Catedral de Santa Cecilia, en Albi.
Vista panorámica de la ciudad de Albi.
Arquitectura típica de la ciudad de Albi.
Mercado de Albi.
Cooperativa vinícola La Bastide, en Gaillac.
Ciudad de Soreze, detalle de puertas y ventanas con el color azul pastel típico de la región.
Viñas de la bodega Domaine Dèscausses.

Un paseo por esta zona de la geografía francesa nos devuelve a entornos con reminiscencias medievales y rincones de piedra y ladrillo. El encanto de una cultura que sobrevive al paso del tiempo es nuestra propuesta.

Ubicado en la región francesa de Midi-Pyrénées, el Tarn es una excelente opción a corta distancia y de fácil acceso por varias vías de transporte desde España. Si lo deseamos, podemos viajar en AVE o avión hasta la ciudad catalana de Barcelona y desde allí recorrer los 469 km por carretera hasta Albi, o hacerlo desde Toulouse, a solo 79 km de este singular destino.

En Albi comenzamos nuestra aventura, el primer contacto con este viaje que nos llevará por lugares donde se advierten reminiscencias medievales y rincones de piedra y ladrillo adornados con flores. La retina se nos llena con el Pont-Vieux (Puente Viejo), la primera vista desde la ventana de nuestra habitación. Pero se trata apenas de un anticipo.

Albi es una ciudad episcopal declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco desde el año 2010. Se estructura alrededor de dos fortalezas medievales: la Catedral de Santa Cecilia, construida a partir del siglo XIII, que constituye la mayor de ladrillo en el mundo y la única de Europa cuyas paredes y bóvedas están totalmente pintadas, y el Palacio de la Berbie, antiguo palacio episcopal edificado también en esa centuria, que hoy es sede del Museo Toulouse-Lautrec y una de las visitas imprescindibles.

Alrededor de la Catedral se integran cuatro barrios de origen medieval: Castelviel, Castelnau, el burgo de St. Salvi con su colegiata, Las Combes y las riberas del Tarn con el Puente Viejo levantado hacia el año 1040 como símbolo poderoso de la ciudad.

Albi es, gracias a su pequeño tamaño, un lugar ideal para un recorrido a pie que nos permita disfrutar de su coqueto y acogedor casco antiguo, con calles empedradas, casas medievales llenas de flores y ventanas de madera, muchas de ella en el color azul pastel que es el signo distintivo de la zona. Fue en el siglo XV cuando el triángulo de oro formado por Albi, Toulouse y Carcassonne encontró gran riqueza en el cultivo y comercio del glasto o «pastel», una planta de la que se extraía un tinte azul. Esta preciosa tonalidad devino símbolo de la realeza y su esplendor duró hasta que llegó el índigo de América.

Desde Albi partimos a Gaillac, una región vitivinícola cuya tradición se remonta a la Edad Antigua, cuando los romanos quisieron extender la cultura de la vid desde Provenza hasta Aquitania. Actualmente la D.O. agrupa a un centenar de bodegas particulares y tres cooperativas con 2 500 hectáreas y alcanza una producción de 165 000 hectolitros. En la visita a una de estas cooperativas nombrada La Bastide nos llevamos la agradable sorpresa de poder catar sus vinos y disfrutar de un íntimo concierto entre sus barricas. Música y vino confirman en este sitio que son dos perfectos placeres del alma cuando se juntan.

Aún tuvimos tiempo para conocer la bodega Domaine Dèscausses, donde fuimos atendidos por su dueño y pudimos probar productos de la tierra como la bugnette y el melsat, que hicieron de la experiencia una delicia gastronómica.

Y en esta pequeña muestra de lo que Tarn tiene que ofrecer nuestra última parada fue Soreze, Abadía Escuela convertida en hotel. En sus habitaciones, mientras dormimos, es imposible no sentirse parte de la historia.

La abadía fue escuela militar desde el siglo XVII hasta mediados del XX, pero fue construida como tal en el año 754 por Pépion de Aquitania. Hoy su actividad se centra en el hotel y en actos culturales como el Festival de Música y Luces de julio. En este marco tuvimos el privilegio de disfrutar de «La flauta mágica» en la tranquila noche de Soreze.

La mañana nos despidió lluviosa y dulce, no sin antes permitirnos otro momento para disfrutar de un café y caminar por las hermosas calles, arregladas como para el domingo.