Los tipos arquitectónicos de las casas de plantación son diferentes, según el origen de los franceses establecidos en cada territorio. 

Los franco-haitianos llegaron en masa al Oriente cubano procedentes de Saint Domingue  (Haití) por la sublevación de los esclavos de esa colonia en la última década del siglo XVIII; los franco-hispanos y norteamericanos de la Luisiana y otros territorios de los Estados Unidos de América, que prefirieron buscar nuevos horizontes en Cuba, en las primeras décadas del siglo XIX, y los que vinieron de Francia, huyendo de las convulsiones del período napoleónico, llegaron en diferentes momentos y, en algunos casos, atraídos por las relaciones familiares o de amistad. 

Las plantaciones de café de los franceses fueron focos de renovación arquitectónica, afirmación que no sólo se cumple para las del Oriente cubano, declaradas Patrimonio de la Humanidad, donde se establecieron los que vinieron de Saint Domingue. En la gran llanura Habana-Matanzas tuvo lugar la mayor concentración de cafetales del país en las primeras décadas del siglo XIX y el puerto matancero fue el mayor exportador del grano en ese período. En este territorio se establecieron mayoritariamente (aunque no exclusivamente) los que vinieron de los Estados Unidos. Finalmente, en las estribaciones montañosas del Occidente de la Isla se asentaron los que llegaron de Francia. 

La arquitectura de las plantaciones cafetaleras fomentadas por los emigrados franceses hizo aportes trascendentes, debido a la introducción de elementos que han pasado a ser considerados identitarios de las expresiones nacionales, tal como lo son las persianas justamente denominadas “francesas”, la utilización de vidrios de colores planos y brillantes para los mediopuntos y la generalización de un nuevo espacio, los llamados two parlor, salones vinculados por arcos triunfales elaborados en madera, posiblemente utilizados por vez primera en las casas de plantación y que luego pasarían a las urbanas como se observa en Baracoa o en Guántanamo, o transformados en versiones de mampostería, a modo de grandes arcos de mediopunto, como vemos en Trinidad y en otras ciudades cubanas del interior del país. 

Con ellos nos llegaron también los elementos eruditos del clasicismo arquitectónico, a la vista en los edificios de la primera mitad del siglo XIX de ciudades como Matanzas o en sobresalientes monumentos como el palacio de Aldama en La Habana (1844), considerado como el más alto exponente del neoclasicismo en Cuba. Tanto en las edificaciones matanceras como en el palacio Aldama está la huella del arquitecto francés Julio Sagebien, uno de los más destacados creadores del clasicismo criollo. 

 

En el Oriente 

Las casas de viviendas construidas en las montañas orientales son posiblemente el único testimonio de las de su mismo tipo fabricadas en Haití y destruidas durante la revolución y que eran exponentes del largo proceso de criollización de modelos franceses, contaminados y mestizados con soluciones de origen hispánico. En todos los casos, estas viviendas fueron parte de un sitio agrícola-industrial, integrado por otras construcciones como fueron los almacenes, la tahona, los secaderos, hornos, barracones, tanques, albercas, y otras disímiles instalaciones que, en conjunto, configuraban un pequeño asiento rural. También se distinguen los espacios destinados a jardines. Complementando las instalaciones los franceses abrieron caminos, construyeron represas, canalizaron las aguas en un esfuerzo impresionante dada la topografía montañosa del terreno. 

Estas instalaciones han llegado a nosotros en forma de ruinas, algunas restauradas como el cafetal La Isabelica y otras en relativo estado de conservación como es la casa de vivienda del cafetal La Fraternidad. En ambas, se aprecia el uso del sistema constructivo de mampostería o ladrillo entre postes, solución constructiva que distingue las obras hechas por los franceses tanto en Haití como en los Estados Unidos y que tiene lejanos antecedentes medievales en Francia, donde los muros entramados fueron frecuentes. La mampostería fue también ampliamente utilizada para las diferentes instalaciones, en particular, los impresionantes  acueductos. Las casas de vivienda tuvieron portales, elemento imprescindible en zonas rurales y también balcones madereros.  Pero lo más representativo de estas viviendas fueron sus techos a modo de gran sombrero de grande ala, sostenido sobre vigas de madera y bajo el que se colocaron las típicas buhardillas. Tejas de madera o tejamaníes utilizadas inicialmente fueron sustituidas más adelante por cubiertas de zinc, dada la alta pluviosidad y humedad del ambiente de la montana.

Caso muy singular es el del cafetal-ingenio San Idelfonso, en las cercanías de Guantánamo, con una impresionante casa de vivienda al modo de las de gran porte de la Luisiana, lo que nos indica que entre los franceses hubo vasos comunicantes, a través de los cuales se trasmitieron las modalidades que caracterizaron a sus edificaciones.

 

En la llanura Habana-Matanzas

Desde Matanzas hasta Limonar-Cárdenas, desde Matanzas hasta Aguacate-Madruga se extendieron numerosos fundos cafetaleros, de los que queda amplia información documental pero muy pocos restos. Las casas de vivienda de estas instalaciones son por lo general de una sola planta, mucho más modestas que sus homólogas orientales, pero de gran afinidad tipológica con las de su misma estirpe perteneciente a la cuenca del río Mississippi, en cuya proximidad se establecieron colonos franceses desde Illinois hasta la desembocadura del río, en la Luisiana. Durante el siglo XVIII se fue perfilando en ese territorio un tipo constructivo rural característico de los franceses distinguido por la disposición rectangular, el techo de amplia ala con buhardilla al que ya hemos hecho referencia, los muros de ladrillos o mampostería entre postes, los portales al frente y fondo, y un nuevo elemento: las pequeñas habitaciones que flanquean el corredor del fondo, llamadas cabinets. Perteneciente a este tipo es el cafetal La Dionisia, en la proximidad del río Canímar, uno de los exponentes mejor conservados de esta familia. 

 

En el Occidente

Las montañas de la Sierra del Rosario, en Pinar del Río, fueron el asiento de plantaciones cafetaleras cuyas casas de vivienda son muy distintas de las anteriores. Se trata de edificaciones de piedra cubiertas con empinados techos formados por vigas y entramados de madera para el sostén de las llamadas tejas de “cola de castor”, planas y distinguidas por una muesca saliente que les permite enganchar en los listones de madera. Es una solución apropiada para con climas fríos que no resultó en nuestras condiciones. En general, estas viviendas compactas y macizas, como la del cafetal Bellavista, han quedado como ejemplos extraños sin continuidad.

Pero como ocurre con San Idelfonso en Guántánamo, en el territorio que ha quedado adscrito a la nueva provincia de Artemisa, se cuenta con un ejemplo en extremo valioso y es el del cafetal Angerona, cuya casa de vivienda responde a las de tipo francés de la Luisiana, con galerías en el frente y fondo, flanqueadas por estructuras laterales, remedo tardío de ese gran edificio del que deriva la familia de las casas de plantación caribeñas de los siglos XVIII y XIX y que es el palacio renacentista de estirpe italiana que Diego Colón construyera en Santo Domingo, en los primeros años del siglo XVI. A diferencia de la casa de San Idelfonso cuyas galerías son adinteladas, como es común en la tradición norteamericana, Angerona −como el de Diego Colón− tiene sus galerías en arcos sobre columnas, preferencia de los ejemplos cubanos que sería adoptada por las casas de plantación de los ingenios azucareros, con las que las cafetaleras están fuertemente emparentadas.