En una esquina raramente ruidosa del muy quieto y elegante barrio de Miramar, en La Habana, vive uno de los artistas más prolíficos y polémicos de Cuba. Él, su esposa y el pequeño perro de ambos, habitan en la planta baja de un edificio de mediados del pasado siglo, castigado por el salitre, la falta de pintura y mantenimiento, si se le mira desde afuera. Otra cosa es entrar al santuario que se ha ido construyendo la pareja. El arte puede esperarte en la puerta y “hacerte venir”, como clama una conocida canción suya, cada vez que puedas.

Amaury Pérez no está quieto ni durmiendo. Como muchos artistas, necesita pastillas para ayudar al sueño y en las horas más aparentemente tranquilas, el tabaco y una hojita se mueven en sus manos inquietas al ritmo de la melodía que suene, en sus audífonos si está solo o amplificada si lo acompaña alguien.

Si no hay trabajo urgente, siempre habrá amigos, cuyas visitas él trata de ordenar para que sea total el disfrute, de la charla, el cine  o la música.  Quizás otra persona tenga antes o al mismo tiempo que él la mejor copia del disco, el libro o la película que están en las listas de lo que se ve, se oye y se lee en Madrid, México, Nueva York, pero seguramente en ningún otro lugar esa suerte se comparte tan generosamente con los amigos en combinación con una charla imaginativa y desbordante, exclusiva del lugar.

Pero no hay dudas de que, más que a buscar la novedad, los amigos van a buscarlo a él y a llenarse de su ambiente, cargado de arte por todas partes. 

La actriz Isabel Santos, amiga común, suele decir que Amaury tiene el pedigrí más envidiable de un artista en Cuba. Primogénito de la versátil Consuelo Vidal y del más importante productor de televisión durante largos años que fue Amaury Pérez padre, aprendió a hablar y caminar entre cámaras y luces, hizo comerciales casi toda su niñez y creció en un hogar donde los artistas más famosos del país eran parte de la familia. Incluidos los mejores de la música.

Sin embargo, dice Amaury que “hasta Los Beatles no concebí la música como un camino para mi vida. Todo lo que me rodeaba me sonaba muy común, cercano, pero no me deslumbraba. Solo con ellos sentí algo totalmente nuevo.”

LOS BEATLES, SILVIO, SERRAT Y LA POESÍA

Por esa época–finales de los 60 y principios de los 70- Amaury entendía poco o nada de inglés, de manera que de Los Beatles le impresionaban las voces y la sonoridad… pero fueron Serrat y Silvio quienes completaron el set del escenario que finalmente eligió para hacer su vida. "Ellos fueron mis Beatles hasta que aprendí inglés y descubrí una coherencia, una honestidad, una poética en sus canciones,  aparentemente simples."  

La poesía. He ahí otro elemento esencial en la definición de su destino. Amaury recuerda a Mario Palau, un amigo de la secundaria que lo familiarizó con Baudelaire, Rimbaud y los poetas españoles. A Martí y otros poetas cubanos llegaría por sí mismo después. “Todo en los años de secundaria. Ya en noveno grado yo me sentía un intelectual y no me interesaba la escuela. Intenté terminar el décimo grado tres veces, pero todo lo que me atraía estaba afuera: la poesía, el arte en general, los idiomas…”

Su natural rebeldía y su pelo, demasiado largo para los cánones exigentes de los organismos estatales de la época, terminaron rápidamente con los primeros intentos de trabajar, hasta que el ICAIC que dirigía Alfredo Guevara le abre las puertas a uno de los proyectos más revolucionarios del arte en Cuba: el Grupo de Experimentación Sonora (GES), al que entra como microfonista para protagonizar el salto definitivo en la definición de su vida.

Para entonces, ya había compuesto sus primeras canciones y se había familiarizado con la guitarra de la mano de su abuelo paterno. Nada tiene de raro que fuera finalmente uno más entre los nombres asociados al nacimiento de la emblemática Nueva Trova Cubana. Ese traje, sin embargo, nunca le quedó muy cómodo a Amaury Pérez Vidal.

ENTONCES LLEGÓ SERRAT

Cualquiera que se acerca a la obra y a la proyección escénica del autor de “Acuérdate de abril”, se percata de que no encaja exactamente en el perfil de un trovador. Carece de la sobriedad, la mesura y hasta el discurso de sus colegas de movimiento.

