- La cálida atracción de los glaciares chilenos.
EN SU TRAMO CHILENO, LOS ANDES NO TIENEN MEJOR ALIADO QUE LOS GLACIARES. LA IMPONENTE CORDILLERA LOS ACOGE EN SUS PICOS PARA LUEGO DEPOSITARLOS, CUAL BESOS HELADOS, EN LAS FALDAS DE SUS LOMAS. LAS VARIABLES PRECIPITACIONES EN ESE CINTURÓN DE CONOS COMPLETAN LA OBRA DE LA NATURALEZA: NUTRIDA POR LA LLUVIA, LA NIEVE BAJA DE LAS CUMBRES COMO DE LENTA Y CHILENÍSIMA MONTAÑA RUSA
De ese modo, los extremos en dicho panorama van desde un bebé glaciar que salpica hielos cerca de la cima del Nevado Ojos del Salado, el volcán más alto del planeta, hasta el San Rafael, glaciar cuya lengua lame el suelo en pleno nivel del mar.
Menos presentes en un norte magro en lluvias, aumentan en la parte central del país «más delgado del mundo» –en el mapa, al menos– hasta hacer su fiesta de escalofriante belleza en la Patagonia, la zona del hemisferio sur más pródiga en tales fenómenos descontando, por supuesto, «la reina del hielo»: la Antártida.
Hay que ir a Chile para verlo: Estas arrolladoras masas de hielo que contienen las tres cuartas partes del agua dulce del planeta no son solo una manifestación de la fuerza de la naturaleza; son, también, una muestra de su hermosura.
Dicen de la Patagonia lo que no se puede decir de casi ningún sitio: en un mismo día es capaz de enseñarnos las cuatro estaciones conocidas, de modo que allí tenemos al alcance no solo lugares variados sino, además, tiempos diferentes.
Chile es un cofre alargado que guarda varios de los lugares más bellos y menos contaminados del planeta. A tal punto lo es que el Parque Nacional de las Torres del Paine fue elegido alguna vez, en una encuesta del sitio web virtualtourist, de TripAdvisor, como la Octava Maravilla del Mundo.
Esta Reserva de la Biosfera de la Unesco, ubicada en la provincias de Magallanes y Última Esperanza, nos enseña sin rubor 26 especies de mamíferos y 118 tipos de aves en un ambiente donde los glaciares cincelaron, hace millones de años, peculiares formas en la recia cordillera.
Los turistas quedan encantados con las agujas de la Torres de Paine, de alrededor de 2 800 m, con los enormes lagos turquesas y con los ríos que susurran en sus corrientes la exclusividad de este paraíso latinoamericano. Atrae en particular el glaciar Grey, un «cubo» de hielo de 6 km de largo y 30 m de altura que un paseo en barco coloca casi al alcance de las manos.
La emoción no queda ahí. El Paso de los Perros, la Laguna Amarga y el Valle Francés son otros sitios que sacuden al más indiferente. Quien llegue a Torres del Paine no dejará de apreciar los lagos Sarmiento, Nordenskjold, Pehoé, Paine y Dickson, pinceladas planas en un lugar donde las miradas no cesan de escalar las escarpadas.
De un punto a otro se dejan ver especiales «anfitriones» como los lobos marinos, los cormoranes, el cóndor, el ñandú, el caiquén, el zorro, el puma y esos caballos salvajes que allí, en su casa, demuestran que han sido eficazmente domesticados… por la naturaleza.
Hay mucho por (ad)mirar en asuntos de glaciares chilenos: el bellísimo Colgante, en el Parque Nacional Quenlat, donde la «hielera» se abalanza por un desfiladero de 300 m y forma increíbles cascadas que sugieren un milagro suspendido; el Pío XI que, con 64 km, es el más largo del hemisferio sur, sin incluir los de la Antártida; el Balmaceda, del Parque Nacional Bernardo O’Higgins, que es el que ocupa mayor área en Chile y baja, desde el cerro, hasta el fiordo Última Esperanza; y el australísimo Italia, ubicado en el Parque Nacional Alberto Agostini, Cabo de Hornos, que al encontrarse con el océano «pare» icebergs asombrosos.
El repaso de heladas bellezas chilenas incluye, entre muchos, a los glaciares San Quintín, Bernardo y Amalia. Hay mucho para escoger.
Muy al sur, donde «el mundo se acaba», para algunos, Chile demuestra que también en ambientes fríos es posible hallar la surtida paleta de un pintor. Semejantes paisajes invitan al senderismo, el trekking, las cabalgatas, escaladas, los deportes de aventura o simplemente a convertirse en auténticos voyeurs… de la naturaleza. Porque allí, al abrigo de los glaciares, la vida, en su esencia más pura, no hace otra cosa que eso: el amor. Infinitas veces.