La ermita del potosí se asemeja a una mezquita árabe por su aspecto morisco barroco.

La disposición del poblado, apenas con cercanos vallecillos muy fértiles pero escasos, pervive casi del mismo tamaño que en siglos anteriores, a pesar de que es hoy adyacente a la Autopista Nacional (este) y a la del Primer Anillo que rodea a La Habana, y de las que enlazan a Santa María del Rosario con Guanabacoa y con otras de la red local de carreteras. Pero no crece, ni lo ha hecho nunca, casi desde su fundación., aunque quizás sea esa inmovilidad parte de su encanto.

Posee manantiales medicinales muy antiguos y atractivos, pero lo más extraordinario es su vieja iglesia, con el parque original y el ambiente de la colonia que ha subsistido con sus grandes tejados y sus antiguas familias, las mismas de los tiempos en que la localidad era fuero de seis condes de la casa Bayona. En su templo elogiado por Espada se conservan pinturas originales de un taller de Murillo y las pechinas que decoró Nicolás de la Escalera, uno de los plásticos cubanos más antiguos, y su regio y rico altar mayor, sus tres criptas sepulcrales y otros frescos originales, que se han tratado de recuperar.

Estos valores artísticos se reconocen como de singular destaque en la propia ciudad de La Habana, pero tampoco han contribuido a expandir el pueblito entre lomas y montes, amado de su pequeña población y de quienes le visitan en su gloriosa soledad. Algo semejante sucede en la ermita del Potosí, primer lugar de enterramiento de cristianos en la villa de Guanabacoa, de la periferia habanera, con sus muy antiguos nichos funerarios en el suelo y las paredes, y posteriormente en las parcelas aledañas.

La vetusta iglesita del Potosí (al parecer una loma con olvidado nombre secular), con su aspecto morisco-barroca del siglo XVII, guarda bajo su puerta de entrada, sobre los huesos pulverizados de Juan de Acosta, capitán de maestranza y constructor de baxeles, quien dirigió las muy antiguas obras del arsenal de La Habana, de principios del siglo XVIII, una lápida filosófica llena de práctica riqueza: Pasagero que oi me pisas / Párate a considerar / Que has de venir a parar / en ser como yo, cenizas. La ermita del Potosí, una de las más antiguas en pie en Cuba, se asemeja mucho a una mezquita árabe o a una iglesia mozárabe del Andalucía, por su factura y hasta, quizás, por haber sido levantada por algún alarife morisco traído a Cuba clandestinamente luego de la expulsión de aquellos, de España, a principios del siglo XVII.

Más al norte de estos sitios coloniales y también en la periferia de La Habana, se encuentra otro antiquísimo pueblo de pescadores llamado Cojímar, con su torreón de principios del siglo XVII, que combatió con su débil artillería a la flota inglesa en su asalto a la villa de San Cristóbal de La Habana.

Existen indicios de que Cojímar pudo tener alguna población desde el XVI, cuando se hizo necesaria la misión de vigía para avisar de las incursiones de piratas y enemigos. Pedazos de viejísimos muros de embarrado sobreviven silentes dentro de los patios de las actuales viviendas, en el área cercana al castillito, donde pudieron habitar soldados de la colonia con esa encomienda.

El pueblito tiene en lo alto de una colina pelada su ermita marítima a la manera española, que llegó a tener una imagen de biscuit de la Moreneta, cedida en su momento por los Boada. Fueron estos unos catalanes ricos que levantaron una fastuosa quinta en la calle Real, cuyo edificio de vivienda y jardines pugnan por sobrevivir en la actualidad.