabuloso de la Flota de la Plata

- Bajo el nombre de San Carlos y San Severino de Matanzas fue fundada la nueva ciudad, el 12 de octubre de 1693, por orden expresa de la Corona Española

- El 8 de octubre de 1695 fue concluida y santi­ficada con la primera misa dentro de su recinto, la nueva iglesia, ubicada frente a la actual catedral

- En 1833 Matanzas había padecido el peor de sus episodios trágicos cuando ve perder en 27 días un tercio de la población por la epidemia de cólera que habría de asolar la urbe con inusitada violencia

- Un momento cumbre de la historia de Matanzas es la creación del Liceo, en cuyo seno, el 17 de febrero de 1860, nace el sobrenombre de Atenas de Cuba, distintivo que marcará incólume a la ciudad a través del tiempo

- En 1888 el centro histórico de la urbe se cerró urbanísticamente, al no quedar espacios para construir, de manera que solo se transforman y embellecen los edi­ficios y casas del lugar.