Decir diciembre en La Habana es decir Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Toda Cuba lo sabe y se prepara. Algunos piden vacaciones en el trabajo, los de otras provincias pasan una temporada en casa de un familiar o amigo, mientras los estudiantes universitarios, a veces hasta sin permiso de los profesores, vienen a la capital, y los jubilados son los primeros en la fila. Todos quieren formar parte de la fiesta cinematográfica, perseguir las películas, en especial las cubanas, y vivir de tanda en tanda.
La edición cuarenta generó muchas expectativas, y el espectador confió. Sabía que los organizadores son minuciosos en cada detalle, que se proyecta lo mejor del concurso, que el Hotel Nacional se viste de lujo con invitados que son estrellas de cine, y, por qué no, también espera poder fotografiarse con ellos si apareciera la oportunidad. Nuevamente los cines de la calle 23 —o 23, la calle de los cines—. Lo que para críticos, actores, actrices y directores pudiera ser una carga de trabajo excesiva, para el público es una celebración del séptimo  arte. ¡Cómo imaginar La Habana sin su festival de cine!
Todo comenzó el 3 de diciembre de 1979 con la primera edición, en la que estuvieron más de seiscientos cineastas latinoamericanos, convocados por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Tuvo como presidentes de los jurados a Gabriel García Márquez y Santiago Álvarez. No era solo un encuentro, sino un movimiento cultural que incluyó la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en 1985 y la Escuela Internacional de Cine y Televisión en 1986. A partir de ese año siempre lo hemos tenido, incluso en el parteaguas de los noventa, y eso demuestra la voluntad política y cultural de un país en tiempos tan complejos.
Cuatro décadas después se sigue apostando por la mirada al celuloide desde este lado del continente, para contar las realidades, fracasos y anhelos de la América nuestra. Así que, cercano a diciembre, el pasaporte del evento se torna más importante que el carnet de identidad. Tampoco pueden faltar en el bolso una merienda y agua. Temprano en la mañana hay que comprar el Diario para estar informados de los estrenos y sus horarios. En la noche hay que ver el Noticiero por si te perdiste algo, y ahora hay que sacar algo del bolso: un par de espejuelos, porque, aunque tengamos cuarenta años como el Festival, todos tenemos 20-20 y los espejuelos están de más.