En medio de todos los tópicos que se le puedan atribuir, La Habana sigue siendo una ciudad muy vital y carismática.

Hay que verlo, por ejemplo, en el Centro Histórico, declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1982, sin que se haya convertido en lugar solitario y frío, lleno de instituciones oficiales, sino sitio donde vive el pueblo con sus conflictos y aspiraciones, que constituye, además, la mayor de todas sus riquezas.

Plazas, mansiones ancestrales, restaurantes elegantes, museos ineludibles, hoteles encantadores y estrechas callejuelas coloniales se extienden a lo largo de casi tres kilómetros cuadrados, que no serían tan atractivos sin ese conglomerado humano con fuerte sentido de pertenencia y una actitud comunicativa y extrovertida que conquista la simpatía del visitante. La Habana Vieja es especialmente hermosa al amanecer, cuando todavía hay una cierta tranquilidad en sus calles, las fachadas de sus edificios mantienen el fresco de la noche y es posible caminar un largo rato, sin desafiar los inconvenientes del calor y el sol.

Paso a paso va apareciendo mucho de lo que tanto recomiendan guías o libros turísticos: las plazas de Armas, de la Catedral, la Vieja, la de San Francisco; calles muy atildadas con balconcillos y vitrales entre las que sobresalen la de Obrapía, Mercaderes y Obispo; o palacetes que fueron de insignes personalidades y que hoy acogen galerías, hoteles, hogares maternos y otras instituciones de carácter social.

Para cuando el sol empiece a calentar, ya habrán abierto muchos cafés y restaurantitos deliciosos en la zona donde vale la pena hacer un alto para escuchar buena música cubana, interpretada en vivo con laúdes, compases de bongó y chasquidos de maracas.

Aunque los más famosos siguen siendo la Bodeguita del Medio y el Floridita, los hay dedicados a la cocina árabe, la china, la andaluza, la criolla o la italiana…y otros de esencia espartana y menús variados que son muy tentadores por la ventaja de ser, por menos famosos, más baratos y tener horarios más flexibles para quienes pasean fuera de las rutas trilladas del turismo de masas.

Todo el Centro Histórico está matizado de pequeñas sorpresas: escuelas de ballet clásico donde los niños reciben clases con las puertas abiertas; casastalleres en las que afamados pintores hacen cada día su obra creativa; libreros con anaqueles repletos de raras joyas editoriales, a precios negociables; o vendedores que ofrecen sus productos en la explanada frente al Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde se instala el mayor mercado de artesanías de Cuba.

Hay para todos los gustos: desde un Museo del Chocolate donde acercarse a la historia del cacao y probar ricas golosinas en la esquina de la Cruz Verde, hasta una fábrica de cervezas en la Plaza Vieja con variedad de esta bebida y tapas; cafés como El Escorial, uno de los mejores para probar esta bebida en toda la ciudad, y salas para conciertos exclusivos de música clásica como la Basílica de San Francisco de Asís y la Iglesia de Paula o hermosos parques con flores y palomas donde jóvenes quinceañeras acuden a hacerse fotografías vestidas con lujosos trajes.

En estos y muchos otros detalles consisten los encantos de la parte antigua de La Habana, ese enorme escenario de arcos, iglesias, palacios, plazas presididas por fuentes, instituciones oficiales y casas solariegas repletas de vecindad, en las que conviven desde un médico hasta un obrero, regalando su existencia y dándole vida también a este sector urbano todavía custodiado por las antiguas fortalezas de la Punta, la Fuerza, El Morro y la Cabaña, de cuyas baterías de la Divina Pastora, se abren las más bellas imágenes de la ciudad.

El Paseo del Prado o de Martí, que discurre cerca del Museo Nacional de Bellas Artes y lleva hasta el Parque Central, uno de los más animados espacios habaneros, el cual aparece rodeado del Gran Teatro de La Habana y el Capitolio Nacional, es otro buen itinerario a cumplir. Bajo sus árboles se organizan diversas actividades culturales: desfiles de modas, competencias de dibujo, recitales de poesía y música o bailes de carnaval.

