El autor del texto en un cañón del Cristóbal Colón
A bordo del Colón se dirimió la suerte de España

PARA EMOCIONES FUERTES ES IMPRESCINDIBLE ADMIRAR LOS RESTOS DEL CRUCERO ACORAZADO CRISTÓBAL COLÓN, CON SU PROA DE ARIETE A 30 M DE PROFUNDIDAD. NO CREO QUE HAYA NADA IGUAL EN EL MUNDO

Para emociones fuertes es imprescindible admirar los restos del crucero acorazado Cristóbal Colón, con su proa de ariete a 30 m de profundidad. No creo que haya nada igual en el universo. Es tanta su majestuosidad, que parece que aún espera a la escuadra enemiga para enfrentarse a ella.
Cuando hablo del mejor pecio que pueda existir, me refiero a una categoría que le otorgo basado en mi experiencia personal, por razones que trataré de argumentar a continuación.
Los no iniciados en el mundo submarino deben conocer que pecios son los retos hundidos de un navío a consecuencia de un naufragio. Aunque en el caso que nos ocupa, el Colón, hay que precisar que fue su propia tripulación la que lo hundió, el 3 de julio de 1898, después que su capitán Emilio Díaz Moreau comprendió que todo estaba perdido para la causa española en el combate naval de Santiago de Cuba.
Con esta acción de autosabotaje impedía que este magnífico exponente de la ingeniería naval (el más veloz y moderno de aquel tiempo) cayera en manos de sus perseguidores: los impresionantes acorazados de la escuadra estadounidense del almirante Sampson, durante la Guerra hispano-cubano-norteamericana de 1898. La posibilidad de la captura habría sido otra humillación sumada a la contundente derrota de las seis unidades que formaban parte de la Escuadra de Operaciones de las Antillas del almirante Cervera… Un episodio que sería demasiado largo de contar ahora.
Volviendo a nuestro protagonista, de construcción y diseño italianos de los Astilleros Cantieri Ansaldo Sestri Ponenti, de Génova, fue botado el 16 de septiembre de 1896. Se construyó por encargo de la Regia Marina Italiana y pasó a manos españolas por el desesperado afán del Gobierno de prepararse para una guerra contra Estados Unidos, en pos de proteger y conservar sus territorios de ultramar.
A bordo del Colón, en aguas de San Vicente de Cabo Verde, el 20 de abril de 1898 se dirimió la suerte de España cuando en junta extraordinaria, Cervera y sus oficiales tomaron la decisión de ir a las Antillas a combatir, a pesar de ser sabedores de su inferioridad. Este barco posee el dudoso honor de haber ido a la guerra sin sus cañones principales de proa y popa, síntoma inequívoco de actitud quijotesca española.
Con la frase cifrada de: «Salgo para el Norte», zarpaban Cervera y su escuadra el 29 de abril de 1898 hacia aguas del Caribe. Así, se sentenciaba a muerte a cientos de hombres; y a unos barcos a ser tristes protagonistas de la caída de un imperio y el nacimiento de otro. En definitiva, el mundo cambió aquel 3 de julio y España perdió, en 4 horas, lo que le había costado conseguir y mantener durante cuatro siglos. Fue el Colón, paradójicamente, el último en arriar bandera llevando el nombre del navegante genovés que había descubierto aquellas tierras para la Corona de Castilla, 406 años antes.
Por eso, cuando buceo en este coloso de 7 000 t de registro bruto, 100 m de eslora y 18 m de manga, atravieso la barrera del tiempo y me sumerjo en la Historia: la puedo tocar con las manos en ese entorno idílico que es el Mar Caribe. Allí, frente al pico Turquino, en aguas cálidas y transparentes, a solo 60 m de la orilla, se halla su popa destrozada por los envites del mar. Esa es la parte que está a menor profundidad, en una zona remota del oriente de la Isla.
Es toda una aventura llegar al barco hundido, desde Santiago de Cuba a la playa de La Mula: franquear sus poderosas olas que ejercen de vigía protector del pecio, para luego introducirse en la bodega iluminada por el orificio de la voladura en la mura de babor, producido por Jacques Cousteau, seguramente para expoliar la nave. Es esa luz la que te da cierta seguridad en aquel laberinto caótico. El instinto de conservación vela por ti, aunque estés superado por la emoción. Es entonces cuando te arrodillas en la arena del fondo de la sentina, meces la mano y comienzan a aparecer miles de balas, peines enteros de la munición del Mauser español que llevan la reseña SB 97, Santa Bárbara de Sevilla, en España, y su año de fabricación.
En esos momentos el corazón palpita frenéticamente, como lo harían las máquinas del Colón, hasta que se quedó sin carbón de calidad en su errática huida. Para emociones fuertes es imprescindible admirar su proa de ariete a 30 m de profundidad. No tiene parangón en los siete mares un barco de guerra del siglo XIX de la clase Garibaldi.
Destacaría también las dos enormes anclas del almirantazgo a babor y estribor, unidas a la embarcación por unas grandes cadenas; y su impresionante chimenea caída por estribor. Aprovecho para refutar la idea de que el Colón se pueda precipitarse por el abismo, como cuentan algunos relatos. He avanzado delante del pecio la distancia equivalente a un campo de fútbol y no lo he visto.
Parafraseando al comandante Cousteau, que denominó a su documental dedicado a Cuba, Las aguas del destino, aspiro a que submarinistas del mundo tengan a la Isla caribeña y al Colón como un sitio único a tomar muy en consideración si se quiere tener el privilegio de vivir una experiencia inolvidable. Y es que resulta impresionante ver cómo una máquina concebida para la guerra es ahora un arrecife artificial lleno de paz y de vida.

Una inmersión en la
historia de Cuba
Desde: 80.00 USD
salida: diaria
Mínimo: 5 pax
Situada sobre una de las orillas de la bahía, en el barrio de Punta Gorda, la Marina de Santiago de Cuba cuenta con un centro de buceo, que posibilita acceder a los admirables pecios de la Flota del Almirante Pascual Cervera.
El pecio más antiguo es el buque carbonero norteamericano Merrimac. Yace en el lecho fangoso de la bahía entre los 16 m y los 23 m de profundidad. El Caza Torpederos Furor está hundido frente a la playa de Mar Verde, y el Crucero Almirante Oquendo se halla frente a la playa de Juan González. El Vizcaya se encuentra cerca de la playa del Aserradero, en tanto el Acorazado Cristóbal Colón se localiza al oeste de la desembocadura del río Turquino a 48 millas náuticas de la bahía.