“Yo quería ser diferente. Y me sentía diferente a todos mis compañeros. Creo que todo se debe a mi relación con el mundo del espectáculo.  Aunque mis padres, los dos, habían sido personas muy pobres, cuando yo nací, ya ellos eran dos personajes de la televisión, ganaban mucho dinero. Yo crecí cuidado por nanas y envuelto en los olores y los colores de los shows musicales. Nada me resultaba más familiar que el maquillaje, las lentejuelas, el brillo, la farándula…”

De la Nueva Trova lo atraían la poesía, la canción inteligente, la música. Pero “ellos eran anti espectáculo y yo adoraba el espectáculo. Lo peor es que al mismo tiempo, yo no me sentía bien en el mundo de las lentejuelas y el show sin contenido. No encajaba definitivamente en ninguno de los dos extremos.”

“Entonces vino Serrat y yo encontré lo que estaba buscando. Entendí por qué me gustaba tanto la canción francesa al estilo de Jacques Brel, Gilbert Becaud, Leo Ferré o Charles Aznavour, y  también del italiano Lucio Batisti o del argentino Alberto Cortez. Ahí decido cambiar, me visto de negro, armo mi banda y hago mi primer disco  fuera del Movimiento de la Nueva Trova: “Acuérdate de abril” que, por cierto, no es para nada una canción política aunque la historia la haló para su costado. Es una canción de amor a la madre de mis hijos, a quien conocí en abril.”

Con cerca de 500 canciones, mitad grabadas en 26 discos y mitad por grabarse aún, con tres libros publicados –uno de cuentos y dos novelas- y dos programas de televisión que hicieron época –“Muy personal” (1996) y “Con dos que se quieran” (2011)-, además de dirigir grandes espectáculos, actuar en un par de películas, una obra de teatro, hacer música para cine y televisión y conducir dos programas de radio, Amaury sigue insatisfecho:

“Después del camino recorrido y al borde de los 60 –que cumple en diciembre de este año- llegué a una conclusión muy extraña: ser un poco de todo -trovador, cantante pop, director, conductor, narrador, medio poeta y hasta medio bloguero- quizás provocó que no fuera el mejor en algún arte en específico, pero al menos me liberó de posibles frustraciones artísticas. Yo puedo decir que, hasta bailar alguna vez, en  arte lo intenté casi todo. Otra cosa es si lo conseguí todo, que siempre ha tenido un solo objetivo: hacer más feliz a la gente, especialmente a mi gente, que no es solo mi familia o mis amigos, es mi país..."

¿Alguien dijo que no?

“La crítica. Siempre que llegué a algún punto en que creía haberlo hecho mejor, apareció algún crítico para decir “está bien, pero…” y esos peros pueden borrar de golpe lo que dicen que estuvo bien.”

Sonrío y le pregunto si no es ese el oficio de los críticos. Entonces asiente meditabundo y reconoce que hay algo peor que la crítica: el silencio de la crítica. Lo probó cuando después de un año y medio en pantalla y más de 20 mil opiniones de seguidores en un foro en Cubadebate, su programa “Con dos que se quieran”, de entrevistas a lo que vale y brilla de la cultura cubana, no recibió ni una nota de consideración en los principales diarios del país.

Acaso no encontraron qué criticarle, le digo. Les faltó el “pero…”

A pesar del silencio, Amaury no ha dejado de intentar lo diferente. Mientras escribo estas líneas, está en fábrica su disco número 26: “Enero del 83”, un conjunto sorprendente y rompedor, que es al mismo tiempo, un homenaje a todos los sonidos con los que creció y al amor que comparte con Petí, la esposa, musa y asistente, hace 30 años. Ya prepara el número 27 a grabarse este año.

Ella le corresponde trabajando  infatigablemente por crearle un espacio amplio y fresco en el hogar, ese lugar de donde jamás quisiera moverse el artista y a donde van a verlo los amigos que comparten su visión del mundo, lejos de los extremos y los encasillamientos, las maldiciones que más lo han perseguido.

Y ahí se explica lo polémico, ¿o será mejor decir polisémico?. En una sociedad polarizada por las luchas políticas que siempre genera un proceso revolucionario radical, lo común ha sido estar en un extremo o en el otro. En ese contexto, Amaury se declaró católico  cuando el ateísmo era la práctica; le cantó al amor homosexual a riesgo de que le colgaran el cartelito en épocas muy duras con esa orientación sexual y mantuvo amistades con quienes se fueron de Cuba, al mismo tiempo que defendió, dentro y fuera del país, su amistad personal y su admiración sincera y profunda por Fidel Castro y por la obra humana de la Revolución.

Quien no lo haya entendido aún, puede buscar su cuenta en facebook, el nuevo escenario de sus inquietudes intelectuales y artísticas. Allí está escribiendo casi a diario una columna espectacular como su estilo.