Dave Lombardo. Foto: musicradar.com.

EN EL DEBATE EN TORNO AL FILIN, EL ROCK, EL METAL O EL RAP, LAS PAUTAS DE CADA REFLEXIÓN LLEVAN AL PROBLEMA DE LA IDENTIDAD.

 

Decididamente, mayo de 2018 pasará a la historia de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos como un momento en que se hizo tangible la más viva expresión de los mejores deseos de paz y armonía de los pueblos de dos naciones que, como ya he escrito con anterioridad en esta misma publicación, «más allá de sus diferencias políticas, pueden avanzar en el camino de las relaciones, siempre que sea desde el respeto mutuo».
En ese sentido, mucho se ha comentado acerca de la exitosa realización del festival Artes de Cuba: From the island to the world (desde la Isla para el mundo) en el Centro John F. Kennedy de la ciudad de Washington D.C., entre el 8 de mayo y el 3 de junio, pero comparativamente poco se ha hablado en relación con las presentaciones que en el propio mes tuviese en escenarios cubanos la importante banda estadounidense Suicidal Tendencies, ídolos internacionales para los seguidores del hardcore y el thrash metal.
Los dos conciertos efectuados en Cuba a cargo del grupo conformado por el vocalista Mike Muir, Dean Pleasants como guitarra líder —únicos de los actuales miembros que estuvieron como fundadores de la agrupación allá por los lejanos ochenta en Venice, Los Ángeles—, Jeff Pogan —segunda guitarra—, el bajista chileno Ra Díaz y el muy conocido baterista Dave Lombardo, nacido en nuestro país y crecido en Estados Unidos, quien fue integrante de bandas como Slayer y Testament, fueron también acciones contra el bloqueo económico y el hecho de que las relaciones entre ambas naciones se han tornado más tensas con la administración de Donald Trump.
Los que entre nosotros gustan de hacer headbanging y un buen mosh —coreografía danzaria que se vuelve frenética con la intensidad de la música—, vestir con camisetas negras, adornar sus cuerpos con tatuajes y distanciarse lo más posible de la timba o el reguetón, pero que no por ello son menos cubanos que otros ciudadanos, estuvieron de plácemes cuando en la noche del 11 de mayo, el Salón Rosado de La Tropical, catedral del son y de la rumba en La Habana, fue escenario de un memorable concierto protagonizado por nuestros compatriotas de Zeus como teloneros y los de Suicidal Tendencies como plato fuerte de la jornada.
Mientras me deleitaba con los contagiosos riffs guitarrísticos de Dean Pleasants, el impactante doble bombo de Dave Lombardo y el canto de Mike Muir en piezas como You can’t bring me down, Cyco visión, Possessed to kate, hasta los dos últimos temas del espectáculo, How will I laugh tomorrow y Pledge your allegiance
—me habría encantado que hubiesen incluido en el repertorio Institutionalized, primer éxito del grupo—, pensé que la cultura es un lugar de encuentro signado por la neutralidad, proceder que deja a un lado el abrazo asfixiante de la política, pues, para decirlo con una frase del violinista y teórico del arte Alfredo Triff: «La política divide, la música une. Separarse de la política no es necesariamente vivir de espaldas a ella. Es sencillamente evitar su abrazo maldito».
De igual modo, es válido reflexionar en el hecho de que con los dos conciertos de Suicidal Tendencies en Cuba se está dando un nuevo paso en el intento de reivindicar la posibilidad de enlace entre el rock y el metal por un lado, y la utopía revolucionaria por otro. Hoy, la instrumentación de la política cultural trazada por el Estado es más coherente en el sentido de la atención a las bandas roqueras y metaleras cubanas, pero persiste una gran insuficiencia artístico-cognoscitiva latente en la inmensa mayoría de la población, lo cual origina persistencia de serios problemas de incomunicación.
El asunto se complejiza aún más cuando se medita en que en muchas de nuestras agrupaciones, como sucede con los afiliados a las tendencias del metal extremo, no hay ninguna preocupación por que en los temas aparezcan la clásica, e incluso diríase que convencional, evidencia referencial de lo cubano ni un sello personal de impronta tercermundista.
A estas alturas de nuestro devenir como nación deberíamos estar en plena conciencia de que el carácter discontinuo que ha signado el discurso de la historia del arte en Cuba, la forma tortuosa y diríase que nunca exacta con que las aperturas y los cierres históricos dejaron de coincidir con sus investiduras estéticas, impregnó aliento vital a un tipo de «actitud cubana» en lo artístico -emblematizada por el ajiaco- a la hora de la apropiación. Por ende, ya tendríamos que estar acostumbrados a una sucesiva y sempiterna transculturación. Sin embargo, entre nosotros se ha subestimado la pasión omnívora, para la que fuimos preparados por la vida colonial; de ahí el cíclico rechazo a manifestaciones sonoras consideradas como extranjerizantes. La asimilación estética en la «llave de Indias» funcionó como pretensión, pero también como resistencia, como copia, mas a la vez como burla. De tal modo, no es un dislate afirmar que asimilar fue una manera de resistir.
En el intenso y peliagudo debate que en distintos momentos se ha registrado en Cuba en torno a manifestaciones como el filin, el rock, el metal o el rap, las pautas de cada reflexión llevan al problema de la identidad. En ese camino, creo que suele confundirse identidad con tradición y tradición con subdesarrollo, de lo que se desprende que proclamar que somos auténticos, reafirmando que somos nosotros a partir de un no-otros exclusivo debía ser una tentación superada. Se trata de una forma de dependencia por oposición usualmente enmascarada tras un ánimo de enfrentamiento.
Así pues, no queda otro remedio que aceptar que en nuestro medio la exhortación a los músicos -y a los creadores en un sentido amplio- a la producción de «temas y valores artísticos dentro de los parámetros de una pretendida (limitada y limitante) cubanía» no ha salido del cliché decimonónico re-enunciado acorde a una compulsión defensiva transgredida al arte desde el terreno de la ideología política.
Los conciertos de Suicidal Tendencies en nuestro país -precedidos de la actuación de grupos cubanos-, así como las concurrencias registradas un público receptor más avisado y culto en relación con el consumo musical, si bien no mayoritario corroboran
una vez más nuestra asombrosa capacidad para la asimilación de patrones culturales foráneos, sin que ello implique el abandono de las raíces cubanas.
Además, se evidencia que en materia de rock y metal la apreciación por parte del público, la elaboración por el músico y la crítica de este arte sonoro es algo realmente en ciernes. Pero lo que sí está vitalmente aprehendido es el espíritu artístico en los actuales rockeros y metaleros cubanos sobre la búsqueda y hallazgo de nuevas formas de expresión.
Sucesos como el festival Artes de Cuba: From the island to the world y las actuaciones de Suicidal Tendencies en Holguín y La Habana acompañados por agrupaciones de nuestro país son manifestaciones de que la música es una patria que pertenece a todos los que experimentan la necesidad de sentirse parte de ella. Funciona como un privilegiado punto de encuentro y convergencia entre los seres humanos, sin tener en cuenta nuestras diferencias políticas, ideológicas, culturales, económicas, religiosas o raciales, ni el sitio del planeta en que hayamos decidido vivir. Con claridad meridiana, Leonardo Acosta nos pormenoriza las razones: «Porque es una parte vital de nuestro
legado común y de nuestra experiencia cotidiana; porque es un espacio idóneo para el diálogo como lo ha sido y es para la experiencia compartida. Y mientras el diálogo parece casi imposible en otras áreas, en la música más bien parece no haber cesado nunca».