Una de las esquinas emblemáticas de la capital cubana, 23 y L.
La Habana Vieja y el Malecón de la ciudad son dos de los espacios más concurridos durante el día.
Uno de los mejores souvenires de la ciudad es desandarla y quienes lo hacen pueden llevar consigo una foto de sus sitios más típicos.
La noche convierte a la ciudad en un sitio diferente al que atravesamos hace pocas horas
La música popular cubana continúa atrayendo seguidores de todo el mundo.

Desde el siglo XVIII ya La Habana era una ciudad bulliciosa, trepidante, y su gente había aprendido cómo disfrutarla, aunque los días eran difíciles y demasiado largos bajo el sol del Caribe. De entonces data el cosmopolitismo de una urbe que hoy se abre a otras sensaciones y donde surgen nuevas oportunidades. La capital cubana ofrece diversas caras: mayormente ajetreada de día, de noche quienes la habitan o la visitan se dan el lujo de relajarse a su aire.

Un día de retos

El día no comienza con el canto de los gallos. Otros ruidos madrugadores hacen de La Habana una ciudad bulliciosa desde el amanecer. Ha sido así desde el siglo XVII, cuando el puerto habanero comenzó a destacarse como una de las paradas imprescindibles para las flotas de barcos españoles y para muchas otras naves que recalaban aquí desde puertos más cercanos. Incluso, corsarios y piratas famosos llegaron más de una vez, donde dejaron considerables estragos alrededor de la bahía y también algunos muertos y naves hundidas por la fiera dignidad de los valientes hombres nacidos ya en la isla de Cuba.

Una ciudad frente al mar despierta cada jornada de un modo diferente: el sol, el aire y las olas no acarician igual todos los días. Solo la prisa es la misma. La Habana de las siete de la mañana es como un hormiguero donde se escucha el ruido de los autos, confundido con las puertas de las escuelas, los negocios y otros centros de trabajo. Si miras el rostro de los habaneros a esa hora no adivinarás un solo pensamiento, sino miles de cerebros conectados, repasando la agenda, planificando la semana o construyendo su proyecto del mes, del año o quién sabe si de vida.

Un día en La Habana suele ser bastante movido. Y lo primero es agenciarse en qué moverse. Ni en los momentos más espeluznantes de la crisis económica la gente dejó de hacerlo de un lugar a otro con una extraña celeridad. Los autos y ómnibus apenas funcionaban y las bicicletas llenaban las calles. De un punto a otro circulaban ciclos que cargaban un peso tres veces mayor al de su dueño, y lo mismo transportaban personas, alimentos, materiales de la construcción o animales. Hoy sigue siendo difícil transportarse en la ciudad. Algunos brazos y caderas quedan fuera de los ómnibus y los viejos carros americanos o soviéticos que fungen como taxis no son suficientes. Siempre fue así. Fotos de principios del siglo XX muestran un exceso de pasajeros en los coches y tranvías de la época. Resulta que La Habana es una ciudad sin metro, un servicio público que la haría menos estresante.

Más de un millón de personas atraviesan la ciudad cada día de norte a sur y de este a oeste, pero no es una urbe pequeña. Lo sería si la comparáramos con Sao Paulo, Nueva York o el DF mexicano, pero pocas metrópolis del Caribe pueden equipararse con esas. Sin embargo, es mayor que San José de Costa Rica y que San Francisco, en California. La Habana se parece más a Santo Domingo y a Cartagena de Indias si pensamos en sus zonas históricas, sus malecones y la sabrosa música que se escucha a toda hora. Son tres ciudades hermanas en la risa y en la nostalgia frente al mar.

La Habana es muy propicia para los eventos de todo tipo, desde los de carácter cultural, que logran movilizar a la mayor parte de sus pobladores y visitantes, hasta los más pequeños o especializados que muestran la diversidad de un país condenado siempre a los estereotipos, pero orgulloso del modo en que la globalidad se instala en los espacios locales, en insólitos diálogos e intercambios de información, de proyectos nacionales e internacionales que nacen en estos encuentros casi insólitos que se celebran aquí con inusitada frecuencia.

