Grabado de la primera locomotora de vapor empleada en el ferrocarril cubano.
Tranvías eléctricos en las calles de La Habana.
Antonio Meucci descubrió por casualidad en La Habana la transmisión de la voz por medio de la electricidad

DESDE TEMPRANAS DÉCADAS DEL SIGLO XIX, MIENTRAS LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL INUNDABA EUROPA Y MODERNIZABA EL MUNDO, LA OTRORA VILLA DE SAN CRISTÓBAL DE LA HABANA EXPERIMENTÓ UNA SINGULAR METAMORFOSIS QUE LA CONVIRTIÓ EN UNA DE LAS URBES MÁS INNOVADORAS DE SU TIEMPO

La Habana, ciudad romántica y misteriosa, rodeada de mitos y leyendas, fue desde sus inicios un hervidero de novedades y adelantos tecnológicos que la posicionaron en el ámbito internacional, dentro las primeras en contar con el ferrocarril, luz eléctrica, tranvías y, para sorpresa de muchos, como la verdadera cuna del teléfono.
Corría el mes de noviembre de 1837, cuando con ansias se esperaba el viaje inaugural del primer ferrocarril de la Isla y primero de España, que realizaría un viaje de 25 km hasta el pueblo de Bejucal. Fue elegido el día 19 de dicho mes para conmemorar el onomástico de su Majestad la Reina Isabel II de España.
Los antecedentes de este singular suceso se remontan a 1830, cuando triunfó definitivamente en el concurso de Rainhill la locomotora de vapor de Roquet Stephenson. Por estas fechas el comerciante andaluz Marcelino Calero y Portocarrero propuso al Goberador General de la Isla el proyecto de construcción del primer ferrocarril entre La Habana y Güines.
La propuesta llamó la atención a los grandes terratenientes y comerciantes cubanos, que veían en el invento la posibilidad de abaratar el transporte desde las plantaciones hasta el mar, y al mismo tiempo podrían aumentar el tonelaje de los envíos, lo cual no se materializó. El debate abierto en la sociedad pronto encontró eco en la Real Junta de Fomento, presidida por el conde de Villanueva que, en 1833 contrató los servicios del ingeniero norteamericano Benjamín H. Wright para que redactase el proyecto de construcción.
La reina autorizó las obras el 12 de octubre de 1834, así como la obtención de un préstamo del banquero británico Alexander Robertson para financiar los trabajos. El 9 de diciembre de 1835 se emprendieron las obras, en las que participaron trabajadores libres, esclavos y emigrantes de Canarias, Irlanda y Estados Unidos. El 28 de abril de 1837 llegaron al puerto de La Habana las cuatro primeras locomotoras de vapor, construidas en Londres. A principios del otoño de ese mismo año, todo estaba preparado para la inauguración del tramo inicial de la línea, los 25 km comprendidos entre La Habana y Bejucal, convirtiéndose la capital cubana en la séptima ciudad del mundo en poseer ferrocarril y la primera de Latinoamérica.
Quizá por casualidad, pero sin dudas fruto del ingenio y la innovación, surgió el teléfono en La Habana de la mano del italiano Antonio Meuchi. Radicado aquí desde octubre de 1835 aceptó un trabajo en el Gran Teatro de Tacón. Se dedicaba colateralmente a tratar pacientes aquejados de dolencias reumáticas con corrientes eléctricas. Entonces, por accidente, al tratar a uno de sus empleados con un aparato compuesto por una lengüeta de cobre y un mango de corcho, le pidió que se introdujera aquella en la boca. El paciente sería atravesado por una corriente eléctrica suministrada por las pilas que tenía en su taller de galvanostegia. Al recibir la descarga eléctrica el paciente emitió un grito. Meucci describió así lo sucedido:
«Pensé haber oído este sonido más claramente que si fuese natural. Entonces acerqué el cobre de mi instrumento a la oreja y oí el sonido de su voz a través del alambre. Esta fue mi primera impresión y el origen de mi idea de la transmisión de la voz humana por medio de la electricidad».
En 1850 Meucci emigró a Estados Unidos, y ese mismo año solicitó en Nueva York la patente del aparato bautizándolo con el nombre de “teletrófono“. En 1855 construyó un primer modelo y en 1871 presentó un aparato perfeccionado. Careciendo del dinero suficiente para renovar la solicitud de patente, pues debía pagar diez dólares cada año, en 1874 la carencia de recursos le impidió hacer el pago en el tiempo establecido, por lo que se vio privado de los derechos sobre se creación, la cual fue adjudicada a Alexander Graham Bell.
Los comienzos de la electricidad en La Habana datan de 1877, año en que el catalán José Dalmau, pionero de la luz eléctrica en España, llegó con la intención de introducir un nuevo sistema de alumbrado cuya representación comercial poseía. Realizó varias demostraciones de la maravilla técnica, que resultaron poco convincentes, pues no pudo disponer de una máquina de vapor con capacidad suficiente para impulsar el generador que debía alimentar la lámpara de arco que empleaba.
Finalmente, el 22 de febrero de 1889 la urbe fue testigo del encendido de las lámparas de arco voltaico instaladas en el Parque Central. Sería esta una prueba inicial del sistema que iluminaría también el Parque de Isabel la Católica. El primer fiasco ocurrió tres días después al averiarse el generador de corriente alterna marca Westinghouse que luego fue sustituido por el sistema Thomson-Houston de corriente directa. Desde entonces La Habana contó con un sistema híbrido, cuya central termoeléctrica se instaló en la otrora Fábrica de Gas de Tallapiedra, siendo por ello la primera en Cuba. Esta variante de alumbrado público pertenecía a la Spanish- American Light & Company, dirigida por empresarios norteamericanos, que manejaba el capital aportado por inversionistas nacionales, que en 1844 fundaron la Compañía Española de Alumbrado de Gas.
Como el alumbrado en su momento, el servicio de tranvías eléctricos se convirtió en una prometedora novedad desde el punto de vista económico e industrial a principios del siglo XX. El servicio de tranvías con tracción animal se estableció en Cuba y, por primera vez en La Habana el 3 de febrero de 1858, el viaje inaugural cubría la ruta entre San Juan de Dios en La Habana Vieja hasta el Paradero del Cerro, incrementándose nuevos itinerarios en 1873. En 1901 la Empresa Canadiense Havana Rail Way Company abrió el servicio de tranvías por conducción eléctrica. La planta que garantizaba el servicio estaba situada en Águila y Colón en lo que hoy es Centro Habana, la cual fue desmantelada en 1913. Al año siguiente se efectuó una nueva ampliación de itinerarios y paraderos en el Vedado, Lawton, Víbora y Príncipe.
A principios de 1940, y con el objetivo de buscar más confort, ventilación y para acomodar más pasajeros, se introduce un nuevo modelo conocido como «Jaula», más largo y ancho que su predecesor, pero tenía el inconveniente de que su trayectoria debía ser en lo posible en vía recta y con el mínimo de desvíos en su itinerario. A las 12:08 a.m. del martes 29 de abril de 1952 hacía su entrada para siempre, en el Paradero del Príncipe, el Tranvía P-2 con el número 388, el último que circuló en La Habana.
Son estos ejemplos del espíritu de una ciudad que desde su surgimiento fue considerado una maravilla de la modernidad y que trasciende en el tiempo como guardiana de su historia y patrimonio histórico-cultural.