Osvaldo Montes cree que su música le aportó solo lo necesario a El lado oscuro del corazón, el clásico filme de Eliseo Subiela (1944-2016) coproducido entre Argentina y Canadá en 1992.
Montes comenzó componiendo muy joven, influenciado por la Nueva Trova. Después de varios años junto al icónico grupo Los Calchakis, trabajó para la televisión canadiense y realizó su primer largometraje, La Gûepe, dirigido por Gilles Carle, y desde ahí no ha parado, asegura el autor de la banda sonora de filmes como Tango feroz: la leyenda de Tanguito, Pequeños milagros, Plata quemada, Bolívar soy yo, Ay, Juancito, Un lugar lejano, Rehén de ilusiones, Paisajes devorados, Omisión y Yo soy así, Tita de Buenos Aires.
Para quien es uno de los compositores para cine más importantes de la escena contemporánea, la confianza con el director es fundamental, y un filme el resultado del trabajo de muchos.
¿Qué significa haber trabajado con Eliseo Subiela y en especial en El lado oscuro del corazón?
Regresé a Argentina por El lado oscuro… y la relación con Eliseo fue absolutamente maravillosa. Fue un genio que tuvo la oportunidad de hacer una película que es un icono y que ninguno de nosotros tenía claro en ese momento que iba a ser así: simplemente sabíamos que no sería una película más, pues es una obra muy fuerte, importante desde todo punto de vista, pero principalmente desde la poesía. Fue un momento bisagra. Había dejado Argentina en 1975, viví cinco años en Francia y estaba residiendo en Canadá cuando comencé a hacer música para la imagen. Con el paso del tiempo fuimos muy amigos y compartimos muchas experiencias audiovisuales.

¿Qué crees le aportó la música a El lado oscuro…?
Lo necesario para la película. Lo importante, cuando uno hace un filme, es tener claro que estamos haciendo algo en función de una idea y una obra que está vinculada al sueño de un director y al trabajo de todos los participantes. Por la película regresé a Argentina, pues necesitaba el vínculo con ese tufo rioplatense. Fue además de una libertad, confianza y complicidad absoluta, por eso aparecen canciones que son bastantes particulares, como Happy tango, Casamiento, Las dos orillas y El baile del casamiento. Fue muy divertido y muy intenso trabajar con Eliseo.

Usted ha dicho que el director es como el timonel del barco, y que la música está destinada a satisfacer sus inquietudes. Y también que la confianza es imprescindible.
Absolutamente. Lo sigo sosteniendo. La mejor manera de trabajar una película es con la confianza del director y el equipo. Un buen director dirige al actor, pero confía en él y en lo que puede dar del personaje. Eliseo fue muy buen conductor, muy buen capitán de barco, porque sabía abordar y explorar cosas.
¿Cuándo empezó a componer? Específicamente, ¿cuándo le atrapa la música para cine?
Empecé a componer en Argentina, cuando tenía 17 años, canciones muy influenciadas por la Nueva Trova, por la poesía. Llegué a Francia en 1975 y trabajé, siempre componiendo, con un grupo que es un icono en la música andina: Los Calchakis. Realizamos giras con Mercedes Sosa y nos hicimos muy amigos. Luego empecé a grabar un disco con la intención de buscar. Me metí en un estudio a tocar todos los instrumentos y componer, influenciado por la llamada música andina progresiva.
En una gira que hice con Los Calchakis conocí a un productor, y como tenía las mezclas de mi primer disco, le mostré los temas y me compró uno para un documental. A partir de ese momento me fui a Montreal: la compañía Via Le Monde me ofreció que trabajara con ellos y comencé haciendo series de televisión y documentales. Mi primera producción, Las leyendas indias de Canadá, me dio mi primer premio, otorgado por la academia del disco francés. Mi primer largometraje también lo hice en Canadá años más tarde, La Gûepe, dirigido por Gilles Carle; el segundo fue Á corps perdú (1988), de la cineasta Léa Pool. Y desde ahí no he parado.

¿Compones la banda de una película después de ver las imágenes o partiendo del guion?
En ocasiones te convocan para hacer la música cuando la película ya está premontada o prearmada, y terminas siendo un disparador muy importante. Otras veces empiezas desde el guion, como con El lado oscuro del corazón: el setenta o el ochenta por ciento de la música la compuse en Canadá a partir del guion, incluso antes de conocer a Eliseo. Otras veces te dan la película y hay que empezar a trabajar. Hay distintas maneras y depende de cómo se implique el director.

En otras dos películas admiradas en Cuba tu música juega un papel importante: Tango feroz: la leyenda de Tanguito (1993) y Plata quemada (2001), ambas de Marcelo Piñeyro.
En Tango feroz había música preexistente, canciones de los años setenta que hubo que organizar, y mucha música original. Plata quemada estaba casi terminada cuando Marcelo me llamó. Además de Tango feroz, yo había hecho Cenizas del paraíso (1998) con él, con la cual gané en La Habana el Coral. Son películas que tienen una trascendencia importante.
 
¿Qué músicos considera sus maestros, aquellos que le han influenciado a la hora de hacer su obra?
Un compositor fundamental para mí es Ennio Morricone. Me gustan mucho Éric Serra, el francés que ha trabajado con Luc Besson, y Jean-Claude Petit, que hizo una película extraordinaria, Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau, 1990). También Vangelis, en filmes como 1492: la conquista del paraíso (Ridley Scott, 1992). Las influencias son muchas: The Beatles, el tango, Astor Piazzola, el folclor latinoamericano, sus texturas…
 
¿Qué banda sonora hubiese querido componer?
Me hubiese gustado hacer las películas que he hecho. Quizá un filme magistral como La misión (Roland Joffé, 1986) o Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), ambas con música de Morricone. La película lleva la música que tiene la película, no hay muchas más posibilidades.

¿Cómo valoras en la actualidad el panorama de la música para cine?
Hay cosas muy interesantes: son muchos los compositores y ya no es algo complementario, sino importante, que es lo fundamental. En Cuba tuve la experiencia de trabajar con Eduardo del Llano en dos películas suyas: Vinci (2011) y Omega 3 (2014). Es un privilegio que me causa un poquito de pudor, pues la calidad de los músicos cubanos es absolutamente extraordinaria, comenzando por los compositores —José María Vitier, Leo Brouwer, Edesio Alejandro—, y después los músicos. En Cuba grabé con la cantante canadiense Florence K. el álbum Havanna Angels (Abdala, 2012). Fue mezclado en los estudio Planet de Montreal, resultó Disco de Oro en Canadá y contó con grandes maestros de la música cubana.
 
Cuando ve una película ¿logra concentrarse en la historia o no puede distanciarse de su trabajo como compositor?
Yo escucho las películas. Lamentablemente es así: las veo, pero las escucho. Es una deformación profesional muy difícil. Es lo mismo de los directores cuando vienen a ver una secuencia que tú has compuesto: están escuchando aunque no estén necesariamente escuchando, sino viendo cuáles son los errores o cosas que tienen que modificar en la película.