Antiguos y nuevos comercios abren en los alrededores y atraen a mucha gente; funciona cerca la fábrica de tabacos Partagás, con buen estanco y bar; y está a sólo unas cuadras el Barrio Chino de La Habana, cuyo gran atractivo actual son sus decenas de pequeños restaurantes de gestión privada, donde es un deleite comer bien y acercarse a los sabores, olores y souvenires de la cultura asiática, que venden por allí añosos residentes chinos y sus descendientes.

De esta Habana española del Centro Histórico y algo china de la calle Zanja, vale la pena darse un salto al Callejón de Hammel, en Centro Habana. Debe su incipiente fama a Salvador González, pintor empírico de origen herrero. quien nutrido por una de las raíces más fuertes de la cultura de la Isla, y con ayuda de los vecinos, ha dado vida a una especie de bulevar de la africanía en La Habana, pletórico de símbolos, vivos colores, frases e imágenes de los orishas del panteón yoruba, en el que también es posible, los sábados por la mañana, aprender a bailar una buena rumba o un guaguancó, aderezado por tambores batás y tumbadoras.

Más allá, se abre el Vedado, escenario en el que se concentran los edificios altos de la capital cubana y gran parte de sus instituciones oficiales, ministerios y oficinas, circundado por las alturas de la Colina Universitaria, el Castillo de El Príncipe, el río Almendares y el litoral.

Como aquí se encuentra la Universidad de La Habana, los jóvenes constituyen una presencia cotidiana en la zona. Una breve caminata lo conectará con La Rampa, tramo de la calle 23 que baja desde el Hotel Habana Libre en la esquina de L, hasta el Malecón, con centros nocturnos como La Zorra y el Cuervo —ideal para escuchar jazz cubano—; y que está a pasos del Hotel Nacional de Cuba y el Gato Tuerto, recomendable para amanecer escuchando boleros y viejas canciones cubanas, en un ambiente muy bohemio.

Es usual ver a personas de cualquier edad esperando bajo los semáforos para pedir "botella", fórmula criolla del autostop, recurso muy usado por los habaneros para transportarse en la ciudad; mientras del Vedado resulta característico, además, el perfecto trazado rectilíneo de sus manzanas y su mixtura arquitectónica, rasgo también esencial de la identidad de esta barriada.

Para tener vistas únicas, nada mejor que el restaurante La Torre, en lo alto del edificio Focsa; y la columna de base estrellada que preside la Plaza de la Revolución, de cuyo último nivel se alcanzan a ver, incluso, los límites periféricos urbanos.

Después del río Almendares, la capital cubana ofrece otros agradables escenarios como el Bosque de La Habana y el elegante Miramar, donde se asientan embajadas y firmas extranjeras establecidas en Cuba; o el mundialmente conocido cabaret Tropicana y otros múltiples espacios dignos de disfrutar; entre los que sobresalen, hacia el sur, el Jardín Botánico Nacional y, camino al este, playas fabulosas como Santa María, Brisas del Mar, Guanabo y Jibacoa.

Con todo, nada entre los habaneros es tan popular y entrañable como el Malecón, ese balcón de cara a la Corriente del Golfo que conecta La Habana Vieja y el Vedado a través de una línea de seis kilómetros de edificios todos diferentes a un paso del mar y que constituye el espacio abierto más concurrido, alegre y romántico de Cuba.

En dependencia de la hora y el día encontrará en el Malecón diferentes ambientes: lleno de familias y niños los fines de semana; repleto de parejas, gente en busca de nuevas compañías y músicos ambulantes en la noche; a veces solitario cuando el sol castiga; frecuentado por pescadores y personas haciendo ejercicios al amanecer; pero siempre mágico, con atardeceres irrepetibles y su línea de edificios todos diferentes a un paso del mar.