De noche por La Habana
Las actuales transformaciones jurídicas y económicas impactan en la anatomía capitalina y en las tramas cotidianas de la realidad. Los paisajes urbanos se metamorfosean con mayor o menor acierto estético, así como los atardeceres y noches adquieren otro significado.
Nuevas ofertas de alojamiento, restaurantes, bares, casas de fiesta, espacios para la diversión y el disfrute del tiempo libre aparecen en sitios estatales o particulares, sobre todo en los barrios habaneros más prósperos o céntricos. Algunos, caídos en el olvido, tradicionales, se renuevan; otros surgen en los lugares menos esperados y pegan en el público.
Imposible describirlos a todos, pero basta darse una vuelta por Playa, Plaza de la Revolución –en especial El Vedado- o esa porción de capital que los habaneros llaman “La Habana”, que tiene sus límites en el Malecón, el Paseo del Prado y la ancha avenida formalmente nombrada Salvador Allende, que siguen llamando Carlos III y se prolonga por Reina hasta los bordes del Parque de la Fraternidad y el Capitolio. Porque la Habana Vieja o el Centro Histórico es otra gira, para otro reportaje.
Miramar
El reparto Miramar, en Playa, es un referente obligatorio en cualquier itinerario. Abundan las nuevas atracciones. Pero en Ave. 3ra y 28 se topa uno con el café más sui géneris de la capital, donde el diseño se fundamenta en la ruptura de todas las convenciones. La carrocería de un automóvil, una máquina de coser o el descanso de una escalera sirven de mesas, donde se bebe la legendaria infusión, bajo el resguardo de cuantas piezas alguien consiga imaginar. El Café Fortuna es eso, un rincón con ínfulas de universo que hace de lo descabellado un estilo original.
En el propio barrio, rumbo al oeste, a pocos minutos en auto, se hallan dos de los domicilios más importantes de la música cubana contemporánea, ubicados a pocas cuadras de distancia, y distinguidos por un ambiente sencillo y sofisticado.
El Café Miramar –una parte del recién restaurado Cine Teatro Miramar− posee una programación extraordinaria de jazzistas, en la que resaltan los compositores e intérpretes Ruy Adrián y Harold López-Nussa, Aldo López Gavilán, Yissy y Roberto Carcassés.
Mientras, el Privé Lounge Club, célebre por su espectacular sistema de sonido, acoge a algunos de los prodigios que actúan en el escenario vecino, pero suma a nuevos trovadores de estatura como Frank Delgado y Tony Ávila, o una cantante de la talla de Luna Manzanares.
Rumbo al Vedado, antes de cruzar el túnel, aparece el Bar Restaurante Espacios dotado de salones climatizados, barras y un patio adornado por la naturaleza. Disfrutar de buena cocina internacional, escuchar música en vivo, bailar, conversar, beber: allí todo es posible.
El Vedado
Al otro lado del río Almendares, la primera parada tiene que ser en la Fábrica de Arte Cubano, una patria del arte sin fronteras, que une a la plástica, el cine, la danza, la música y otras expresiones, para propiciar su confluencia e interacción. La idea fue del multifacético cantautor X Alfonso, pero pronto atrajo numerosas voluntades y aquella fábrica de aceite que perdía sus glorias en marcha al olvido, volvió a alumbrarse con producciones de conciertos, exposiciones, proyecciones cinematográficas y performances.
La vieja fábrica extendió su capacidad de maravillar más allá del arte. Su chimenea también permitió la apertura del Bar Restaurant El Cocinero, en una oportuna terraza situada a medio camino entre la cima y el suelo. Un logro de la imaginación y ese otro elemento tan aportador que es el buen gusto.
Cerca, en la avenida 17, el Café Madrigal, ubicado en los altos de un edificio de 1919, deslumbra por la amabilidad de su personal. La atmósfera recuerda al Café Fortuna en amplio formato, pero con cordura. La intimidad mayor a la que renuncia, la compensa ganando elegancia. Nada desafina en sus habitaciones.
En la red de bares y clubes que se renuevan hay que detenerse en tres de los salones más ilustres de la metrópoli cubana: el Piano Bar Delirio Habanero, el Cabaret Parisién y el Copa Room, dueños de una historia impresionante, que mantienen vivo el mundo del espectáculo, donde se combinan, música, baile, vestuario, luces y colores para animar la noche.
El Delirio Habanero lanza destellos desde el piso superior del Teatro Nacional, en el intercambio del público con la agrupación o solista invitado, sin otra escenografía que una panorámica excepcional de la Plaza de la Revolución.
El Parisién del Hotel Nacional y el Copa Room del Riviera rinden culto al típico y legítimo show de cabaret. El primero, con la producción Cubano, Cubano, representa la hibridación entre las culturas indoamericana, hispana y africana. El segundo, con Desde mi Habana, recrea el espíritu actual de la capital. Los dos espectáculos ofrecen una visión de la idiosincrasia de los pobladores de esta isla.
Vale la pena acercarse a la esquina de 21 y N, punto intermedio entre los grandes estudios de la televisión cubana, que hizo época en la década de 1950. Por aquí pasaban afamadas vedettes, actrices, actores, cantantes cubanos y del continente, que venían a validar títulos en los escenarios habaneros.
La esquina ha comenzado a recuperar su esplendor con la reapertura del Hotel Capri, tras una larga y costosa restauración de su lujosa imagen y confort, al servicio del turismo. Inaugurado en 1957, fue un foco de la mafia estadounidense hasta el triunfo revolucionario de 1959, cuando avalado por el clamor popular el gobierno erradicó el juego y transformó el casino en el famoso Salón Rojo, uno de los escenarios de mayor renombre de la capital.
Centro Habana
Por último, una sola parada en uno de esos lugares antológicos, devuelto a la vida por el aliento restaurador que agita a La Habana.
Antiguo edén de traficantes de alcohol en tiempos de ley seca en Estados Unidos y de la élite artística hollywoodense, desde su fundación en 1917 hasta finales de los 50, el Sloppy Joe’s Bar permaneció otro medio siglo cerrado, sepultado por el polvo. Hoy brilla renovado, a unos pasos del Parque Central, el Hotel Plaza, el Museo de Bellas Artes y el Hotel Sevilla, todas joyas de una industria turística apoyada en la cultura y el buen vivir.
El bar de Ánimas y Zuleta se ha reinsertado en el presente con la misma apariencia de su período de gloria. Con la ayuda de fotografías y documentos, el Sloppy recuperó su mítica barra de caoba negra de 18 metros de longitud, el modelo de sus mesas y banquetas, la decoración interior, el menú de cocteles, tapas y sándwiches con el que conquistó lealtades, y hasta los últimos cuatro dígitos de su teléfono: (53+7) 866 7157. Quien quiera descubrir imágenes e historias de parroquianos célebres como Errol Flynn, John Wayne, Spencer Tracy, Clark Gable y Mario Moreno (Cantinflas), entre otros, disfrutará un rato en este legendario bar habanero.
Hay tiempo, pero no hay papel para más. Este es un paseo que deja abiertas muchas otras rutas. Ahora solo resta salir de gira por La Habana.