Un ilustre y concurrido museo de arte funerario
Nada hay más justo que el título que antecede para calificar al Cementerio Cristóbal Colón, de La Habana. Es el principal, mayor y más rico en esculturas, pinturas, mausoleos y edificaciones funerales, que además guarda con celo los restos de unos dos millones de personas, entre ellas numerosas personalidades de la historia de Cuba, políticos, guerreros, mártires, y mujeres y hombres del arte. La necrópolis habanera es considerada la tercera o la cuarta del mundo por sus valores artísticos, acumulados en más de un siglo de funcionamiento público (fue fundado e inaugurado en 1872 con el cadáver de su proyectista, el arquitecto español Calixto de Loira, fallecido aquel año). Sus tesoros de arte superan las 10 000 obras, procedentes de artistas consagrados de Cuba, España y otras naciones. Varias de ellas fueron encargadas por familias adineradas cristianas que solicitaron sus capillas cupuladas al estilo islámico, con caracteres del árabe, en un inexplicado enigma que se mantiene vivo en cementerios iberoamericanos. El vasto parque sepulcral habanero se convirtió así en un amplio catálogo de arquitectura y arte funerario en sus 560 000 metros cuadrados. Categorizado como Monumento Nacional de la República de Cuba (la capital posee otros 19 pequeños cementerios), el Cementerio de Colón se localiza en una parte céntrica del barrio del Vedado.
La infinita diversidad y suntuosidad de sus capillas y panteones, que niegan la socorrida máxima de que la muerte iguala a los hombres, hace grande al cementerio. Su simétrica disposición consta de cuatro cuadrantes divididos en áreas a la manera de un campamento militar, en torno a una capilla central circular que recuerda las iglesias medievales europeas, inspiradas en un modelo traído por los cruzados desde la Cubba al Sajra de Jerusalén en el undécimo siglo de nuestra era.
La necrópolis posee una primera gran obra de arte en su enorme entrada de tres puertas enrejadas con sus decorados arcos respectivos, hecha de piedra caliza habanera. En lo alto aparece un tríptico escultórico nombrado Las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), creado hacia 1904 por el plástico cubano José Vilalta y Saavedra. Junto a esta regia gran puerta de entrada al cementerio de Colón aparece una sencilla señal para el tránsito interno de vehículos, que advierte aleccionador que por aquí, en el camposanto, no hay salida posible.
Sin embargo, la primacía artística del Cristóbal Colón le corresponde al mausoleo llamado A las víctimas de la Caridad, que es el panteón colectivo más imponente y elevado, con los fallecidos en el incendio y explosión de una ferretería de La Habana Vieja a finales del siglo XIX. Solo una de las víctimas, cuyos familiares quisieron inhumar, aparte no se encuentra en el monumento. El escultor español Agustín Querol Subirats, que había diseñado la obra con los rostros de los desaparecidos tallados en medallones de mármol, al faltar el del bombero ausente hizo una broma macabra: esculpió su propia cara y la adosó al gran panteón, con todo su arte.
En esta y otras avenidas principales del Cementerio de Colón abundan diversos y magnos panteones, dignos de apreciar por los miles de turistas cubanos y extranjeros que los visitan. Una de las tumbas que más concitan la presencia pública es la de La milagrosa, donde yacen los restos de la joven cubana Amelia Goyri de la Hoz y de su pequeño hijo, fallecidos por un ataque de eclampsia de la madre en el acto de nacimiento de la criatura en 1901. De ella se cuentan numerosos hechos milagrosos y de peticiones concedidas, luego de la devoción inicial del esposo de Amelia, que después de muerta siguió reclamándola, haciendo sonar las argollas en la losa sepulcral. En 1909 se colocó sobre la tumba una estatua de Amelita, invocada por algunos que en sus visitas le llevan flores, acompañadas por sinceras peticiones.