Monumento a Cristóbal Colón.
Vista nocturna de la calle El Conde.

El encanto de una de las calles más concurridas y pintorescas de Santo Domingo, en República Dominicana, radica en que nos permite atravesar la ciudad a la sombra de su historia pasada y reciente, de sus edificios más antiguos y sus espectaculares boutiques y cafés abiertos al paso del visitante.

El Conde es una de las calles más emblemáticas de Santo Domingo, un paseo que resulta muy noble a cualquier hora del día, no solo por su nombre original, sino por el atractivo museo al aire libre que se configura en una de las vías más rectas y singulares de la ciudad. Eso nos obliga a detenernos en cada cuadra para disfrutar sus galerías abiertas, sus cafés modernos o tradicionales, sus mercados y boutiques, cuyo discreto encanto nos recuerda la nobleza de su más socorrido nombre. Se le debe a don Bernardino de Meneses Bracamonte y Zapata, Conde de Peñalba, quien tuvo a su cargo la construcción del Fuerte de San Genaro y fuera muy famoso por sus acciones militares.

Aunque esta calle ha tenido varios nombres, El Conde es la denominación más popular y reconocida de la famosa arteria que recorre de este a oeste la zona colonial de Santo Domingo. Primero se llamó Clavijo, después Calle Real, más tarde Imperial, luego Separación y en 1929 la nombraron 27 de Febrero hasta marzo de 1934, cuando recuperó su nombre actual. La historia de cada uno de estos nombres es también la de la ciudad. Y cada uno de los edificios que se observan, a uno u otro lado, son el testimonio del tiempo, que también ha paseado por esta calle dejando testimonios imperecederos como el Parque Colón, en cuyo centro se nos ofrece una estatua del llamado descubridor de América. Lo más curioso de este juego escultórico es que su autor, el artista francés E. Gilbert, colocó un metro más abajo del Almirante a la irredenta india Anacaona –a quien algunos atribuyen la ruina y muerte de los suyos– en posición de alabanza. Colón se yergue de espaldas a la Primera Catedral construida en las tierras de América, razón por la cual también este sitio es conocido como Plaza de la Catedral y suele estar concurrido a toda hora por turistas y palomas. La visita a la Catedral es una de las sorpresas inolvidables de esta ciudad que vale comentar en otra ocasión.

Otras esquinas de El Conde delatan la importancia que la Corona española otorgó a Santo Domingo desde el temprano siglo XVI. La Casa Consistorial o Ayuntamiento completa el modelo arquitectónico colonial español, donde los tres poderes estaban muy cerca: la Catedral (o en su defecto, una iglesia), la Plaza (de Armas) y el Ayuntamiento. El Conde nace en una orilla del río Ozama, alrededor del cual se fundó la ciudad (exactamente nació en la otra orilla, por obra del Adelantado Bartolomé Colón, quien tiene su busto en El Conde). Y desde aquí se extiende nuestra calle, de este a oeste, sin apenas una curva, hasta morir en la calle Palo Hincado, convirtiéndose en la mejor referencia para moverse en el centro de Santo Domingo. Por su perfecta linealidad, su variada arquitectura y su concentración de comercios, resulta un paso obligado de paisanos y visitantes.

Lugares nuevos y viejos enriquecen el panorama de El Conde. Alentado por un artículo aparecido en nuestra revista hace más de una década, decidí entrar a La Cafetera Colonial, un estrecho local de larga barra y pocas mesas donde se mantienen los precios muy bajos y la buena calidad y donde puede leerse, en una de sus paredes, una copia de aquel artículo donde Consuelo Elipe descubría para nuestros lectores un lugar con encanto en República Dominicana. (Véase la revista Excelencias Turísticas del Caribe y las Américas, no. 109).

Es imposible atravesar el hermoso boulevard en que se ha convertido El Conde sin aprender los más importantes hitos en la historia de República Dominicana; unos convertidos en singulares edificios como el Baquero, fastuoso y modernista, o el Cerame, de estilo neoclásico, pidiendo a gritos una restauración, junto a las tarjas, bustos y peculiares formas de recordar la historia pasada y reciente, para que el turista conozca mejor y los coterráneos no olviden que tales hechos son suyos para siempre.

El Conde es una combinación entre el museo, la galería y la pasarela. También podría agregarse el apelativo de anfiteatro si nos acomodamos en las modernas cafeterías o heladerías para observar los miles de transeúntes que colman, día y noche, este pasaje. No siempre fue una calle peatonal, pero desde sus orígenes fue un camino muy animado por la cercanía de la Catedral y, luego, por la cantidad de negocios y su proximidad al mar. (En realidad, no es el recorrido más directo hacia la costa, pero sí el más entretenido para llegar al sombreado malecón dominicano).

El Conde es una calle muy noble que también ofrece al visitante las esperadas artesanías, el auténtico sonido merenguero de viejos músicos callejeros y las modas recién llegadas de Europa, Estados Unidos o del Oriente, pero también se ha convertido en un precioso boulevard de pisos diseñados, alegres farolas y singulares bancos de madera o metal, donde se puede descansar o ir en busca de buenas ofertas, regalos, o solo para disfrutar el paseo. Y también para fotografiar o pedir un autógrafo a algunos de los artistas e intelectuales que suelen sentarse en la Esquina de los Esquizofrénicos, justo al lado del noctámbulo Hard Rock Café, a beber una exquisita cerveza local o algunos de los variados y sabrosos jugos de frutas tropicales. Tras quince minutos de caminata por El Conde es difícil sentirse un turista ordinario, pues la nobleza se va quedando en nuestra mirada y en nuestra sonrisa agradecida.