- Turismo y cultura alianza imprescindible.
LA SINERGIA ENTRE CULTURA Y TURISMO REVITALIZA EL INTERÉS DE LOS CIUDADANOS POR SUS COSTUMBRES, TRADICIONES, GASTRONOMÍA, ARTESANÍA Y PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO Y ARTÍSTICO
Playas y cocoteros, arenas blancas y aguas transparentes. Todo muy bien, pero las hay en muchas partes de los trópicos, en costas e islas bañadas por los océanos. Hoteles de cinco estrellas y cabañas modestas pero confortables, tiendas de campaña y campamentos de verano, según el gusto y las posibilidades. Todo a la medida, pero también los hay en uno u otro confín del planeta.
La diferencia está en la singularidad apreciable en el contacto vivo con los valores patrimoniales y la palpitante trama espiritual del entorno que se visita. En los saberes y aportes de la gente que se encuentra. En la experiencia del otro, de los otros, que se lleva de vuelta a casa, ya sea en imágenes registradas o recuerdos materiales evocadores, pero sobre todo en la memoria.
Esa diferencia se llama cultura. Turismo y cultura no solo son nociones complementarias, sino armónicamente necesarias. Se nutren y potencian entre sí, siempre que los gestores de ambas actividades entiendan la importancia de esos vasos comunicantes.
De ello se debate en Cuba casi desde el mismo momento en que el turismo pasó a ocupar un papel preponderante en las estrategias de desarrollo de la nación, durante la última década del siglo pasado.
El atractivo cultural de Cuba puede parecer para algunos un elemento tópico. Maracas y guitarras, claves y bongoes, orishas y tambores. Pero esa es la superficie, no el fondo. La identidad más profunda de la nación cubana se halla en la matriz de los encuentros, mezclas, asentamientos y clarificaciones de raíces que provienen de Europa –varias Europas, no solo la hispana– y África –varias Áfricas, de acuerdo con la procedencia étnica de los hombres y mujeres esclavizados en la etapa colonial.
Esa identidad trasciende los límites del folclor congelado y estéril, y se proyecta como una sustancia que palpita en la vida cotidiana. En los sones y las canciones trovadorescas, en los toques rituales y las congas y comparsas, en la rumba levantisca y desenfadada que atraviesa de lado a lado el territorio –rumba reconocida por la UNESCO en la exigente lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad– se perfilan estampas de legítima seducción para la memoria de los visitantes. También vibra en las parrandas campesinas, las canturías y juegos tradicionales.
No deben olvidarse otras instancias artísticas que se presentan como singularidades en la agenda insular. Nos referimos al interés por el ballet clásico y la danza contemporánea, las temporadas de música de concierto, las exposiciones de artistas visuales de la vanguardia y los festivales de cine en La Habana y la ciudad nororiental de Gibara.
La sinergia entre cultura y turismo, como se ha demostrado muchas veces en el caso cubano, revitaliza el interés de los ciudadanos por sus costumbres, artesanías, fiestas, gastronomía, tradiciones, así como en la protección del patrimonio arquitectónico y artístico. Es además un valor añadido o de diferenciación en los destinos turísticos ya desarrollados o maduros; al mismo tiempo que contribuye a movilizar al turista hacia la búsqueda de aristas particulares en cada destino local.
Ahora bien, entre el deber y el ser, se abren, por momentos, hiatos indeseables. De tal modo el antropólogo Jesús Guanche con toda razón alerta: «Los riesgos y aspectos nocivos se identifican cada vez que la implementación de proyectos de turismo se encuentra mal encaminada, o se provoca un proceso de deculturación del destino, incluso de banalización o de autenticidad escenificada, como artesanía reproducidas en serie sin empleo de técnicas y materiales originales; fiestas o celebraciones que constituyen una puesta en escena solo para los turistas».
Y añade: «El impulso de la mercantilización extrema de las tradiciones locales, las despoja de su verdadero significado, convierte la cultura local en un mero objeto de consumo y propicia, en ciertos destinos, un mercado ilícito de antigüedades o de bienes del patrimonio artístico».
Esa preocupación ha sido insistentemente expresada por el movimiento artístico e intelectual cubano, en diálogos con las autoridades de los ministerios de Turismo y Cultura. Sumamente provechosos han resultado los encuentros auspiciados por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba sobre el tema, los cuales han tenido expresión en ajustes sistemáticos y periódicos de los programas turísticos.
Sobre todo impera una perspectiva, subrayada por el poeta Miguel Barnet: «Todo hecho turístico es cultural». Es decir, no se puede enajenar el turismo de su dimensión cultural, de su sedimento espiritual, de su impacto en la sensibilidad del viajero.
El gran reto consiste en lograr que esa huella sea permanente.
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