Una elevación prominente dentro de la plana Habana se llamó en los tiempos de la España colonial con el apelativo de la loma de Aróstegui, que hoy en la ciudad contemporánea nadie menciona. Sobre su arbolado original y los cuarteles de pirotécnica del ejército de ocupación, ha emergido en menos de medio siglo XX una real acrópolis de bellos edificios neoclásicos, dedicados a las facultades y carreras de la Universidad de La Habana.

De este ambiente habanero alusivo a las antiguas Grecia y Roma, se ha dicho que fue inspirado en el campus y los edificios de la universidad estadounidense de Columbia, neoclásicos también. La ciudad, que probablemente no haya ponderado esa similitud, históricamente ha tenido que ver con estas aulas en lo que ahora se llamó La Colina, a secas, por su elevado emplazamiento.

Este lugar no pocas veces fue asaltado por las fuerzas represivas debido a las tánganas estudiantiles que reivindicaron reformas necesarias o protestaron con los desmanes de los gobiernos de turno, los asesinatos a mansalva o la entrega servil a Washington. Mucha población de La Habana se identificó siempre con la valiente defensa popular que hicieron los universitarios de cuanta causa noble existiera, aunque para muchas familias, con hijos alumnos de allí, significó la angustia ante posibles porrazos y tiros de la policía o agua a chorros por los bomberos.

Incluso esta digna postura se reprodujo después del triunfo de la Revolución, cuando la controversia se trastornó con la intromisión y agresión exterior en el proceso revolucionario cubano. Esto implicó la organización de los alumnos, profesores y demás trabajadores de la uache (UH, Universidad de La Habana, como se lee la abreviatura, que ahora se le dice también) en batallones de combate bien armados y entrenados contra el posible invasor. Huella viva de estas historias es una tanqueta blindada, arrebatada al ejército de la última de las tiranías por universitarios convertidos en guerrilleros, en 1958.

La propia escalinata de granito, con su Alma Mater modelada de dos bellas criollas, se reconoce como el punto de partida de las masivas demostraciones de la Federación Estudiantil Univesitaria (la FEU), encabezadas por sus gloriosos presidentes Julio Antonio Mella y José Antonio Echeverría caídos en combate.

Estas manifestaciones descendían por la calzada de San Lázaro hasta el Parque de los Mártires Universitarios que es el mayor recuerdo de aquellos combates callejeros entre estudiantes desarmados y apertrechados de ideas y las perseguidoras de la policía represiva, durante décadas de la neocolonia en Cuba.

Los imponentes inmuebles universitarios de La Colina, entre cierres oficiales y los asaltos de los desgobiernos del momento, formaron a miles de profesionales de gran calificación y de pensamiento rebelde. A veces refugiados tras las columnatas de la Facultad de Ciencias o en el entrañable Parque de los Cabezones, escondidos de la porra o estudiando para el próximo examen, los estudiantes de La Colina habanera consideraron a esta por años como un territorio libre del oprobio, enaltecedor de la cubanía y fragua de los grandes valores de la cultura. En carreras y centros de investigación, en su Museo Montané dedicado a los indocubanos y en el Museo de Ciencias Naturales Felipe Poey, o en tantos otros sueños forjados en el activo siglo docente, se expresa la tradición cultural continuada en la Universidad de La Habana. Sus paseos arbolados y su plaza central nombrada propiamente Ignacio Agramonte o su Aula Magna repleta de recuerdos y reliquias, entre ellos una urna con los restos del presbítero patriota Félix Varela, figura primada de la nacionalidad cubana de principios del siglo XIX.