El primer encuentro de los europeos con el tabaco ocurrió en 1492 cuando el genovés Cristóbal Colón llegó a las inmediaciones de Cuba y vio a indígenas en canoas que llevaban en sus bocas unas hojas carmelitosas encendidas por el extremo. Aspiraban el humo con deleite y Colón supo entonces que aquella desconocida planta era algo agradable para el gusto de seres humanos como él. Más adelante sabría que la exótica planta era una forma original de llamar a los dioses y comunicarse con ellos en aquel Nuevo Mundo, que para él-erróneamente- era la parte asiática de la Tierra

Tabaco llamaban los taínos originales de la tierra cubana a un canal ahuecado en un tubo de madera donde hacían arder las hojas de la planta llamada Cohiba, procedente de Yucatán, e inhalaban deleitosamente ese humo para invocar a sus dioses. Colón confundió los nombres y llamó tabaco al contenido del instrumento inhalador. Así quedó para la historia el nombre de la planta sagrada. Los europeos tuvieron ocasión de conocer el ritual sagrado basado en el humo que inhalaba el Behique, o jefe del caserío, para responder las preguntas y peticiones de los habitantes del lugar. El humo del Cohiba trasmitía a los parajes donde habitaban los dioses Bayamanaco y Atabey las inquietudes de aquellos mortales y por igual vía respondían al sacerdote-jefe. Con la posterior introducción de esclavos en el área caribeña llegó la hora de la fusión cultural africana, europea e indígena donde el tabaco alcanzó relevancia religiosa. En África no se conocía esa planta antes de la irrupción europea. Surgieron así en esta zona caribeña del planeta la Santería, el Mayombe, el Palo de Monte, el Abakuá, y el humo del tabaco sirvió de puente para «hablar con los muertos» y, además hacer limpiezas espirituales o quitar maleficios, entre otras propiedades sagradas.