- Puentes. Testimonios de identidad
Las ciudades se bautizan con nombres que se adecuan a su situación geográfica, acontecimientos u otras características. Casi siempre se les atribuye un solo nombre en su historia, aunque hay sus excepciones, como sucede con Matanzas, que a lo largo de sus 325 años ha recibido varios sobrenombres: Venecia de América, Atenas de Cuba, Ciudad dormida, de poetas, y de los puentes. El desarrollo económico, principalmente del azúcar y la expansión territorial en las riberas, provocó la edificación de construcciones para comunicar los barrios separados por sus ríos: San Juan, Yumurí y Canímar, ubicado en la periferia.
«Esta urbe presenta particularidades únicas para Cuba y en nuestra área geográfica, por la entronizada fusión alcanzada entre sus privilegios naturales y el medio físico construido. En ella, la naturaleza y la obra del hombre se fundieron para siempre: su espléndida bahía se entrega al entorno edificado, acogiendo en su interior las aguas de sus ríos, generadores de puentes que le aportan una connotación especial», afirman el ingeniero civil Luis González Arestuche y el arquitecto Ramón Recondo Pérez en el libro Puentes de Matanzas (Ediciones Matanzas 2011).
«Si para La Habana las fortificaciones fueron la escuela y el taller de quienes la levantaron, la construcción de estos puentes durante los siglos XVIII y XIX, en Matanzas, se tornó la mejor academia en la cual se labraron los constructores que legaron a las nuevas generaciones uno de los espacios cubanos de mayor significación urbano-arquitectónica».
Los puentes han sido venerados por poetas y pintores, quienes los han inmortalizados en sus obras, como se puede apreciar en las creaciones de la siempre recordada excelsa poetisa Carilda Oliver Labra, Premio Nacional de Literatura y Premio Excelencias (www.excelenciascuba.com/noticia/carilda-oliver-labra-recibe-en-sus-manos-su-premio-excelencias-2017), especialmente en su Canto a Matanzas: Y van mis lágrimas, van/ como perlas con imán/ o como espejos cobardes/ a vaciar todas las tardes/ sus aguas en el San Juan…/ Matanzas —misa en mis venas—:/ beso tus patios con flores,/ tus negros estibadores,/ tus puentes y tus arenas.
«Estas obras ingenieras son testimonios indisolubles de imagen e identidad, además de haber sido testigos vivos de la historia, llegando a constituir hitos significativos de su memoria viva: tangible e intangible», se escribe en Puentes de Matanzas. De ellas, cinco sobrepasan los cien años de construidas y en activo, lo que les brinda una distinción en la Isla, en América, y según los especialistas, solo Oporto, en Portugal, se le acerca con tres edificaciones centenarias de ese tipo.
«Todos son relevantes por sus funciones y porque marcaron pautas en la forma de construir puentes en Cuba, pero entre los cinco centenarios cabe distinguir al General Lacret Morlot, de 1878, el más antiguo en activo y cuyas columnas son el símbolo de la ciudad», precisa Recondo para esta revista.
Este arquitecto considera al de Bacunayagua y Antonio Guiteras como los más bellos, sencillos y esbeltos construido aprovechando las bondades del hormigón armado, en la década de los años 50 del pasado siglo.
«Las primeras pasarelas en la historia de la humanidad se realizaron atando cuerdas y cables de lianas o bejucos en valles estrechos, o colocando troncos para cruzar arroyos o ríos, así surgieron en su forma más elemental, con un tramo y dos apoyos. Se armaban balsas con andarivel hasta llegar después a los bongos, pasaderos flotantes y pontones. Con el paso del tiempo, para cruzar un río se colocaban muros o pilastras de piedras, y entre estos, los troncos», especifican González Arestuche y Recondo Pérez.
«Las sucesivas destrucciones de los primeros puentes en la ciudad, y su reconstrucción, implicaron para quienes los diseñaron, el entendimiento de aspectos técnicos relacionados con la estática y la resistencia de materiales para soportar los embates de los huracanes y ciclones que provocaban colapsos ante la fuerza de las aguas y del viento», consideran estos estudiosos.
Ellos ponderan la autenticidad del puente colgante del río San Agustín, erigido en 1872, único de tu tipo en Cuba que utilizó la tecnología de cables de acero trenzados inventada por John Roebling y utilizada por él con éxito en el Puente de Brooklyn, en Nueva York, en 1883. Fue proyectado por el ingeniero civil mexicano, radicado en Matanzas, Juan Francisco Sánchez Bárcena, para la tubería del antiguo acueducto de Bello, que abastecía a la urbe.
Sobre el apelativo que estas edificaciones le dieron a esta tierra, Recondo afirma que han hurgado sin encontrar documentación oficial sobre el tema, a lo que le atribuyen un origen popular: «De todos modos, preferimos llamarla ciudad de los puentes centenarios», recalca, mientras sostiene que es necesario crear brigadas especializadas en estas obras patrimoniales para protegerlas, mantenerlas y conservarlas.
MÁS DE UN SIGLO
Los elevados viales que en esta urbe tienen más de una centuria de edad son:
General Lacret Morlot (1878) o Puente de La Concordia, nombrado para celebrar la paz fugaz que se había firmado entre cubanos y españoles; primero de hierro en Cuba.
Calixto García (1897), llamado también el puente de Tirry, enlaza el barrio de Pueblo Nuevo con la Plaza de La Vigía; su estructura metálica fue encargada a Bélgica.
Giratorio (1904), fue traído de Nueva York para extender la línea férrea; puente de acero de tablero inferior que se apoyó primero sobre una base de madera y luego en una de hormigón, fue único en Cuba al girar 180 ⁰ en 1 min y 40 s aproximadamente, dejó de hacerlo en 2004 tras su reparación.
El de hierro sobre el río Yumurí (1904), enlaza los extremos de la desembocadura de este río y sirve para que el ferrocarril traslade mercancías desde los cercanos muelles portuarios.
Silverio Sánchez Figueras (1916), nombrado por los pobladores como «el de San Luis» o «el de la Plaza», enlaza a los barrios de Pueblo Nuevo y Matanzas.