Un puro que se respete debe resultar hermoso a la vista, agradable al tacto y, por supuesto, al olfato. Pero uno bueno sólo podrá mostrar su real valía algunos segundos después de ser encendido En el misterioso laberinto de la producción del habano hay un selecto grupo de seres excepcionales que tienen el privilegio de encenderlos primero, y decir entonces la última palabra: ellos son los catadores... y las catadoras.

Un puro que se respete debe resultar hermoso a la vista, agradable al tacto y, por supuesto, al olfato. Pero uno bueno sólo podrá mostrar su real valía algunos segundos después de ser encendido

En el misterioso laberinto de la producción del habano hay un selecto grupo de seres excepcionales que tienen el privilegio de encenderlos primero, y decir entonces la última palabra: ellos son los catadores... y las catadoras. Santa palabra, como diría aquel popular cantante cubano, la de estas mujeres que, en las principales casas productoras de la Isla, cumplen con orgullo la gran responsabilidad de autenticar la calidad del habano cubano. En la Empresa de Tabaco Torcido «José Martí», antigua H.Upmann, las degustadoras -como también se les conoce- se distinguen por su experiencia y compromiso con la calidad del producto. Xiomara Navarro Soa, de 58 años y más de diez como catadora, Edith Sánchez Abreu, 50 cumplidos y catorce en el oficio, e Iraida Martínez Torriente, con sus 57 primaveras, y más de veinte años degustando Habanos, son tres de las mejores catadoras de la conocida fábrica capitalina. Cada mañana, a partir de las 7 y 30, ellas se integran al colectivo de 14 degustadores (y degustadoras), que en dos grupos, media hora cada uno, ocupan los 7 puestos en el panel sensorial, especie de banco de pruebas, donde cada quien tiene su cubículo individual para fumar. Un placer que comparten juntos, pero no revueltos.

«Es el mejor momento -nos dice Xiomara con su eterna sonrisa-, a esa hora nuestro paladares no están viciados. Diariamente degustamos tres Habanos por persona y, entre tabaco y tabaco, tomamos té, para enjuagar las papilas. No podemos tener ni catarro, porque afectamos nuestras condiciones naturales para el trabajo». «A veces una sola aspirada puede ser suficiente para desechar un tabaco -explica Iraida-. Porque lo primero que se comprueba es el tiro, y eso es fundamental. Habano que no tira bien, muere antes de nacer». «Después de eso -agrega Iraida-, si el tiro es bueno, cuatro o cinco cachadas son suficientes para apreciar las demás características: el aroma, el sabor, la fortaleza y la combustibilidad; y evaluar su calidad general, desde excelente hasta pésimo, aunque muy rara vez encontramos alguno así en nuestra fábrica».

«La fortaleza -interrumpe Edith- se siente aquí atrás, en la garganta, uno aprecia si es muy fuerte, fuerte, ligero fuerte, mediano… Mientras que el aroma y el sabor debes sentirlos enseguida; y la combustibilidad la aprecias con tus ojos, en el color de la ceniza y la forma como quema». «El secreto -concluye Xiomara- es que sepa a tabaco, huela a tabaco y tire y queme como debe hacerlo un buen tabaco cubano. Ese es nuestro orgullo, y de nosotros depende que la calidad no decaiga».

Por su parte, Mercedes Regalado García, responsable del panel sensorial de la fábrica H.Upmann, explica que la condición de catador es resultado de un proceso bien riguroso, donde se tiene en cuenta la experiencia del obrero, pero deben pasarse pruebas que demuestren las condiciones naturales de la persona, y entrenamientos diversos que garanticen su total preparación. «Hay una prueba -pone como ejemplo Mercedes- que realizamos con las luces apagadas, donde el catador debe dar respuestas exactas sobre las características del habano que está degustando, y que no ha podido ver». «Es por ello que confiamos en la evaluación colectiva de nuestros catadores, y a partir de ésta medimos el trabajo de los torcedores, o detectamos cualquier problema que haya escapado durante el proceso de producción -concluye Mercedes».

Es así como, entre bocanada y bocanada, estas sencillas mujeres hacen su trabajo diario. Con su experiencia, preparación; con su paladar, visión y olfato refinados, ellas prueban y aprueban la calidad del mejor tabaco del mundo. Y dan su palabra. Santa palabra de catadoras.