UN MUSEO DE FIESTA
Este año el Museo Nacional de Bellas Artes cumple sus primeros cien años de vida luego de un azaroso itinerario que comenzó allá por el año 1913 a través de varias sedes. En la actualidad cuenta con dos hermosas edificaciones localizadas en los alrededores del Parque Central --ese antiguo corazón de La Habana—y no ha cesado de exhibir obras de su Colección Permanente (hasta alcanzar la enorme cifra de casi 47 mil gracias a la generosidad de numerosas instituciones religiosas, culturales, coleccionistas privados, artistas y organismos del Estado cubano) y otras de manera transitoria, dispuestas para disfrutar de ciertas zonas del arte universal y de un extenso recorrido a lo largo y ancho del arte producido en esta Isla.
Entre 1913 y 1954 el Museo ocupó sucesivamente tres sedes, ninguna verdaderamente adecuada. Su inicial proyección fue polivalente pues reunía obras, objetos y documentos de historia, arqueología, etnografía, artes decorativas y artes plásticas, los cuales se concentraron en aquellas sedes y en la nueva que tuvo el Museo a partir de 1954, y por el que más ha sido reconocido, ubicado en una de las áreas densamente pobladas y urbanizadas en los límites del Centro Histórico de La Habana. Solo poco después de 1967, el Gobierno Revolucionario decide crear otras instituciones museísticas en la capital para acoger todo lo que no fuese artes plásticas y disminuir con ello la carga que pesaba sobre la flamante institución y, como un logro más, formalizar así uno de los proyectos más ambiciosos propuesto por su nueva directiva: la creación de salas exclusivas para el arte cubano.
Las colecciones extranjeras quedarían agrupadas bajo los rubros de Antigüedad y pintura europea (de los siglos xv al xix), por una parte; arte americano con las secciones de Estados Unidos y Latinoamérica por otra; y arte asiático (especialmente la colección de grabados Ukiyo-e) lo cual implicó una remodelación no solo museológica general sino también física, es decir, edilicia. No es hasta fines del siglo xx, que la dirección del Estado Cubano decide otorgarle otra sede adicional para poder satisfacer finalmente la disposición y exhibición de tan vasta y creciente colección de obras. Esa otra sede es el elegante edificio del antiguo Centro Asturiano de La Habana, localizado también en los límites del Centro Histórico. De este modo las colecciones quedaron agrupadas de manera definitiva en esas dos sedes: una de ellas dedicada íntegramente al Arte cubano (construida en 1954) y otra (el antiguo Centro Asturiano) dedicada al llamado Arte universal (es decir, de otras áreas del mundo.)
Desde la década del 60, el Museo se convirtió en la institución por excelencia para acoger los grandes eventos de las artes plásticas en el país y de otras expresiones de la cultura gracias a su enorme capacidad de espacios y facilidades materiales. Numerosos Salones Nacionales de pintura, dibujo, grabado, fotografía, escultura, se han realizado en las holgadas salas del Museo, en su patio central frondoso y hasta en sus aceras colindantes alrededor de todo el edificio, así como Muestras antológicas y retrospectivas de los más notables artistas cubanos de todos los tiempos, incluso extranjeros. Mención especial merece la disposición del Museo para exhibir la obra de valiosos jóvenes artistas cubanos desde los años 70, en salas preparadas específicamente para ello, lo cual reafirmó su voluntad de promoción del arte contemporáneo en nuestro país y que lo ha llevado a experimentar una especie de “doble vida”, pues en la práctica actual dicha institución aúna e integra en su programa de desarrollo lo mejor de las llamadas “bellas artes” (desde la Antigüedad hasta el siglo xix), la modernidad (siglo xx) y lo contemporáneo (desde los años 60 hasta nuestros días) sin contradicciones en su espíritu y su vocación por contribuir a una mayor y más compleja formación del público.
Bastaría con recordar el famoso Salón 70 con todas las expresiones de la visualidad en Cuba, las muestras 1000 carteles cubanos de cine, Artistas populares de Cuba, Hecho en latinoamérica (dedicada íntegramente a lo mejor de la fotografía continental), las celebraciones de las primeras cinco Bienales de La Habana, cuya edición inicial de 1984 rebasó todas las expectativas de un público deseoso de observar en un solo espacio expositivo las complejas obras del arte contemporáneo de América Latina y El Caribe, África, Asia y el Medio Oriente para tenber una idea del alcance y proyección de la institución. Y también las muestras dedicadas a los cubanos Carlos Enríquez, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Raúl Martínez, Sandú Darié, Rita Longa, Umberto Peña, Nelson Domínguez, Tomás Sánchez, Rocío García, entre otras, además de algunas dedicadas a artistas extranjeros como Robert Rauschenberg, René Burri, por citar unos pocos.
Su máxima atracción, a mi modo de ver, lo constituye el edificio dedicado precisamente a exhibir más de 300 años de Arte Cubano, remodelado a fines del siglo xx por espacio de 5 años y en el que, en poco más de 3 horas, el visitante recibe una vasta impresión de esa pujante y diversificada expresión nacional. Desde el arte en la colonia hasta el llamado contemporáneo, las salas de ese edificio favorecen la observación de obras de significativos artistas que nacieron o produjeron la mayor parte de sus obras en Cuba. El ecléctico edificio dedicado al Arte universal –-construido en el lejano 1927— experimentó un conjunto de transformaciones en su interior, sobre todo a nivel de mobiliario de exhibición, iluminación, y remodelación espacial, que dieron respuesta a su nuevo uso y funciones, respetando al máximo su pasado para acoger obras de arte antiguo (Egipto, Grecia y Roma), arte oriental (Japón), escuelas europeas (España, Francia, Italia, Flandes, Holanda, Alemania, y donde sobresale por encima de todo la importantísima colección de retratos ingleses), y arte norteamericano y latinoamericano.
Ambas ejemplares edificaciones son, incuestionablemente, motivo de orgullo para la cultura cubana y toda nuestra sociedad. Es difícil hallar en nuestro continente una institución de esta naturaleza que haya logrado satisfacer tal conjunto de necesidades espirituales y nuevas funciones, imprescindibles en el desarrollo de cualquier comunidad. Su vitalidad y presencia en medio de adversidades en lo económico y social aumenta por ello su valor y su importancia, a la vez que consolida sus capacidades como centro de actividad cultural en un contexto local que reclama y desafía constantemente las aspiraciones de cualquier ciudadano. A cien años de fundado nos corresponde celebrar tan importante acontecimiento como algo querido, nuestro, singular.