Gonzalo Zaldumbide, escritor, ensayista y diplomático ecuatoriano, nombró así a este terruño porque sus edificaciones estaban pintadas con el bello color marfil.

El amor, la escritura, la historia, las construcciones, la conquista y la mezcolanza de las personas conformaron la leyenda: la urbe San Miguel de Ibarra, capital de la provincia de Imbabura, es también conocida como La Ciudad Blanca, pues dicen que Gonzalo Zaldumbide (1882-1965), escritor, ensayista y diplomático ecuatoriano, autor del libro Égloga trágica, nombró así a este terruño porque sus edificaciones estaban pintadas con el bello color marfil. Quizás también sea cierto que en sus orígenes, relacionados con los europeos, haya sido poblada la región por una notable concentración de españoles y portugueses, de tez blanca, diferente al color de la piel de los indígenas. El mestizaje que se dio a continuación hizo irremediable el choque de culturas y el arribo posterior de los afrodescendientes, y esa es la composición étnica que habita hoy Ibarra, vecindario crecido sobre un valle, en la denominada Sierra Andina, a solo 126 kilómetros al norte de la capital Quito, 135 de Colombia y 185 de la salida al mar por San Lorenzo, en el Océano Pacífico.
La denominación Ibarra fue en honor a don Miguel de Ibarra y Mallea, sexto presidente de la Real Audiencia de Quito, quien orientó su fundación por mandato del rey Felipe de España, el 28 de septiembre de 1606, llevada a cabo por el español Cristóbal de Troya.
Un terremoto devastador la azotó sin piedad en la madrugada del 16 de agosto de 1868, destruyéndola casi en su totalidad, y sepultó el ochenta por ciento de la población ibarreña de entonces, por lo que tuvo que ser reconstruida desde sus propias cenizas cual ave fénix. Mas no fue esta la primera vez que murieron allí tantas personas, pues antes, en 1520, aconteció una muy cruenta batalla previa a la llegada de los españoles durante la tercera invasión del imperio inca,
que tuvo que emplear casi tres decenios para doblegar la feroz resistencia de los lugareños.
Huayna-Capac, undécimo líder de los incas y su último emperador, se enfrentó con sus huestes a la confederación de indios pertenecientes principalmente a las tribus caranqui, cayambes y pastos, lo cual culminó con la victoria de los incas y una masacre despiadada de los hombres vencidos, pues a los mayores de doce años los degollaron sin piedad y sus restos fueron lanzados a la laguna.

Yahuarcocha (Laguna de sangre)
Así es como se conoce en la actualidad. Fue el escenario de ese ancestral genocidio protagonizado por los incas, una civilización más desarrollada que la existente en esta región sudamericana. El imperio inca, poco tiempo después, sucumbió también, y con escasa resistencia, a las tropas españolas de Francisco Pizarro.
En idioma quechua, yaguar significa sangre y cocha laguna. Anteriormente se dice era nombrada Caranquicocha por sus habitantes, los caranquis. Tras la masacre, la sangre de sus generosos hijos tiñó de escarlata sus frías aguas, y quedó la leyenda.
Ahora es un precioso y funcional centro recreativo, 2 220 metros sobre el nivel del mar, a solo tres kilómetros de la ciudad de Ibarra, donde hay muchos atractivos para los visitantes. El agua es navegable de diversas maneras: en lanchas —con guías turísticos—, bicicletas acuáticas, botes chocones circulares y con motor… Puede practicarse la pesca, caminar, correr, y hasta lanzarse en un paracaídas, del tipo paravelismo o parapente, en compañía de un experimentado instructor de vuelo, y así tener una insólita vista aérea de la región y una
inolvidable experiencia personal.
Una pista asfaltada circunvala la laguna. Se trata del Autódromo Internacional José Tobar, que clasifica entre los mejores de Sudamérica, donde se realizan carreras de autos, motos, caballos, en un recorrido circular de diez kilómetros. Todas las orillas de la laguna se pueden andar a pie, y practicar la pesca deportiva de truchas, carpas y hasta langostas de río, o langostinos de agua dulce, especie importada, como las otras dos anteriores, pero esta última desde el sureste de Estados Unidos. El crustáceo está haciendo estragos en el hábitat originario de la charca y en sus márgenes, pero es altamente cotizado en la gastronomía local por su exquisito sabor.
Además, este paraje natural cuenta con un espejo de agua de 257 hectáreas en un perímetro navegable de 7 970 metros, con una profundidad máxima de ocho. Es considerada una laguna eutrófica, ya que sus aguas tienen una elevada concentración de organismos por la cantidad de nutrientes, y gran desarrollo de la materia vegetal, en un muy favorable ecosistema acuático.
Un día en familia, entre amigos o para enamorar a su pareja es magnífica ocasión para acampar en este sitio, declarado Tercera Laguna Sagrada del Ecuador, según los parámetros del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural.

El tren de la libertad
Es un trayecto de ensueños: Ibarra-Salinas-Ibarra, treinta kilómetros en el llamado Tren de la Libertad, orgullo local, que va en un paso lento, sonando el claxon típico de los ferrocarriles y avanzando por un terreno que atraviesa siete túneles bajo las montañas, excavaciones que fueron hechas a pico y pala en la década de los treinta del siglo pasado. Se transita a través de un puente colgante de sesenta metros, por encima del Río Ambi, especie de malabarismo del ingenio humano, pues solo pasan los raíles de las líneas, todo esto en medio de un recorrido colorido, entre montañas, saltos de agua, ríos, sembrados de caña de azúcar, hasta llegar al destino, donde te espera una bella danza.
El baile de la bomba es una manifestación danzaria de Salinas, interpretada por mujeres y hombres negros, con atuendos típicos, las féminas con sayas a colores oscuros, delantales y un cesto de mimbre en sus cabezas y los hombres con pantalones también de tonalidades oscuras y camisas amarillas o blancas. Esa tierra es habitada por una comunidad de afroecuatorianos cuyos familiares de antaño construyeron de sol a sol esta vía férrea.
En la apartada región de la herencia africana en tierras de América se puede recorrer el diminuto pueblo, con su iglesia, y degustar un buen almuerzo, que está incluido en el precio del pasaje del tren, una vivencia de tiempos antiguos, lo que viene a ser el antecedente del metro, de los trenes suburbanos, de los aviones supersónicos.
Hablando de alimentación: aproveche la estancia y ofrezca a su paladar la comida oriunda de Ibarra: las tortillas de papa con chorizo, empanadas de morocho, carnes coloradas con mote y empanadas, fritadas de cajón, horneado, tilapia asada o frita, o las mejores carnes asadas. Y los helados de paila, que se hacen desde 1896, cuando la ibarreña Rosalía Suárez empezó a experimentar mezclando el jugo de mora con el hielo que se traía conservado en pajas desde la cima de las montañas. En aquellos tiempos no existían los refrigeradores; en una inmensa paila de bronce y con una pala de madera fundió los néctares de frutas con el témpano y surgió este sabroso dulce tradicional. Son como treinta los sabores: helados de yuca, queso, chochos, quinua, limón, mora, guanábana, kiwi, aguacate…
Si a tu llegada a la República del Ecuador olvidaras el nombre de La Ciudad Blanca, entonces pregunta por La Provincia de los Lagos e igual terminarás en Ibarra, Imbabura. Ya aquí, veremos qué otras atracciones naturales y exclusivas podrás también visitar.