Philippe Cohen junto al bailarín cubano Armando González.

El bailarín y director Philippe Cohen vive en un mundo deslumbrante. Deslumbrante es su rutina, pero también sumamente dura. Como director del Ballet del Gran Teatro de Ginebra, Suiza, le toca todo o casi todo: escoger coreógrafos, realizar castings para nuevos bailarines, organizar el programa de las giras… No obstante, asume esas responsabilidades con total naturalidad y hasta sonríe cuando les comunica a sus bailarines que realizarán entre setenta y cinco y ochenta y cinco funciones al año.
Antes de ser líder de la compañía, fue responsable del Conservatorio Superior de Danza de Lyon y del Centro Coreográfico de Angers. Se formó en ballet clásico en el Centro Internacional de Danza de Rossella Hightower, en Cannes, donde después enseñaría. Allí intercambió con grandes del siglo xx como Anton Dolin o Igor Youskevitch. A partir de 2003 asumió la dirección del Gran Ballet del Teatro de Ginebra.
El Ballet de Ginebra, otrora Théâtre de Neuve, es rico en tradición coreográfica desde el siglo xix. En 1969, George Balanchine, uno de los grandes coreógrafos del siglo xx, fue nombrado asesor artístico. Luego lo dirigieron celebridades como Alfonso Cata, Patricia Neary, Oscar Araiz, Gradimir Pankov, François Passard y Giorgio Mancini. El liderazgo actual apuesta por dos premisas: la preferencia de bailarines clásicos y la oportunidad a coreógrafos jóvenes con propuestas artísticas originales y audaces.
«Cuando se es director uno se pregunta cómo será el futuro para la danza. Miro al pasado y también al porvenir. He visto muchos coreógrafos jóvenes con gran talento, pero que no tenían los recursos para crear una compañía o hacer una obra que tuviera todo lo necesario. Mi objetivo es darles esa oportunidad, esa experiencia a los jóvenes. Que sean capaces de trabajar con veintidós bailarines y se conviertan en los grandes coreógrafos de la próxima generación de la danza. Tengo la satisfacción de haberles dado muchas oportunidades en estos dieciséis exitosos años al frente del Ballet. Entre ellos están Saburo Teshigawara, Benjamin Millepied, Sidi Larbi Cherkaoui, Andonis Foniadakis, Emanuel Gat, Gilles Jobin y Ken Ossola.
»La mayor parte del tiempo estamos en giras por Estados Unidos, Australia, Sudamérica y Asia, porque Ginebra es una ciudad pequeña y no hay suficiente público para tener hasta ochenta y cinco espectáculos al año. Así que hacemos giras pequeñas y largas, como esta por Cuba, para participar en el Festival de Ballet de La Habana. Tengo bailarines de catorce nacionalidades, para un repertorio de siete u ocho obras anualmente. Cuando hay alguna lastimadura es muy difícil, porque siempre giramos todos. No hay segundos bailarines. Es importante para mí tener bailarines cubanos, japoneses…, porque hoy día hay ideas cerradas en la política. Creo que el arte es lo opuesto, porque bailarines de tres nacionalidades diferentes pueden hacer un trío y, al final, el punto artístico es el mismo.
»Para mí lo más importante no es escoger al mejor bailarín que se presente a la audición. Claro que es importante escoger al mejor, pero yo necesito tener a un ser humano, ya sea hombre o mujer, sentir que lo puedo tocar. Parte del éxito de la compañía es por eso: porque el público puede sentir algo más humano», puntualizó.
Como parte de la gira, Philippe trajo la pieza Carmina Burana al Teatro Mella durante el 26 Festival Internacional de Ballet de La Habana. La coreografía estuvo a cargo de Claude Brumachon e incluyó la desgarradora composición musical de Carl Orff, a partir de veinticuatro poemas escritos por goliardos entre los siglos xi y xiii.
«Es un verdadero sueño estar aquí y ver la relación del público con mi obra —continuó—. Vine hace dos años al Festival pasado y me quedé encantado con las reacciones del público ante La bella durmiente y la danza contemporánea. Fue esa reacción la que me hizo regresar. La idea de compartir Carmina Burana con el público cubano es porque se trata de una obra universal que mezcla la danza y la música con una fuerza artística que quise traer. Quiero que mis bailarines aporten al público cubano y viceversa».
El Ballet del Gran Teatro de Ginebra deslumbró al público con una creación artística audaz, desenfadada, verdadero ensamble coreográfico que transitó por lo clásico, lo neoclásico y lo contemporáneo, sin romper con el pasado, afianzándose en la modernidad y proyectándose hacia el futuro. Este Ballet actuó en Cuba por vez primera en 1986, también como invitado a nuestra cita mundial de la danza.
«Cuba es una audiencia única. Creo que la figura de Alicia Alonso, con su técnica clásica como icono, es lo que identifica al Festival. Alicia no solo representa la danza clásica, sino la apertura de la danza. No hay una diferenciación al amar un tipo determinado de danza, sino que se ama la danza y punto final».