Uno de los mercados más sorprendentes de La Habana y de toda Cuba es el del conocimiento, pues esta isla caribeña invirtió durante décadas en el desarrollo profesional de las más diversas carreras y problemáticas del saber contemporáneo. Miles de profesionales cubanos ostentan categorías científicas y sus experiencias son confrontadas con otros tantos colegas. Aun así, sorprende ver cómo en esta ciudad se realiza más de un congreso nacional e internacional semanalmente y encontrarnos a decenas de científicos atravesando diariamente nuestros aeropuertos, así como miles de curiosos llegando a cualquier convención (cultural, científica, religiosa o solidaria), y no solo atraídos por el sol y el mar.

Las transformaciones económicas de los últimos meses han creado nuevas atracciones en la ciudad. No es un misterio, pero se generan tantos proyectos que pocos se conocen lo suficiente. Todavía faltan espacios para la publicidad y el debate de nuevas ideas, lugares y negocios, pero el ambiente agitado, veloz y esperanzador con que comienza un día habanero lanza sus retos al viajero, al cubano de a pie, a la joven universitaria y al hombre de empresa que, por encima de sus gafas oscuras, caminan iluminados ya no por sol, sino por sus proyectos futuros, mientras llega el atardecer.

Noche de ronda

Disfrutar de una puesta de sol sentado en el Malecón es una especie de poema sinfónico. Yo he esperado el amanecer a los pies del Cristo de Casablanca y, muchas horas después, he visto caer el astro rey, ya cansado, por el otro lado de la ciudad, tras el mar, trayendo la noche. Otros atardeceres singulares de La Habana se ofrecen en el bar-restaurant La Torre, en lo más alto del edificio Focsa, uno de los rascacielos habaneros, desde donde la ciudad comienza a mostrar sus lucecitas y los semáforos nos guiñan un ojo, cómplices de la noche que viene llegando para ser disfrutada en sus sitios más ocultos. Entonces, los espacios cambian de color, los sonidos difieren del ruido del día y los ambientes más cómplices se deslizan por debajo de las mesas de los clubes. Los pasos se hacen más lentos y relajados en ciertas esquinas, o más rápidos y acompasados en algunas discotecas.

La noche convierte a la ciudad en un sitio diferente al que atravesamos hace pocas horas. En realidad, explorarla es un ejercicio nocturno. Se trata de una aventura procaz, algo así como la invitación a una singular cacería sin armas. Descorrer el telón de un teatro, abrir la mirada en la oscuridad, advertir los olores que trae el mar, rozar una piel bien cercana, sentir cómo el primer trago atraviesa la garganta y se van abriendo los deseos, las sonrisas y las ganas de comerse la ciudad. ¡Ya estamos listos para un recorrido por esta otra Habana, nocturna y seductora! Es la hora en que los taxis abundan y se detienen y no se equivocan los taxímetros. Estamos llegando al Paraíso cuando se oye un estruendoso, seco y antiguo ¡pum!

La noche habanera comienza con un cañonazo a las nueve en punto. Es una vieja tradición que nació en el siglo XVII, cuando la ciudad de entonces, rodeada por una muralla de varias puertas, anunciaba que estas se cerraban hasta el amanecer para evitar la entrada de delincuentes. Un cañonazo sigue avisando que son las nueve en punto: última vez que se mira el reloj, pues el tiempo se convierte en una brisa suave que viene del mar y en una extraña música que baja del cielo y nos pone a bailar, a cruzar las calles, bajar las escaleras de los clubes, subir a los restaurantes y cafés a medio iluminar…

Esta es una ciudad diseñada para disfrutar la noche, caminar por las amplias aceras del Vedado, sentarse en el largo muro del Malecón (donde solo extranjeros y lunáticos se atreven durante el caliente día) o escuchar cada una de las músicas que emanan de ella en su mejor rincón…, depende de los gustos, los dineros, las compañías y hasta del día de la semana…

Si es lunes, puede ser un simple paseo por el Malecón después de cenar: es el día más tranquilo y hasta el martes no estaría bien armar una agenda para toda la semana. Cenar la noche del martes con unos amigos puede ser la ocasión perfecta para llenar esa agenda: lujosos restaurantes, amables paladares o alguna parrillada cerca del mar pudieran ponernos de acuerdo para ir en la tarde del miércoles a un paseo por la Habana Vieja, y terminar la noche tomando cerveza en la Plaza Vieja. 

