- Cincuenta y dos años de Teatro La Candelaria
Cuando el día 6 del sexto mes del año 1966 Santiago García fundaba en Bogotá el Teatro de la Casa de la Cultura, un camino se abría para la escena y la cultura latinoamericana contemporánea. El colectivo, que pronto pasaría a llamarse Teatro La Candelaria, enclavado en el barrio del mismo nombre de Bogotá, ha sido un referente permanente de búsqueda y renovación, de creatividad fecunda, para animar una escena comprometida con su entorno social y dialogante con sus espectadores.
Más de cinco décadas de pasión por el teatro y por la vida signan el encuentro y la confrontación de ideas de cada día, porque tanto Santiago García como Patricia Ariza ―al frente de la agrupación en el último lustro― insisten en crear, todos los días de la vida, en su vieja casa, juntos. En casi un centenar de obras, creadas colectiva e individualmente, han soñado un país mejor, han enfrentado el horror y han luchado contra la violencia, mientras construyen técnicas que, lejos de correr el riesgo de anquilosarse, comportan una esencial vocación dialéctica, de inquietud renovadora y de inmersión profunda en la realidad, en su belleza y en su complejidad, con brillantez estética y respeto por la dignidad humana.
Así, han sabido tramitar saberes y opiniones, complementándose, y han pasado por encima de diferencias y escollos para defender un ideal de colectividad y democracia que es modelo para cualquier sociedad de estos tiempos. Defienden la creación colectiva sin adscribirse a un método, por medio de procedimientos que se formulan en cada obra. Aprehendieron circunstancias de la historia que ayudan a entender el presente: el dilema del campo y la riqueza de la cultura popular en Soldados, Nosotros los comunes, Vida y muerte Severina, Guadalupe años sin cuenta y El viento y la ceniza, y lo reprocesaron en El paso, Soma Mnemosine, Si el río hablara y Camilo, injertados de otros muchos saberes. Del imaginario colectivo de Los diez días que estremecieron al mundo supieron transitar al drama de la soledad del individuo en Maravilla Estar, o fabular las encrucijadas entre lo personal y lo colectivo en montajes imborrables como En la raya y Nayra (la memoria). De Arrabal a Brecht, de Valle Inclán a Alfred Jarry, de Esquilo a la «tragedia del fin de Atau-Walpan», La Candelaria ha experimentado y producido obras singulares, en las cuales se examinan, desde muy diversas aristas, contradicciones que atañen a las mujeres, a los desplazados y al ciudadano común, en sintonía con su tiempo.
Entre todo lo evocado, el sueño cimero de Teatro La Candelaria ha sido y es la paz para Colombia, que no cejan de buscar y construir con las armas de la ficción y la poesía para un diálogo humano, desde que en 1975 Guadalupe años sin cuenta marcara un hito en el debate artístico y sociopolítico de su país, y acompañara trascendentales procesos dentro y fuera de los escenarios, por toda la geografía colombiana. Ese mismo espíritu anima Camilo, la puesta de 2015, en la que el amor eficaz soñado por el sacerdote guerrillero Camilo Torres es ideal de lucha, meta alcanzable e inspiración para el espíritu.
En vísperas de una nueva creación aún sin título que estrenarán en agosto, hay que celebrar que Teatro La Candelaria nos haya recordado por cincuenta y dos años que resistir y hacer teatro es posible, con vergüenza y consecuencia, con plena responsabilidad artística y disposición para el riesgo.