La cubanía del habano
Intensa fascinación ha ejercido el habano en la vida y la obra de muchos artistas, incluidos los cubanos
Fue tal vez María de las Mercedes Santa-Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, nacida en La Habana de 1789, una de las primeras mujeres aficionadas en Cuba a los buenos Habanos. Escritora de elegante prosa, viajera incansable, amiga de personajes como Goya, Balzac, Lizt y George Sand, la Condesa de Merlín acompañó su largo e ilustre apellido con el humo de un buen habano. Otro coetáneo y colega suyo, Cirilo Villaverde, autor del único mito literario cubano: Cecilia Valdés, también desgranó en su producción literaria -como buen pinareño- la pasión por el tabaco. Y mucho más acá en el tiempo, ya iniciado el siglo XX vio la luz Nicolás Guillén, autor de un libro antológico: Motivos de son, donde forjó una nueva métrica poética. La intensidad, originalidad y cubanía de sus versos le acompañaron siempre, al igual que su imagen impecable de mulato bien vestido con guayabera planchada y Habanos viajeros en sus bolsillos. Por su parte, un habanero de pura cepa, contemporáneo de Guillén, José Lezama Lima, impulsor de revistas literarias como Orígenes, ensayista, poeta y autor de una de las novelas claves de la literatura cubana, Paradiso, fue también fumador obsesivo. Su gusto por el Habano superaba con creces sus limitaciones como asmático, y era tan de su agrado el fumar que pocas veces se le vio conversar sin un puro en sus labios. Curiosamente, el polifacético actor Jorge Perugorría alcanzó fama mundial con el filme Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea, que rinde culto a la cubanía más refinada y a la tradición artística y cultural de la isla y cuyo paradigma es -precisamente- la celebración de una cena «lezamiana», a semejanza de las descritas en Paradiso, y que concluyen siempre con el placer de tomar una taza de café y fumar un buen habano. Y como para que nada falte en su cubana sensualidad, Pichi -como le llaman sus amigos, es, claro está, un habitual fumador de Habanos. También el compositor, director de orquestas de cámara y sinfónicas, y guitarrista de renombre mundial, Leo Brouwer, quien ha aportado a la música universal piezas como Elogio de la danza, El decamerón negro y el Concierto de Lieja, por demás sobrino nieto del también músico Ernesto Lecuona (otro fumador impenitente), acostumbra a veces a acompañar sus momentos de creación y descanso con el humo de un buen Habano. Leonardo Padura, periodista, escritor, crítico literario, filólogo y guionista de cine, ha insistido en perfumar con los olores del habano a uno de los personajes más logrados de su tetralogía policial: el investigador Mario Conde, para el cual fumar «es la fiesta de los placeres y los sentidos: recrea la vista, despierta el olfato, redondea el tacto, y crea el buen gusto que completa una taza de café después de la comida y hasta tiene su música para los oídos». Un cazador de imágenes -como se autodefine Liborio Noval-, confiesa que su relación con el habano es genética, pues aprendió primero a fumar que a descubrir las artes del revelado, cuando observaba al padre disfrutar sus brevas diarias. Y así quedó vinculado para siempre su quehacer con el tabaco. Todavía recuerda a una aeromoza que pretendía reprenderlo por fumar ¡un Habano apagado! Es que, para este artista del lente, que ha hecho fotos del Che y de Fidel, tener un habano entre los dedos, encendido o no, es un hábito inspirador. También prestigiosos pintores cubanos de estos tiempos como Arturo Montoto, han sentido en su trabajo la seducción mítica del Habano. Montoto incluso ha reproducido en sus naturaleza muerta en varios objetos utilitarios vinculados al tabaco. Ahí están para mostrarlo, por ejemplo, sus tajadas de fruta bomba y las cortezas de una naranja que palpitan desde la tapa de un humidor de lujo o de una caja de Lusithania. A la fascinación por el buen humo tampoco ha escapado la reconocida investigadora de las religiones de origen africano, Natalia Bolívar, quien aprendió de adolescente con su nana a disipar la preocupación de un examen con el humo de un Habano, que como ella misma afirma, ha servido para «comunicar» a los hombres con sus dioses como sucede entre los practicantes de la Regla Palo Monte, los seguidores de la Regla de Ocha, donde los orishas masculinos son dueños del tabaco y los miembros de la Sociedad Secreta Abakuá, los que depuran sus espíritus con humo. Y es que nadie, ni siquiera el propio José Martí, pudo escapar al embrujo de los Habanos. Incluso él, sin ser fumador, no renunció a escribir su crónica El Tabaco, atraído por sus propiedades medicinales, y ese ritual maravilloso y exorcizante de ver, tocar, oler y fumar un buen Habano.
Armando Cristóbal Ferval y Archivo Excelencias