Un auténtico ajiaco
En cualquier lugar de Cuba se puede escuchar la frase: «Aquí, el que no tiene de congo tiene de carabalí», para significar la innegable presencia de sangre africana en los habitantes de esta isla, mientras para justificar la ira o la tozudez se dice: «se me subió a la cabeza lo que tengo de gallego…». Pero allende los más evidentes y nombrados componentes de nuestra nacionalidad, aquí hay de chinos, árabes, japoneses, franceses, haitianos y rusos, entre otros muchos que han dejado su huella en la patria cubana.
Ajiaco, como calificara a nuestra cultura el sabio don Fernando Ortiz, aduciendo al caldo que se cuece con un poco de todo y que al final, sin embargo, tiene sabor propio. Así es Cuba, mestiza y al mismo tiempo auténtica; tierra en la que su cultura aborigen dejó muy pocas huellas por el exterminio del que fue víctima con la conquista española. Después fue conformándose con los que vinieron de todos los rincones de la península ibérica y de sus islas (también mezclados muchos), de los africanos traídos como esclavos, y de cuanto inmigrante pisó estas tierras cuando no estaba de moda la globalización ni Internet, pero sí llevar y traer en largos viajes -sobre todo a las ciudades con puerto de mar- todas las nuevas de los lugares remotos. En especial La Habana, por ser capital del país y ciudad con puerto, fue favorecida por la confluencia de todos estos elementos.
De África al Caribe y más Los esclavos africanos aportaron la singularidad de su cultura y con ello contribuyeron a conformar la nuestra en una gran parte. Donde más se aprecia es en la base rítmica de nuestra música, en la percusión y en la manera de bailar. Aunque la mayoría de la población cubana es de raza blanca, el cubano de hoy, sea de cualquier color y de cualquier procedencia, baila con sensualidad, soltura y estremece su cuerpo al sonido de este instrumento. Lo africano, marginado por siglos, a veces caricaturizado y no estudiado en toda su dimensión, incluye religión, comportamiento social y otras zonas culturales que van más allá de la superficie que se nota. Como la vida, la cultura cubana no es en blanco y negro, como a veces se supone que se puede dividir, pues cada componente en sí mismo nunca llegó puro a nuestras costas.
Lo negro invadió la contradanza europea que tan gustada era en los salones criollos, desde el mismo momento en que muchos de los integrantes de las orquestas eran negros y mulatos, los cuales ejecutaban instrumentos que nada tenían que ver con los utilizados en Europa.
Se discute, además, el lugar de procedencia de distintos géneros que caen en la categoría de ida y vuelta. Sucede con la Habanera. Dicen unos que nació en la capital cubana y que fue llevada por los marineros de la península a sus tierras y otros, que fue al revés. Lo cierto es que hasta hoy se oye en ambos lados. El lejano Oriente también Cuando en 1847 desembarcaron los primeros chinos, se iniciaba otra rama de influencias en la cultura nacional. El barrio chino más populoso de América Latina tuvo su ubicación en varias manzanas del actual municipio de Centro Habana y hoy, a pesar de que la inmigración se detuvo hace décadas, se mantienen las tradiciones por sus descendientes. De esta lejana tierra quedan huellas sobre todo en platos que ya son parte de la cocina preferida por los cubanos.
También japoneses pusieron su granito, sobre todo se asentaron en la otrora Isla de Pinos, actual Isla de la Juventud.
Ajiaco, ni más ni menos. Es difícil extraer cada uno de los elementos que componen la cultura cubana, definir aquí y allá, en cada rincón de esta ciudad ecléctica, donde en una misma cuadra se combinan estilos y épocas. Multiplicidad de raíces, mezcla sin par, que en innegable armonía, conforman la Cuba de hoy, única y diversa.