Ya el jueves es un buen día para el teatro. Salas grandes, medianas y pequeñas pululan, pero en el moderno barrio del Vedado están la mayoría de ellas, en cuyas carteleras encontraremos espectáculos de teatro, danza, humor o ballet. Pocos lugares muestran todas las opciones posibles, como suele suceder en el Café-Teatro Bertolt Brecht, donde lo mismo se disfruta una exposición, una obra de teatro, un emparedado, un espectáculo de humor o un bailable en vivo o con música grabada en la alta noche. Este resulta uno de los sitios más cotizados y en la medianoche habanera exhibe una de las colas más abultadas de la ciudad. 

Tarde de viernes: se inauguran simultáneamente varias exposiciones de pintura, dibujo o fotografías que se llenan de gente joven, ansiosa por terminar la noche con un poco de música. Esta es el centro de la cultura del país, su columna vertebral, y la noche del viernes no pide otro ejercicio que ese juego de los cuerpos que es el baile. Conciertos de música popular abundan en La Tropical, las Casas de la Música y las discotecas más cotizadas de La Habana, llenas de humo, ruido y juvenilia. Parte de ese público joven se divide entre el rock, el reggae, el rap y el reguetón: son las tribus urbanas más visibles por sus vestimentas y peinados que atraviesan durante el fin de semana ciertas zonas de la ciudad donde ejercen sus sanos rituales. 

Hay que saber escoger nuestra noche de sábado. Si nos gusta el cabaret, Tropicana será lo más clásico, junto al Salón Rojo o al Cabaret Parisién en el lujoso Hotel Nacional. Pero lujosas también serán las noches en ciertos clubes realmente exclusivos como La Zorra y el Cuervo, donde se escucha el mejor jazz de Cuba. Las opciones se multiplican en El Gato Tuerto, otro club cercano que ofrece, en una sola noche, tres shows diferentes con los mejores músicos cubanos. Luego, si se atraviesa toda la calle Línea desde el Malecón hasta el túnel del mismo nombre, llegamos a Miramar, que en la noche deja de ser una zona de embajadas y oficinas para convertirse en el sitio más chic de la ciudad. Allí ciertas casonas de antiguos millonarios son hoy restaurantes, clubes y discotecas de vistoso diseño. Muchos paladares y cafeterías privadas compiten en elegancia y novedad. Entre el Vedado y Miramar hay una sorda competencia comercial, exacerbada por una farándula que sale los sábados a mostrarse, posando de bar en bar, picando aquí, aplaudiendo allá, dejando un trago a la mitad para moverse, velozmente, a una descarga en casa de alguien, o al cumpleaños de alguna joven estrella fugaz… Es la más alta velocidad habanera, la velocidad de la noche, de las sonrisas y el deseo aún no consumado…

Excelencias le invita a conocer una Habana que apenas se asoma en las guías de turismo, pues la dinámica de esta ciudad suele cambiar en dos o tres meses y ya el lugar donde desayunan los trasnochadores no es el mismo del mes pasado, el chef de aquel restaurant se cambió al nuevo paladar, tal cantante de moda dejó de presentarse en Escaleras al Cielo, en la Habana Vieja, y ahora se presenta en El Sauce, un poquito más allá de Miramar y de la noche, al filo del amanecer.

Una ciudad de noches intensas, de historias semiocultas que no caben en una telenovela, ni en una guía de turismo ni en un programa de televisión por cable, pues simplemente es una de las formas de la pasión cubana. La Habana es una noche tremenda. Solo hay que estar dispuesto a atravesarla, y descubrirla… Es una noche de ronda, de revelaciones, hecha para ser contada en voz baja y para vivirla a plenitud. Si no existiera la noche, La Habana sería una triste ciudad frente al mar, marcada por olas insolentes y ahogada por la cotidianidad. Pero una extraña luz cubre a las personas, los colores y los secretos de la ciudad bajo un velo risueño y esperanzador: volverá la noche y volveremos a ella, patria de la desmesura, concierto del placer, adonde siempre estaremos invitados.