Rafael Álvarez, alias El Brujo, llega a La Habana por vez primera en su trayectoria artística de más de treinta años. Aterriza como un actor genuinamente consagrado en tierras de la madre España. Ha participado en montajes teatrales de compañías como Tábano, Teatro Experimental Independiente, Teatro Libre de Madrid, y demostrado que puede actuar, sobrevivir y, por lo tanto, es exitoso. Pero ese éxito desmedido está signado también por el reclamo, en primer lugar, del público español al que se debe, quien pedía a gritos que actuara en solitario. Querían verlo solo a él, las luces y el teatro. Bien sabrá el público el porqué de sus exigencias.
Desde muy joven deshonró la expectativa de sus padres en Córdoba de tener un hijo abogado o médico. Aun así, sus progenitores le dijeron certeras palabras: «Muy pocos llegan, piénsatelo bien». «Cuando empecé —me dice— no pensaba que iba a lograrlo, tenía serias dudas. Era una locura, una aventura, un disparate, una excentricidad por mi parte. Ser actor era una extravagancia, una vanidad. Los grandes maestros invitan siempre a despertar el poder que hay en tu interior, de convertir en realidad tus sueños, y los sueños se convierten en algo real mediante el esfuerzo, la voluntad, no solo soñando, sino trabajando. Los primeros días en la Real Escuela Superior de Arte Dramático fueron los días de la esperanza, de la expectativa».
Al graduarse conservó el sobrenombre de la época estudiantil: El Brujo. Lo hizo para destacarse del resto de los actores españoles. Tendría entonces la dicha de laborar en el Corral de Comedias del Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista, institución teatral en activo desde hace más de cien años. «La primera vez que trabajé en el Corral de Comedias tuve una emoción muy fuerte, porque es un ámbito lleno de magia, de magnetismo teatral. Es un sitio donde se ha hecho teatro desde hace cinco siglos. Se conserva intacto. Allí han ocurrido muchas historias, anécdotas y vivencias tanto del público como de los propios artistas. Y eso es así, tanto que cuando llegó la Royal Shakespeare Company a representar algunas de sus producciones, me sorprendió mucho que dejaron todos sus bártulos en el suelo e hicieron un minuto de silencio para reverenciar a El Corral. A mí eso me puso los pelos de punta, y los ingleses me enseñaron ese sentido profundo de la teatralidad, de la reverencia al misterio del teatro que siempre ha estado unido a lo sagrado».
El Brujo era un actor que había recorrido un gran camino sobre las tablas, entendía la irrefutable sensación del misterio teatral y lo veneraba tanto que en ese decursar encontró los «peros» a la creación artística. «Por la experiencia que tuve en un montaje con un reconocido productor español en una obra llamada La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, decidí crear mi propia productora de teatro Pentación, S.A., junto a José Luis Alonso de Santos, Gerardo Malla y Jesús Cimarro. La taberna… tuvo mucho éxito. Había una cosa muy singular, y es que en el momento de la representación uno de los personajes moría porque había una reyerta con navajas en una taberna y el director quería sangre. La sangre valía no sé cuánto en cada representación. El productor dijo que no, sangre no, que el actor dijera ¡ay!, me dolió mucho. Entonces me dije: siempre vamos a estar a expensas de los que controlan la sangre, y entonces hay que autogestionar la sangre. Hay que hacerse productor para decidir tú mismo con criterio artístico cuánto, dónde y de qué forma quieres gastar el dinero para la producción».
Como buen actor, El Brujo utilizó todas las plataformas que sirvieron a sus objetivos escénicos. Si bien el teatro acerca al público y el cine internacionaliza, es la televisión la que ofrece el mayor reconocimiento popular. Por lo tanto —explica Rafael—, hay un Brujo para el teatro, la televisión y el cine, según las distintas expresiones. «Primero era hacerse con la profesión y sobrevivir, a expensas de los directores que te llaman, te reconocen. En otra era hacerse con el público, gracias a una serie de televisión exitosa en mi país que se llamó Juncal, que coprotagonicé con otro actor: Paco Rabal. Después, con esa popularidad, hice producciones, obras… Eso ya terminó. Ahora hago los espectáculos que yo mismo elijo y escribo.
»El monólogo no es el género teatral que prefiero, sino que, últimamente, es el único que realizo desde hace quince años. El público español quiere verme solo en el escenario. Mis obras más amadas serían quizás las que traigo aquí: El Lazarillo de Tormes y Autobiografía de un yogui, porque marcan puntos de mi carrera. La primera es una obra emblemática del teatro del Siglo de Oro español que me dio un éxito como actor solista. Se estrenó en 1992, y sigo haciéndola. La otra es una pieza complejísima, porque son temas de neurociencia, física cuántica y yoga, inspirados en mi maestro, el gran yogui y swami hindú Paramahansa Yogananda, impulsor del Raja Yoga en Occidente. Para que ustedes lo conozcan hago el espectáculo. Ambas obras son las dos columnas del arco que han sido todos estos años».
El Brujo prefiere a los personajes de época como El Lazarillo, con el que obtuvo el Premio de Antena 3 a la mejor interpretación teatral y el Premio Asociación de Espectadores Ciudad de Alicante, entre otros. Por su trayectoria fue merecedor de la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en 2002, máximo galardón que concede el Ministerio de Cultura español, así como la Medalla de Andalucía en 2012, otorgada por el Gobierno de la Junta de Andalucía.
Con más de tres décadas como actor, dramaturgo, productor y yogui, El Brujo confía en la meditación como la ciencia de realización del ser, provista de sabiduría, magia, luz y amor. Sus puestas en escena llevan los arreglos musicales de Javier Alejano, quien lo acompaña desde hace mucho. Es también un cómico y un comediante, así que la risa no puede faltar en sus intervenciones. Tampoco está ausente la poesía a la semejanza del universo de Shakespeare. Amén de sus notorias influencias teatrales, fue la influencia espiritual, el llegar a ser un avezado en el conocimiento del legado de Yogananda, la mayor transformación de Rafael. Una metamorfosis necesaria que enriqueció su calidad humana, dejándonos un Brujo que desde su tribuna: la escena, se opone a la destrucción del mundo en que vivimos y defiende la dignidad, la justicia y la grandeza de la vida.