- Iberoamérica tiene su casa
Entrevista con Eduardo Ávila Rumayor, director de la Casa de Iberoamérica
El 23 de octubre de 1993, en una edificación patrimonial de la ciudad de Holguín, fue fundada la Casa de Iberoamérica. Una de sus creaciones más importantes, la Fiesta de la Cultura Iberoamericana, le rindió homenaje en su aniversario veinticinco a una institución que ha tenido como objetivo primordial consolidar el interés por las manifestaciones del arte y la cultura de la región.
Arte por Excelencias conversa con su figura más visible, Eduardo Ávila Rumayor, quien desde el año 2011 dirige esta institución emblemática del oriente del país.
Háblame de la génesis de la Casa.
Eusebio Leal lo dijo públicamente en conferencia de prensa en La Habana: que en ello quizás tuvo mucho que ver Fidel. Había indicado que no se dejara pasar por alto el hecho de la conmemoración de los quinientos años, y que debía hacerse desde una perspectiva donde Cuba tomara posición. Armando Hart, entonces ministro de Cultura, fue el propulsor fundamental de abrir este espacio y el de la Casa de la Nacionalidad de Bayamo, con la doble intención de darle tratamiento desde el punto de vista de la investigación al hecho del encuentro de las dos culturas, pero también en una visión de acompañar el desarrollo prospectivo de la zona oriental del país por sus amplias posibilidades en el fomento del turismo.
La visión más concreta tiene que ver con lo que ocurrió en 1992. Entre el 25 y el 28 de octubre de ese año se reúne un grupo importante de intelectuales cubanos y discuten sobre el significado de las celebraciones de los cinco siglos del arribo de Colón a este hemisferio: si fue una empresa de conquista aniquiladora de buena parte de la cultura de nuestros pueblos originarios o tiene que ver también con la forja de una cultura nueva.
Ahí estuvo la idea inicial de una institución como esta: dar continuidad a esos debates. Y tanta fue la voluntad de crearla, que solo un año después de las conmemoraciones, y en medio de la crisis económica más profunda que ha tenido este país, se funda la Casa de Iberoamérica, con un grupo de trabajo encabezado por una figura tan prominente como José Manuel Guarch Delmonte.
Trabajamos por mantener viva esa idea inicial de ser una institución que permite establecer los debates en todas sus dimensiones sobre la empresa conquistadora, descubrimiento o encuentro de culturas, porque todas esas lecturas están presentes al unísono, que a la vez fuera promotora y gestora de un movimiento de solidaridad con Cuba, de un movimiento cultural que trajera a la Isla lo mejor de esa cultura que se hace en Iberoamérica, pero que también sirviera para posicionar internacionalmente la cultura que se hace en Holguín y la que se hace en Cuba, un resorte que pudiera activar a la cultura como mecanismo del desarrollo local a través del turismo.
Tenemos muy presente lo que Hart definió para nosotros: el surgimiento de unos pueblos nuevos que estaban basados en ese hecho histórico concreto. Es una diversidad complicada, a partir de las propias transiciones que han vivido los pueblos latinoamericanos en estos quinientos veintisiete años.
Aquellos debates de 1992, ¿han quedado al margen o aún subsisten?
Se mantienen. Ninguno de nosotros vivirá el próximo centenario, pero resurgirá nuevamente, dentro de setenta y cinco años, esa discusión que hoy se expresa quizás en menor dimensión. Renacerán los debates sobre la preponderancia de una empresa conquistadora, de los mecanismos de colonización que se instauraron en nuestros territorios, y cada cual tratará de tener la razón.
La razón está en lo que hemos sabido construir como pueblos que vivieron una época, que asimilaron un proceso histórico muy traumático, y que lo estemos utilizando para conocernos y entendernos mejor, y para proyectar una unidad que cada día se visualiza más necesaria. No es una visión reconciliadora, tenemos que entender que somos pueblos que surgimos de ese hecho histórico concreto que marcó y seguirá marcando la historia de la región. Marcar la historia en un posicionamiento pactado por un extremo u otro siempre va a ser lo más irracional en términos históricos, sociológicos o de cualquiera de las ciencias humanas.
En términos contemporáneos, se presenta como «cultura» lo más comercial y ramplón, lo que se genera desde la visión del conquistado. ¿Con qué presupuestos artísticos se conforma la Fiesta de la Cultura Iberoamericana?
La Casa tiene que ser capaz de captar aquello que por resistencia todavía forma parte de la cultura tradicional que nosotros desarrollamos y defendemos, pero no negarse a entender que hay movimientos culturales contemporáneos. Si no nos proyectamos de esa manera, estaríamos negando el propio proyecto de la Casa, y estaríamos a mediano o largo plazo aniquilándolo. No negamos totalmente una situación en términos culturales que apunta fundamentalmente a la comercialización, pero hay resortes y mecanismos que pueden activar cualquiera de estas dos posiciones, tanto lo tradicional como lo contemporáneo.
Lo mejor es que descubrimos que hay capacidad en todos los pueblos latinoamericanos de seguir generando una cultura que se proyecta hacia la contemporaneidad y que no desprecia para nada lo que la tradición nos ha legado. Ayer mismo, en el desfile, pudimos ver a una unidad artística que recrea la tradición de la Polinesia chilena. Y eso lo están haciendo los jóvenes. O las danzas tradicionales de Canarias, con dos muchachos que han venido desde España. O unos canadienses que salvaguardan la música tradicional latinoamericana. Nuestros espacios se convierten en reservorios para que estas expresiones se expresen dentro de un amplio universo cultural y ayuden a desmontar la idealización que existe de ciertos productos culturales marcados únicamente por la comercialización.
En una realidad en que el neoliberalismo gana terreno y la izquierda latinoamericana lo pierde: ¿qué importancia tiene una institución como la Casa de Iberoamérica?
La mejor expresión la pudimos vivir ayer en el Congreso Iberoamericano de Pensamiento: cómo un debate de las elites políticas de Latinoamérica en medio del evento nuestro encuentra consenso entre los pueblos. El debate sobre la salida al mar de Bolivia encontró comprensión en la delegación chilena, y sus miembros advierten que no es el pueblo chileno el que niega el empeño boliviano, sino las elites que dominan esos espacios políticos y geográficos. O cuando escuchamos a un abogado norteamericano explicar qué significa para ellos el bloqueo —o «embargo», como lo definen ellos— y que existan puntos de encuentro sobre la necesidad de defender a Cuba.
Es la amplia posibilidad que tienen estos espacios para recomponer, rearticular, rediseñar los esfuerzos de la izquierda latinoamericana en función de los proyectos nacionales. Podemos tender puentes, reforzar la imagen de esta, y proyectarla para que rompa con el poder político dominante.