Un increíble corazón verde
Surgió a partir del histórico monte natural antiquísimo, localizado a ambos lados del cauce inferior de esa corriente fluvial que corre entre La Habana y la ciudad de Marianao, centurias atrás llamada con el vocablo aborigen Casiguaguas.
El río y su gran bosque adyacente pudo parecer agradable a un obispo apellidado Almendáriz que acostumbraba a bañarse en sus aguas, más tarde bautizadas con el moderno nombre de Almendares. Realizaría ese ignoto placer en un punto aguas arriba de su desembocadura, tal vez cerca del lugar donde la villa de San Cristóbal de La Habana ubicó su primer asentamiento en la costa norte, en un desconocido lugar llamado desde entonces La Chorrera, cercano a los rápidos que aún hace el río bosque adentro, o probablemente por la zona del Husillo. En este último lugar se hizo la toma para el primer acueducto del caserío primitivo, que vertía el líquido en el Callejón del Chorro.
Después de extinguido el trasvase de la Zanja Real, olvidado el sitio donde se levantó la segunda villa habanera, y cuando nadie era ya capaz de señalar la poza donde se lavaba el Obispo Almendáriz, los espesos bosques de árboles gigantes se cerraron también al olvido, en este cañón por el que se desliza aún el río, cercano ya al mar. Apenas existían arbustos en el contacto del río con el Golfo de México, donde a principios del siglo XVII se erigió un reducto artillado (la gente le llama el torreón de La Chorrera), que cien años más tarde (1762) sufrió los embates del ataque marítimo de los ingleses. La incidencia pasó también al olvido, los bosques río arriba siguieron creciendo y se llegaron a construir algunas casonas de descanso y hasta hoteles en esta desembocadura, que tampoco tuvo algo que ver con la floresta y con el río.
En una de aquellas casas de verano, en los principios del siglo XX, residió la poetisa cubana Dulce María Loynaz, que no reparó quizás en los enormes y escondidos árboles del cauce del Almendares. Por la época empezaron a contaminar al río los efluvios de industrias y zonas pobladas de su cuenca, pero el monte ni se enteró. Fue en aquellos años cuando se le dio nombre de Bosque de La Habana y se tendió una carreterita estrecha que por la margen oeste se adentraba hasta los enigmáticos rápidos del río. Al otro lado de una gran loma se fomentó un pequeño pero hermoso parque zoológico, cuando ya toda la zona estaba urbanizada y cruzada de calles amplias.
El bosque de los árboles gigantes y de lianas ávidas que se trenzaban en lo alto de los follajes, permaneció todavía olvidado o poco frecuentado, y nadie aludió nunca a su flamante y real nombre de Bosque de La Habana. Hasta se ha dicho que por el drenaje fluvial que da al río se escaparon algunos ejemplares juveniles de cocodrilos del Zoo de 26, llamado así por su ubicación junto a la avenida 26 del Nuevo Vedado.
Uno de los prófugos sobrevivió y creció en el curso inferior del río, pero finalmente fue eliminado por la contaminación tóxica que llegó a convertirse en todo un problema para la ciudad de La Habana. Con los años empezaron a instalarse trampas para los residuales inoportunos, se hicieron dragados y se establecieron reglamentos restrictivos a las industrias de su gran cuenca. Y se constituyó con todo el área, el río y sus grandes árboles y la vegetación exuberante, el actual Parque Metropolitano.
El Almendares ha dejado ver de nuevo sus especies de peces marinos y de agua salobre, que remontan su saneado cauce y pican al anzuelo hasta en los alejados rápidos de tierra adentro. Por allí pasa la carreterita asfaltada hoy un tanto más ancha y cuidada, y siguen quitando el aliento los admirados árboles gigantes y sus selvas, supervivientes de tanto tiempo en este corazón verde de la ciudad de La Habana.