El año en que La Habana fue inglesa.
DURANTE LOS ONCE MESES DE LA OCUPACIÓN, LA CAPITAL DE LA ISLA SE CONVIRTIÓ EN EL EPICENTRO DEL COMERCIO ENTRE EUROPA Y AMÉRICA
Cuba, llave de las Américas, desde su colonización se convirtió en el punto de mira de las potencias europeas como una de las joyas de la Corona Española. Desde el siglo XVI, hubo varios intentos por apoderarse de su territorio y saquear sus riquezas. Por tal razón, el Gobierno Colonial Español se vio en la necesidad de fortificar su capital y crear un efectivo sistema de defensa.
En la mañana del 6 de junio de 1762, mientras los ilustres de la ciudad celebraban la festividad del Santísimo Corpus Christi en la Iglesia Parroquial Mayor, con la presencia del Gobernador Juan del Prado, apareció ante la bahía la escuadra inglesa. En las primeras horas del día siguiente las fragatas británicas descargaron sus cañones contra los torreones de Cojímar y Bacuranao, lo que le posibilitó el desembarco de unos 8 000 soldados. Una partida de 5 000 hombres, procedentes de América del Norte, todavía colonia británica, avanzó sobre el Castillo del Morro, apoyada por una importante fuerza naval de más de 40 barcos.
Los españoles fueron sorprendidos y vencidos, debido, fundamentalmente, a errores estratégicos cometidos por la Junta de Guerra encargada de la defensa de la ciudad. Tras la rendición española el día 12 de agosto, las dos partes firmaron la capitulación de La Habana, lo que supuso la entrega de la parte oeste de la Isla a los británicos durante once meses. Una vez instaurado el nuevo gobierno, los ocupantes se instalaron en las casas abandonadas por las familias que huían del conflicto. También obligaron a los pobladores a que entregaran sus hogares o los compartieran con las tropas.
Tomaron los hospitales e iglesias y, según los cronistas, los religiosos temieron más a los ingleses por su condición de herejes que por su nacionalidad. Sobre esas acciones los historiadores escribieron: Hubo vandalismo y profanación de templos, (...) hubo hasta cortesía entre los soldados y la población, llenos de un sentimiento patriótico se apreciaba un desconcertado abuso de los licores vendiéndoselos a las tropas y dándoles plátanos y piñón de botija en el licor para causarles enfermedades y aún la muerte.
Objeto de la burla y el choteo de los criollos, a los militares o casacas rojas se les nombraba «mameyes», por el color rojizo de su uniforme. Así que, cuando se daba el toque de queda al caer la tarde, o cuando los ingleses irrumpían en cualquier lugar, se decía: «llegó la hora de los mameyes». También por la heroica defensa que hizo el regidor de la villa de Guanabacoa, José Antonio Gómez Bullones (Pepe Antonio), quedó en el habla popular la frase: «hacer las cosas de a Pepe». De igual modo, desde esa época cuando se le cuestionaba a alguien su fidelidad, bien hacia España o bien hacia los ingleses, y había alguna duda, se preguntaba: «¿Tú no estarás trabajando para el inglés?».
La situación de los esclavos empeoró. Algunos habaneros se enriquecieron apresando negros libres y vendiéndolos a particulares. Durante ese período, la trata de esclavos aumentó y 10 700 africanos fueron importados por John Kennion, mercader de origen irlandés que recibió de las autoridades el permiso exclusivo para el tráfico desde África y Jamaica.
El gobierno impuesto tras la ocupación favoreció el comercio de La Habana, que dejó de ser exclusivo con la Metrópoli. De las colonias británicas se importaron harina y otras materias primas, pues Cuba no producía trigo sino que lo traía de la Península Ibérica y de Veracruz. Se abarataron las mercancías extranjeras y los productos autóctonos alcanzaron mejores precios.
Tras el fin de la ocupación inglesa nada volvió a ser como antes. La ciudad experimentó un extraordinario cambio. Se edificaron nuevas obras sociales, otro mercado, mientras en los primeros años del siglo XIX el puerto de La Habana se abrió al comercio mundial por determinación del rey Fernando VII.
Otra novedad fue el inicio de la masonería. Tras la marcha de los ingleses, en 1763, también se retiraron los masones; pero después de la revolución de Haití de 1791, colonos franceses se mudaron a La Habana, donde el 17 de diciembre de 1804 se fundó la primera logia cubana.