Los hostales coloniales de la ciudad antigua
Sorprende a los visitantes que llegan al centro histórico de La Habana Vieja una variante de alojamiento que se atemperan al remoto ambiente colonial de la villa primitiva, con inmuebles de puntal alto, minúsculos patios morunos y buena cocina de raíz española. Se trata de pequeños hoteles a la usanza de los antiguos hostales habaneros habilitados en casonas viejas de gran confort moderno y efectivamente, de apetitoso condumio, y con nombres originales que tuvieron en siglos o con otros de singular sentido histórico.
En la Avenida del Puerto, frente al muelle de Luz de posible referencia canaria y a la centenaria Alameda de Paula, se halla el denominado Armadores de Santander, que evoca las travesías atlánticas a la vela. En la calle colonial de San Ignacio, que lleva hasta la iglesia Catedral que fundaron los seguidores de Ignacio de Loyola, se mantiene abierto el hostal Beltrán de Santa Cruz, apellidos ilustres de la parte antigua de La Habana. En la vieja residencia del Conde de Villanueva y con igual nombre se encuentra uno de estos hostales habaneros, el conocido fumadero de los mejores habanos, torcidos de la hoja negra de Vuelta Abajo. El llamado como El Comendador está cerca, en la calle Obrapía, con la misma denominación de siglos atrás. Pero el viejo hotel Florida de los años espléndidos del neoclásico decimonónico, organizado hoy también como el íntimo y cómodo hostal de la esquina de Cuba y Obispo, sigue buscado por nuevos huéspedes, acabados de desembarcar.
Más cerca del borde occidental de la Bahía de La Habana, su aroma de buen comer delata al hostal Valencia. Ahí oferta sus paellas en un ambiente levantisco como si fuera del tiempo de las Flotas. En una calle de remota raigambre que es la de Teniente Rey, más acá de la Plaza Vieja, con decoración de esculturas de cobre con sotana, está el de Los Frailes, y cuadras arriba, en Mercaderes, el solicitado Mesón de la Flota, a la manera en que lo hallaron los marinos y pasajeros de uno de los galeones llegados a puerto, en escala para seguir hacia el Guadalquivir en uno de aquellos convoyes artillados.
El hostal Palacio O´Farril se halla donde siempre, en Cuba y Empedrado, cerca de los baños de San Telmo y el boquete de la pescadería de la villa primaria, junto a lo que luego sería la Plaza de la Catedral. El hostal Raquel sigue en las cuadras de la pequeña judería habanera, donde se olía el crujiente pan polaco, casi a las puertas de los tenderos de Muralla. El de San Miguel sigue en la calle de la campana, que luego se llamó Cuba, y el de Tejadillo, valga reiterar, en ese mismo callejón que entronca con un costado de la iglesia catedralicia.
No puede prescindirse del hotel Santa Isabel en el remozado palacio del Conde de Santovenia, frente a la Plaza de Armas, por la calle Baratillo. Las viejas posadas que ahora han reaparecido asimilaron aquel turismo masivo que llegó con las esperas de las Flotas en bahía. Tales estancias resultaron escasas para aventureros en busca de las rubias doncellas habaneras de casa rica, muchas de las cuales se vieron obligadas, por orden paterna, al enclaustramiento religioso para toda su vida.